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¿Importa realmente que yo exista?

Del número de febrero de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Iba Creciendo me decían que me parecía a mi mamá. La gente, a veces, hasta me llamaba por su nombre. Empecé a preguntarme si yo era realmente importante por mí misma, o si simplemente siempre me parecería a otra persona. No era que yo no quisiera a mi madre, sólo quería sentir que era necesaria por mis propias cualidades. Sabía que mi familia me quería, pero me preguntaba si a alguien le preocuparía si yo meramente desapareciera de la faz de la tierra. ¿Tenía yo un propósito en la vida?

En ese entonces, yo creía que era la única persona en el mundo que había tenido que luchar por encontrar un sentido de autoestima, y no creía que hubiera alguien que pudiera ayudarme. No obstante, iba a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde que era niña, y sentí la seguridad de que al aprender más acerca de lo que la Ciencia Cristiana enseña, podía aprender a estar en paz conmigo misma.

Una de las ideas más importantes que enseña la Ciencia Cristiana es que el hombre no es lo que los sentidos físicos dicen que es. El hombre verdadero es visto más claramente en el ejemplo de la identidad humana que vivió Cristo Jesús. La Ciencia explica que nuestra verdadera identidad es la idea espiritual de Dios, creada a Su imagen y semejanza, como dice la Biblia. Una frase en particular en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy me ayudó a comprender por qué Dios necesita a Su idea, el hombre. Dice: “Dios, sin Su propia imagen y semejanza, no tendría entidad, sería una Mente inexpresada”.Ciencia y Salud, pág. 303. Dios, como la Mente divina, necesita al hombre para expresar Su inteligencia. Y Dios, como el Amor divino, necesita al hombre para expresar Su bondad.

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