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LA PLAZA

Así como la plaza o el mercado en una comunidad es el lugar de encuentro para la gente y sus actividades, LA PLAZA es un lugar donde los lectores del Heraldo pueden compartir experiencias y lecciones que han aprendido mediante las revelaciones espirituales adquiridas al trabajar para la iglesia y la comunidad.

UN FORO

Las escrituras en el mundo: desde el hombre de las cavernas hasta la cristiandad

(Segunda parte)

Del número de febrero de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Esta serie ilustrada que se publica en el Heraldo —“El poder reformador de las Escrituras”— trata sobre la dramática historia de cómo se desarrollaron las escrituras en el mundo a lo largo de miles de años. Se concentra en los grandes reformadores que escribieron y tradujeron la Biblia. Muchos dieron su vida para hacer que la Biblia y su influencia reformadora estuviera al alcance de todos los hombres y mujeres. Esta es una serie.

Alrededor De 500 años después de Abraham, un activo líder llamado Moisés emergió de los hijos de Israel en Egipto. El alentó a su gente a rebelarse en contra del faraón-dios de los Egipcios y guió a los descendientes de Abraham a atravesar el Mar Rojo, al desierto de Arabia y hacia Canaán. Pero en el camino, Yahvé le reveló a Moisés en tablas de piedra, la primera escritura del pueblo hebreo, los Diez Mandamientos.

Estos Mandamientos dieron a la gente una ley por la cual vivir. Los mismos requerían en términos bien claros que los hijos de Israel debían adorar sólo a Yahvé, orar a El, y descansar en Su día santo. Pero los Mandamientos también decían a los hebreos cómo tratarse mutuamente: obedecer a sus padres y abstenerse de matar, hurtar, mentir o cometer adulterio. Los Mandamientos decían claramente que Yahvé era un dios completamente espiritual; no se debía comparar con cosa material alguna ni en el cielo ni en la tierra. Ninguna imagen, ni animal ni ser humano podían representar Su majestad y poder. Y Yahvé no conocía límites y no estaba ligado a un lugar específico; El se trasladaba con Su gente cuando erraban de un oasis a otro, de un lugar a otro, en sus laboriosas jornadas de vuelta a Canaán.

De los Diez Mandamientos originales que fueron revelados a Moisés en el Monte de Sinaí, se desarrolló toda la estructura de las enseñanzas verbales de los hebreos, algunas de ellas mezcladas con las anteriores escrituras del Medio Oriente, las de los sumerios y amorreos. Había una colección de salmos que alababan a Yahvé; una colección de máximas inteligentes, o proverbios; una estructura de leyes sobre virtualmente cada aspecto de la vida, sobre la comida y el trabajo; una historia completa acerca de los primeros líderes de las tribus, conocidos como patriarcas; y el relato de un hombre muy sufrido pero leal, llamado Job.

Reunidos alrededor de las fogatas del campamento en las noches o más tarde en el desierto en las repobladas aldeas de Canaán, mediante cantos e historias rituales, los hijos de Israel relataban una y otra vez la historia antigua sobre sus comienzos y sus orígenes como pueblo. En algún momento, alrededor del año 1000 a. de J. C., esta serie de Escrituras se convirtió en los primeros cinco libros de la Biblia hebrea, conocidos como Pentateuco (la ley de acuerdo con Moisés y sus seguidores). Y más tarde vino el resto de la Biblia hebrea, vibrante con las sonoras palabras de los grandes profetas hebreos, hombres santos que no dejarían que el pueblo judío olvidara su pacto (o “testamento”) con Yahvé y quienes predijeron que llegaría el Mesías, o Salvador, para los israelitas, si ellos permanecían fieles a su Dios.

A través de los siglos, el conjunto de las Escrituras hebreas se expandió más allá del Pentateuco y de la Biblia hebrea (o Antiguo Testamento). Incluyó el Tora, o Pentateuco, (un conjunto de leyes e historias sobre el pueblo judío) y el Talmud (una versión oral del Tora que resume la ética, historia, leyes, costumbres autóctonas y la ciencia del pueblo hebreo). Más adelante, literalmente todos los niños aprendieron estas Escrituras, podían hacer citas exactas de ellas y las amaban, incluso el joven profeta Jesús de Nazaret. Pero él y sus seguidores, quienes creían que era el Mesías prometido, harían un nuevo pacto con Dios, un “nuevo testamento” basado en el amor universal. Predicaron el “evangelio”, o las buenas nuevas, de este nuevo pacto, no solamente en Israel sino en todo el mundo griego y romano, donde atrajeron a su forma de vida a un gran número de fieles y establecieron una nueva y vigorosa religión conocida como cristianismo. La historia de la vida y obra de Jesús y de la fundación de la Iglesia cristiana es una extensión de la Biblia hebrea, conocida como el Nuevo Testamento.

LAS ESCRITURAS DEL ORIENTE

En forma paralela a la evolución de las Escrituras de los hebreos y cristianos en el Medio Oriente, otra gran tradición religiosa se estaba desarrollando lentamente en el Lejano Oriente. Unos 2500 años antes del nacimiento de Cristo, una civilización muy avanzada se estableció en el Valle Indo, en lo que es hoy la India. El pueblo de esta antigua sociedad veneraba a dioses de la naturaleza.

Posteriormente, alrededor del año 1750 a. de J. C., un pueblo belicoso del norte de Europa avanzó a través del Paso Kyber e invadió lo que es ahora la India. Estos conquistadores se mezclaron con los pueblos indígenas del Valle Indo, imponiéndoles sus creencias religiosas tribales, desarrollando en forma gradual una nueva cultura “hindú”. Y de los himnos poéticos que estos europeos del norte llevaron a su nueva tierra, se desarrollaron las primeras escrituras del “pueblo hindú”.

En los subsiguientes mil años en la India, evolucionaron todos los escritos védicos o hindúes. (veda significa “conocimiento”.) Estos escritos sagrados comenzaron con la llamada Rigveda, una colección de más de mil poemas e himnos dedicados a los numerosos dioses de la naturaleza, en los que creían los pueblos del norte de Europa. A partir de la Rigveda, muchos otros tipos de escritos evolucionaron: comentarios rituales y teológicos, instrucciones para hacer sacrificios, versos acompañados de música, fórmulas mágicas, oraciones para sanar enfermedades y echar fuera demonios, e incluso amuletos para el amor.

Entonces en el siglo VI a. de J. C., un hombre llamado Siddhartha Gautama, más conocido como Buda (o el Sabio), renunció a la vida fácil y de lujos que llevaba en su enorme palacio y comenzó a buscar la verdad de una manera sincera. Años más tarde logró lo que Siddhartha denominó la iluminación total. En compasión por la humanidad, compartió sus revelaciones en su gran Sermón del Parque de los Venados, un resumen de la verdad que le había sido revelada.

Las enseñanzas de este sermón — junto con un número enorme de reglas para vivir, aforismos llamados “sutras”, y detalles sobre la vida de Buda— fueron recopilados a lo largo de los años en algunas colecciones sánscritas, o cánones. La más famosa de estas colecciones es el Canon de Pali del Ceilán y del sudeste de Asia, y es la principal escritura de la religión budista.

En Persia, mientras tanto, otra importante religión comenzaba a desarrollarse en el siglo VII a. de J. C. Este movimiento comenzó humildemente en el desierto del Monte de Alburz, donde un profeta adolescente llamado Zoroastro se retiró durante casi quince años en una caverna. Allí ocupó su tiempo en meditar, hasta que finalmente recibió una visión de un Señor supremo, a quién llamó Ahura Mazda. Después de esta revelación, resumió el mensaje de Mazda en poemas o himnos, los cuales sacaron a relucir tres grandes normas de conducta humana: Pureza, Rectitud y Verdad. Estos himnos (o Gathas) explicaban que había dos poderes básicos — el bien (Asha) y el mal (Druj)— y que el hombre tenía que elegir entre ellos.

Con el tiempo, los escritos de Zoroastro y los de aquellos que lo siguieron, fueron reunidos en el conjunto de escritos persas, llamado el Avesta.

Un siglo más tarde en China, un reformador más moderado llamado Lao-Tzu, o el “Viejo Maestro”, predicó sus creencias. Este ermitaño, que se ocultó en una choza en las montañas durante gran parte de su vida, pensaba que toda la gente era capaz de entender la verdad, de llegar a ser el “Maestro”.

Tao, que significa “el Camino”, es el centro preciso de sus enseñanzas. Una recopilación de proverbios breves, o dichos, constituyen las escrituras de los seguidores de Lao-Tzu, quienes son llamados taoístas.

Confusio, un miembro de la corte real, fue un contemporáneo más joven de Lao-Tzu en China. Se decía que tenía más de 2.73 metros de alto. Toda la fe de Confusio descansaba en la tradicional sabiduría de los tiempos antiguos. Reunió y explicó las ideas del pasado en seis libros, los cuales corrigió más que escribirlos. Para Confusio, la más alta de las virtudes era la obediencia a los padres y a los mandatarios del estado.

Su Tao era, en cierto modo, una posición moderada dedicada a las virtudes como son la fidelidad, la sabiduría, la rectitud, la generosidad y un riguroso decoro. La de él no fue una religión en el estricto sentido de la palabra, sino un sistema completo de ética y filosofía de acuerdo con el cual vivir.


Las religiones anteriores a la cristiana que hemos examinado en esta entrega de “El poder reformador de las Escrituras” literalmente dan la vuelta alrededor de la tierra. Hemos examinado todas ellas incluso las formas de escritura que produjeron, que van desde la pintura de una cara o una estatuita hasta una completa declaración teológica. Y podemos observar que el lazo común que las une es el innato deseo que hombres, mujeres y niños han sentido desde la Edad de Piedra, el deseo de adorar a la divinidad, de dar una dirección y propósito a la experiencia humana, y de reformar la vida de los demás. Virtualmente en cada cultura de la historia, ese deseo ha hecho que la especie humana busque respuestas a preguntas que aun la gente de hoy se formula. Preguntas como: “¿Quién soy yo?” “¿Por qué estoy aquí?” “¿Quién me creó?” “¿Quién mantiene mi vida?” “¿Cómo puedo ser un mejor hombre o una mejor mujer?”

Varias respuestas a estas preguntas se han registrado y transmitido de generación en generación en forma de escrituras, las escrituras del mundo.

Mary Trammel, nuestra Redaitora Adjunta, es especialista en estudios bíblicos, y William Dawley, nuestro Redactor de Secciones Especia les, tiene mucha experiencia en periodismo.

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