Gracias a La Ciencia Cristiana, a lo largo de mi vida he sabido que Dios es mi médico, mi maestro, mi guía y mi amigo. Al seguir las reglas de la Ciencia, nuestra familia ha sanado de fracturas de huesos, cálculos biliares, neumonía, infecciones de oído, problemas relacionados con accidentes, las llamadas enfermedades de la niñez (incluso un severo caso de sarampión), infección del riñón, un problema que resultó en inmovilidad y numerosas pruebas de protección.
La Ciencia fue un escudo de protección, de resistencia y fortaleza sin igual después del fallecimiento de mi esposo cuando nuestra hija era adolescente. Nos dio la fortaleza y el valor para seguir adelante.
Me enfrenté a una sensación casi agobiante de pérdida y necesitaba lograr un sentido más ilimitado de seguridad, provisión y la confianza que me permitiera apreciar la idea de que tenía un hogar completo y vencer el temor al mundo desconocido de los negocios. Todo esto lo logré con el apoyo de un practicista de la Ciencia Cristiana que nos ayudó por medio de la oración a ver que nuestro bien no había cesado; que la ley de Dios está actuando siempre y está gobernando nuestra vida; que nuestra felicidad y bienestar no dependían de una persona, lugar o cosa, y que Dios era nuestro proveedor como siempre lo había sido.
Al mismo tiempo que sané del pesar, sané de una severa hemorragia mediante el entendimiento de que el Amor divino es mi vida, y que mi vida no dependía de sangre, corazón, ni de ningún órgano material. La comunión con Dios me ayudó a ver que la creación del Espíritu permanece siempre en la Mente divina y no puede estar separada del Amor o del sustento del Amor. Como ideas de Dios, vivimos y nos movemos en la totalidad y compleción del Espíritu, no en la materia. Durante este tiempo de cambio y curación, recurrí al siguiente pasaje de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por la Sra. Eddy: “La devoción del pensamiento a un objetivo honrado hace posible alcanzarlo”.
Con el corazón lleno de confianza acepté también esta promesa de Cristo Jesús: “Porque nada hay imposible para Dios”, y di los pasos necesarios tal como me fueron revelados mediante la oración.
Debido a un complejo de inferioridad que tuve por largo tiempo, me pareció particularmente difícil demostrar el hecho de que la inteligencia del hombre es el reflejo de Dios, la Mente divina. No obstante, pude vencerlo al esforzarme y perseverar por identificarme como la amada hija de Dios, espiritual y completa, el reflejo de la inteligencia, Dios, y que, en realidad, no dependía de un cerebro material. Percibí que reflejaba todo lo que mi Padre es y tiene, cual rayo de sol que refleja el resplandor total de su fuente, el sol.
A medida que me aferraba a mi unidad con mi Creador, lo que parecían ser obstáculos insuperables se convirtieron en escalones de progreso. La Mente infinita me guió para completar la educación secundaria y lograr una educación universitaria que culminó con el ofrecimiento de trabajo que en el pasado hubiera estado muy por encima de mis expectativas. El mérito de estos logros sólo pertenece a Dios.
Otra prueba muy diferente del cuidado de Dios fue cuando recibí una llamada de mi hija en medio de la noche. Ella no dio indicio del problema. Mientras conducía hacia su casa me esforzaba por mantener en mi pensamiento las muchas promesas del bien de Dios que menciona la Biblia y afirmaba que el hombre es la propia imagen de Dios, Su idea, no un mortal, y que nada podía interrumpir la armonía del hombre porque la Mente divina está siempre en control de las cosas.
Cuando llegué, mi hija se encontraba en cama aterrada. Tenía alucinaciones por los efectos de una droga que una amiga había deslizado en su vaso antes de retirarse más temprano esa tarde. (Mi hija había estado deprimida, y la amiga le había dicho que tenía algo que la ayudaría, pero no había notado que ya lo había vertido en su vaso.) Le dije verdades alentadoras durante unos minutos y luego oré en busca de guía. Entonces fui impulsada a hablarle al error en voz alta de la siguiente manera: “Rehuso creer esto. Las drogas no tienen poder alguno, puesto que Dios no solo es el poder supremo sino que El es el único poder. No pueden tener ningún efecto en el hijo de Dios que es espiritual. No pueden tocar al Espíritu”. De inmediato el rostro de mi hija recobró el color. Me miró con asombro y dijo: “Me siento bien. Ya pasó”. Y ese fue el fin del problema. Ambas agradecimos a Dios por demostrarnos la irrealidad del mal.
Hace varios años cuando participaba en una clase de calistenia me caí. En ese instante recordé lo que sabía: “No puedo caer fuera de la presencia de Dios”. No sentí dolor alguno, de manera que continué en la clase por aproximadamente cuarenta y cinco minutos, hasta que mi muñeca comenzó a latir e hincharse. Dado que parecía fracturada y no podía hacer uso de la mano, a pedido mío mi hija me llevó a un sanatorio de la Ciencia Cristiana. Allí colocaron mi brazo en cabestrillo para mantenerlo firme e inmóvil.
Tanto mi hija como yo habíamos estado compartiendo en voz alta declaraciones de la verdad, una de las cuales era de Ciencia y Salud: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía”. Y también nos aferramos a las verdades de la “declaración científica del ser” del mismo libro. Estas afirmaciones metafísicas me protegieron de la tentación de creer que la evidencia física era lo único cierto de mi ser como imagen de Dios.
Aunque esa noche no dormí, me sentí fortalecida por la presencia y el poder de Dios. Cuando volví al trabajo con mi brazo en un cabestrillo, una compañera de trabajo se enteró de que no habían puesto el hueso en su lugar y se preocupó. Pero yo no sentía temor alguno. Estoy muy agradecida por la dedicada ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana a quien llamé para que me apoyara especialmente a través de la oración. Rápidamente me liberé del dolor. A los diez días no necesité más el cabestrillo y dos semanas después estaba utilizando la mano normalmente.
Hoy, quince años más tarde, la muñeca sigue tan fuerte como la otra. Las palabras no pueden expresar mi gratitud por la Ciencia Cristiana.
Tempe, Arizona, E.U.A.
Yo soy la hija que se menciona en la experiencia de las alucinaciones. Cuando mi madre llegó, estaba muy drogada. Recuerdo que ella me habló por unos instantes y luego negó en voz alta que una droga pudiera tener efecto alguno sobre mí, puesto que era espiritual, la hija de Dios. Eso fue todo. Sané instantáneamente y pude desenvolverme una vez más con toda normalidad.
Mesa, Arizona, E.U.A.