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Lo que tenemos para ofrecer

Del número de febrero de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Vosotros Sois La luz del mundo”, dijo Cristo Jesús a sus seguidores. ¿Es esa la manera en que se ven a sí mismos los cristianos de hoy en día?

Muchos de nosotros hemos hecho un compromiso básico de ser cristianos y de seguirlo. ¿Pero cuántos de nosotros sentimos sinceramente que somos esa luz espiritual? ¿Estamos haciendo para el mundo lo que Jesús esperaba de nosotros cuando nos dijo “alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos?” Mateo 5:14, 16. ¿Sentimos que nuestra verdadera identidad espiritual como Dios la hizo, está iluminada de tal manera que en nuestra vida diaria estamos ayudando a sanar y a salvar a la humanidad?

El advenimiento de Jesús representó la entrada del Cristo a la comprensión humana, la verdadera identidad espiritual del hombre. Su misión fue la de enseñar y demostrar a la humanidad que el reino del cielo, el gobierno de la ley divina, está al alcance de la mano. Su vida entera expresaba la luz espiritual que consolaba y sanaba, salvaba y bendecía a todos aquellos que recurrían a él en busca de ayuda. No obstante, él sabía que era imperioso que esta luz continuara después de su partida, así que urgió a sus seguidores a que descubrieran esta luz, este reino del cielo, dentro de ellos mismos y dejaran que brillara. El tenía la intención de que todos sus seguidores fueran sanadores como él, que literalmente reflejaran la luz divina, demostraran las leyes divinas de salud, santidad y armonía, y fueran los instrumentos de salvación para todo el mundo.

Como cristianos ¿cómo vamos a cumplir con esta exigencia? No solo viviendo en amor y hermandad, sino sanando a los enfermos solo por medios espirituales como Jesús hizo. El dijo que sus obras eran la prueba infalible de sus enseñanzas. De hecho, fue su maravillosa obra sanadora la que mostró la relación que tiene la divinidad con la humanidad e hizo que lo humano coincidiera con lo divino en plena manifestación para la humanidad. La Sra. Eddy percibió que Jesús no nos dejó una posible vía de escape de esta responsabilidad. Descubrió que esas obras sanadoras estaban basadas en las leyes de Dios que por siempre están disponibles, y vio que todos los hombres y mujeres son capaces de seguir los pasos del Maestro. La curación espiritual ha hecho de la Ciencia Cristiana lo que es hoy.

Algunas personas podrían pensar que el poder sanador de Jesús era único, que había nacido con una “ventaja” porque era el hijo de una virgen. No obstante, tal como todos nosotros tenemos que hacer, el Jesús humano tuvo que hacerse merecedor de su linaje con Dios en su propia consciencia antes que pudiera llevar su mensaje de salvación al mundo.

En el momento de su bautismo vino muy claramente a Jesús este mensaje de Dios: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Mateo 3:17. Sin embargo, inmediatamente después de esto, fue al desierto para reflexionar acerca de la importancia de este mensaje y a luchar con el dualismo que el cuadro mortal le presentaba. Debido a que mantuvo intacta la integridad de su relación con Dios, descubrió dentro de su propia consciencia, derivada de Dios, su dominio sobre las circunstancias externas. En el desierto el diablo lo tentó para que dudara de su linaje espiritual así como también de su habilidad para dominar el pecado, la enfermedad y la muerte solo por medios espirituales. Esas tentaciones son similares a las situaciones que nosotros podemos experimentar.

Si hemos de demostrar el cristianismo como Cristo Jesús se propuso que lo hiciéramos, tenemos que reconocer y demostrar nuestro propio linaje con Dios. Tenemos que nacer de nuevo mediante la purificación y espiritualización de nuestros pensamientos y acciones diarias. Para la mente humana el esfuerzo constante por hacer a un lado toda forma de sentido y materialismo personales — prejuicio, resentimiento, crítica, compasión de sí mismo, temor, y así por el estilo— puede parecer difícil debido a que la naturaleza humana no regenerada, la mente mortal, con frecuencia no quiere enmendarse. No obstante, esta clase de autodisciplina, es esencial para el crecimiento de todos en el carácter cristiano y el gozo maravilloso y la habilidad para sanar que lo acompaña. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy habla de la necesidad de abandonar la creencia en el materialismo y nos exhorta a todos a buscar “seriamente el estado espiritual del hombre, que está fuera de toda entidad material”.Ciencia y Salud, pág. 476.

Es posible que algunas veces pasemos por una experiencia en el “desierto” y seamos tentados. Puede ser que la mente mortal pregunte: “Si eres hijo de Dios ¿por qué no has sanado de esta condición o situación?” Este es el momento preciso de seguir el ejemplo del Maestro y rechazar cualquier condición impía por ser una hipnótica de los engañosos sentidos materiales. Como hijos o hijas de Dios, es nuestro deber adorar a Dios, el bien, como la única realidad. No debemos hacer una realidad de las condiciones materiales discordantes y después esforzarnos por sanarlas por medios espirituales.

Realmente no podemos poner en peligro nuestra comprensión espiritual y la autoridad divina concomitante creyendo que el mal es irresistible ya sea que tome la forma de enfermedad, disposición espiritual a criticar u obstinación, falta de provisión, una comunidad enfermiza, una iglesia que lucha, o un mundo de maldad. Nuestra identidad espiritual nos da dominio sobre las circunstancias externas a medida que reconocemos que el reino de los cielos está dentro de nosotros. Corregimos los falsos conceptos materiales de cualquier situación mediante las leyes de Dios de perfección y armonía.

¿Cómo afirmamos nuestro linaje espiritual? Afirmando que nuestra identidad verdadera es todo atributo que Dios crea en el hombre: fortaleza, amor, inteligencia, dominio y así sucesivamente. No se nos puede negar ninguna de las cualidades de Dios, como tampoco se les puede negar la luz del sol a los rayos de luz que salen del sol. Si parecemos ser deficientes de alguna cualidad en particular, ésa es la que necesitamos apreciar y hacer un esfuerzo especial para reconocerla en nosotros mismos. Demostramos nuestra obediencia a Dios al estar dispuestos a demostrar que poseemos todas Sus cualidades.

San Pablo nos dice en 2 Corintios: “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”. 2 Cor. 4:6. Entonces, Dios ha mandado que el gozo brille en nuestros corazones, que la salud brille allí, que la paz resplandezca de las tinieblas de cualquier temor o malas creencias que parezcan acometernos. El ha hecho esto para que podamos irradiar este gozo, salud y paz mediante nuestro propio carácter cristiano y mediante nuestras buenas obras para con toda la humanidad.

Por ser los hijos e hijas de Dios tenemos la habilidad natural y verdadera de demostrar dominio sobre cualquier situación o condición discordante que pudiera enfrentarnos. Tuve la oportunidad de ver lo que esto podría significar para nosotros mediante una experiencia que tuve no hace mucho tiempo. Una noche me incomodó mucho una inflamación en la garganta y otros síntomas amenazantes. Al estar orando en busca de inspiración que me ayudara a sobreponerme a esta condición, mis ojos dieron con un párrafo en la parte superior de la página 237 de Ciencia y Salud. Aquí la Sra. Eddy relata la curación de una niñita que se lastimó mucho un dedo.

De pronto vi en esta experiencia algunos pasos que guían hacia la curación, y decidí seguirlos. Ante todo, el libro de texto dice: “Pareció no hacerle caso”. Pero, ¿cómo puedo hacer esto? Me pregunté, sintiéndome muy mal. El segundo paso me dijo que cuando se le preguntó a la niñita acerca de ello contestó: “No hay sensación en la materia”. Muy bien, dije, ésa es mi base para rechazarlo. Después vi que la tercera cosa sencilla que ella hizo fue proceder de acuerdo con lo espiritual y no con las condiciones materiales. Prosiguió “corriendo, con ojos alegres”. Inmediatamente capté el espíritu de su pensamiento puro y decidí hacer lo mismo. Yo también podía sentir brotar ese gozo interior porque el Cristo en nosotros no puede ser derrocado. En cuanto al paso final, yo no tenía una madre humana que me consolara, pero si tengo a nuestro Padre-Madre Dios. Y cuando me fui a la cama, dije con convicción acerca de mi garganta lo que la niñita dijo acerca de su dedo. “Mamá [Dios], la [garganta] no está nada dolorida”. Eso no era lo que los sentidos me estaban diciendo, pero yo sabía en mi corazón que era verdad. Cuando desperté a la mañana siguiente, no había vestigio de la dolencia física. Yo estaba libre.

Toda persona tiene identidad espiritual semejante al Cristo. Y mediante los sentidos espirituales que Dios nos dio, cada uno de nosotros puede abandonar la enfermedad u otras dificultades para poder escuchar el mismo mensaje de que somos el linaje de Dios, que inundó la consciencia de Jesús hace cerca de dos mil años. Si pasamos por una experiencia en el desierto como lo hizo Jesús, tenemos que aprender a amar y apreciar nuestra naturaleza propia del Cristo mucho más de lo que lo hemos hecho antes. Tenemos que silenciar los sentidos de manera que podamos oír lo que Dios nos dice: “Estoy tan complacido con la manera en que te hice. Estoy muy complacido con tu espiritualidad, con la salud y belleza que veo en ti. Tú eres mi hijo bienamado. Por eso eres tan armonioso”.

Es esta relación espiritual con Dios lo que nos capacita para ser la luz del mundo, y así sanarnos a nosotros mismos, y a otros, de enfermedades carnales y discordias.

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