Se Siente Un júbilo tremendo cuando se produce una curación instantánea. Nos vuelve más conscientes del poder que tiene Dios para sanar. Pero a veces una curación rápida puede parecer un milagro en vez de la prueba de que existe un Principio divino al que podemos entender y aplicar en forma consecuente a los problemas humanos.
Por supuesto que ninguno de nosotros quiere tener problemas graves, pero podemos estar seguros de que, aunque no sanemos rápidamente, nuestros firmes esfuerzos nos llevarán a comprender con mayor profundidad el método científico de la curación que expone la Ciencia Cristiana. Esto abre la puerta al Cristo, la idea espiritual del ser que Cristo Jesús demostró tan plenamente.
La Ciencia nos muestra que la mente humana puede ser como una puerta giratoria. Si se abre hacia el lado mortal y pecador de la experiencia humana, se cierra a las leyes saludables e inmortales de Dios. La Ciencia Cristiana viene a la oscurecida consciencia mortal y le enseña cómo abrir la puerta hacia el lado correcto. En la misma proporción en que nuestro pensamiento se abre al Cristo, la Verdad, se cierra al pecado y a la enfermedad. Como leemos en Salmos: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras, puertas eternas, y entrará el Rey de gloria”. Salmo 24:7. He aquí un ejemplo de cómo opera.
En una oportunidad comencé a sufrir casi diariamente de jaquecas. Mis propias oraciones aparentemente no producían ningún progreso. Ante la insistencia de mi marido me sometí a un examen médico, y el doctor nos informó que los dolores de cabeza continuarían siendo agudos y que no había curación. Entonces le pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que me diera tratamiento, e inmediatamente noté una notable disminución en las frecuencias. Sin embargo, no logré librarme completamente de los dolores de cabeza y estos continuaron siendo un grave problema por más de cuatro años.
Mientras trabajaba y oraba diariamente para obtener una mejor comprensión de la Ciencia Cristiana, estuve cada vez más segura del poder que tiene Dios para sanar, y a través de mis oraciones se produjeron curaciones para mí y mi familia. Disfrutaba de una mayor tranquilidad y paz interior a pesar de no haberme sanado por completo de las jaquecas. El poner en primer lugar el progreso espiritual me trajo alegría e impidió que me desanimara. Dios se estaba volviendo para mí más real que el sufrimiento.
Finalmente llegó el día de la curación. Una tarde, al oscurecer, experimenté las señales preliminares de una jaqueca. Después de orar me fui a la cama, pero me desperté con mucha molestia durante las primeras horas de la mañana. De repente me sentí impulsada a salir de la cama y a caminar de un lado a otro en la oscuridad declarando con vehemencia tres verdades que la Sra. Eddy describe en la página 417 de Ciencia y Salud. Dice así: “Mantened las verdades de la Ciencia Cristiana — que el Espíritu es Dios y no puede, por tanto, estar enfermo; que lo que se denomina materia no puede enfermar; que toda causalidad es Mente, obrando por medio de la ley espiritual”.
Mientras caminaba de un lado a otro, al principio simplemente afirmaba estas verdades, sin un mayor entendimiento. Pero pronto pude admitir honestamente que estaba de acuerdo con la primera verdad: realmente, “.. . el Espíritu es Dios y no puede, por tanto, estar enfermo”. Y comprendí que mi propia naturaleza espiritual, por ser la imagen y semejanza de Dios, como dice la Biblia, no podía estar enferma del mismo modo que Dios no podía estar enfermo.
Después consideré la segunda verdad, que parecía más difícil de comprender: “.. . lo que se denomina materia no puede enfermar”. Para mí era muy real que había algo que estaba enfermo. ¿Cómo afirmar que no se trataba de la materia? Pero luego en la oscuridad del cuarto mis ojos se posaron en la cómoda y pensé: “Esto es materia, y no puede estar enfermo”. De pronto comprendí que la materia no posee mente ni sensación, y es totalmente incapaz de enfermar. Eso me hizo comprender que el dolor y el sufrimiento debían estar en lo que la Ciencia Cristiana denomina mente mortal. Por unos instantes me sentí casi abrumada por ese pensamiento. ¿Cómo podría escapar del dolor si estaba en la mente? ¿Cómo hace una persona para escapar de su propia mente?
Entonces la tercera verdad se hizo valer: “... todo causalidad es Mente, obrando por medio de la ley espiritual”. Comprendí que esa Mente, con M mayúscula, se refería a Dios, la única Mente verdadera que la Ciencia Cristiana reconoce. Allí mismo donde parecía haber una mente consciente del dolor, yo debía reconocer la realidad de la única Mente infinita y de ninguna otra.
Casi me olvidé del dolor, debido a que estaba muy concentrada meditando acerca de estas maravillosas verdades: que en ese preciso momento Dios y Su idea, el hombre, eran perfectos; que la materia no tenía inteligencia en sí misma con la cual sufrir o estar enferma; que el reconocer la omnipresencia de la Mente divina borraría, de un modo natural, los sufrimientos y las enfermedades de la mente humana y, por lo tanto, sanaría la falsa impresión de dolor o enfermedad en el cuerpo.
Poco después estuve de nuevo consciente del dolor, que parecía ahora existir completamente aparte de mi cuerpo. Oré para entender este fenómeno, y llegué a comprender que era para mí una viva ilustración de que la materia no podía sufrir y no estaba sufriendo. El dolor que yo creía sentir ¡no estaba para nada en el cuerpo! Me demostró que el dolor se manifiesta únicamente en la llamada mente humana y que el cuerpo es un estado objetivo de esa mente. Pero puesto que Dios es la única Mente, no puede haber otra mente menor que pueda objetivar lo que sea. Ninguna mente excepto la Mente divina es verdadera. Con esta comprensión final, el dolor desapareció y sané.
Aunque esta curación en particular requirió de mucho crecimiento espiritual y firme oración, el resultado no dejó lugar a dudas. La Verdad es dominante; es una ley para la experiencia humana y gobierna todo lo que toca. La oración y el razonamiento espiritual permitieron que la Verdad tocara y disolviera los errores de pensamiento que pretendían causar el malestar. Mi cuerpo quedó libre del dolor. El razonamiento correcto había controlado mi pensamiento, abriéndole las puertas a la comprensión espiritual del Cristo, la Verdad, lo que produjo la curación. Cuando la Mente divina corrige un error en el pensamiento humano, se vuelve cada vez más evidente para nosotros que esta Mente posee el dominio sobre la consciencia humana. No volví a tener otra jaqueca, y hace años que estoy libre de ellas.
Se podría pensar que, después de esa percepción tan eficaz de la naturaleza mental de la enfermedad y del método de curación de la Ciencia Cristiana, ¡nunca habría de sufrir de nuevo por nada! Pero se requiere de más de una curación, por maravillosa que sea, para vencer todos los errores del pensamiento, que tontamente abren nuestras puertas mentales al camino equivocado.
A través de los caprichos temperamentales, el deseo de controlar a los otros, la lujuria y el temor, así como también la creencia general en que la enfermedad es real, dejamos de lado nuestro pensamiento correcto y permitimos que estos errores, en vez de las verdades divinas, gobiernen nuestros cuerpos. Se necesitan muchas demostraciones de la Verdad y del Amor para disciplinar de modo tal la mente humana que no vuelva a causar sufrimiento. Esta cristianización del pensamiento es una tremenda tarea que exige una autopurificación y crecimiento espiritual continuos. Todos aprenderemos a permitir que el Cristo, la Verdad, cierre las puertas del pensamiento a toda tentación y sugestión que nos haga pecadores y enfermos y las abra permanentemente al reino de los cielos.
El Amor divino nos asegura que hay una puerta abierta al entendimiento de la Verdad, y que está siempre a nuestro alcance. Leemos en el Apocalipsis: “He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Apoc. 3:8. La experiencia me ha enseñado que la Ciencia Cristiana es realmente la puerta abierta que elimina al error humano y abre la consciencia sólo al bien, a la totalidad infinita de Dios. Cuando necesitamos sanar podemos estar seguros de que nuestros esfuerzos sinceros abrirán de par en par las puertas de los cielos.