Cuando Iba Creciendo me decían que me parecía a mi mamá. La gente, a veces, hasta me llamaba por su nombre. Empecé a preguntarme si yo era realmente importante por mí misma, o si simplemente siempre me parecería a otra persona. No era que yo no quisiera a mi madre, sólo quería sentir que era necesaria por mis propias cualidades. Sabía que mi familia me quería, pero me preguntaba si a alguien le preocuparía si yo meramente desapareciera de la faz de la tierra. ¿Tenía yo un propósito en la vida?
En ese entonces, yo creía que era la única persona en el mundo que había tenido que luchar por encontrar un sentido de autoestima, y no creía que hubiera alguien que pudiera ayudarme. No obstante, iba a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde que era niña, y sentí la seguridad de que al aprender más acerca de lo que la Ciencia Cristiana enseña, podía aprender a estar en paz conmigo misma.
Una de las ideas más importantes que enseña la Ciencia Cristiana es que el hombre no es lo que los sentidos físicos dicen que es. El hombre verdadero es visto más claramente en el ejemplo de la identidad humana que vivió Cristo Jesús. La Ciencia explica que nuestra verdadera identidad es la idea espiritual de Dios, creada a Su imagen y semejanza, como dice la Biblia. Una frase en particular en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy me ayudó a comprender por qué Dios necesita a Su idea, el hombre. Dice: “Dios, sin Su propia imagen y semejanza, no tendría entidad, sería una Mente inexpresada”.Ciencia y Salud, pág. 303. Dios, como la Mente divina, necesita al hombre para expresar Su inteligencia. Y Dios, como el Amor divino, necesita al hombre para expresar Su bondad.
Pero ¿qué es este hombre? ¿Es el hombre sólo una idea uniforme? Si es así, ¿dónde está el lugar del hombre individual? Y ¿necesita Dios de todos nosotros? Después de todo, aun hablando humanamente, hay millones de personas en el mundo. ¿Qué diferencia podría hacer la existencia de una persona? ¿O una idea en la infinitud de la Mente?
Para comprender la individualidad, imaginemos un árbol, tal vez un roble majestuoso. Este árbol está completo; expresa todas las cualidades de belleza y vida que lo hacen un árbol. Es similar a otros árboles, especialmente a los robles. No obstante, pese a todo lo que este árbol tiene en común con otros árboles, aun así es único. Incluso entre los robles, este árbol es distinto en tamaño, forma y color.
Este ejemplo de los árboles indica algo de la individualidad y diversidad del hombre creado por Dios. Puesto que cada uno de nosotros es, en verdad, la idea de Dios, cada uno de nosotros incluye todas las cualidades espirituales que constituyen la verdadera identidad del hombre: cualidades como el amor, la bondad y la sabiduría. No obstante, cada uno de nosotros expresa estas cualidades en su propia manera individual. Sin embargo, a diferencia de los árboles materiales, el hombre espiritual no es uno en una serie. Dios es uno, y el hombre refleja esta unicidad, aunque en individualidad y diversidad infinitas. Como declara Ciencia y Salud: “Dios es indivisible. Una porción de Dios no podría entrar en el hombre; ni podría la plenitud de Dios ser reflejada por sólo un hombre; de ser así, Dios sería manifiestamente finito, perdería el carácter deífico y vendría a ser algo menos que Dios. Totalidad es la medida del infinito, y nada menos puede expresar a Dios”.Ibid., pág. 336. El hombre es idea, y una idea se puede expresar de ilimitadas maneras.
Todos somos importantes porque cada uno individualiza el reflejo infinito del Alma infinita. Un solo hombre no podría reflejar la totalidad de Dios como tampoco un solo árbol podría expresar todas las variaciones del concepto de “árbol”. Y dos personas jamás podrían reflejar la Vida divina de la misma manera, lo cual haría que uno de ellos no fuera necesario. El comprender estos hechos acerca de mi valor inherente me liberó de la creencia de que yo era simplemente como otra persona y que jamás podría ser diferente.
Cristo Jesús tuvo que haber valorado a cada persona, puesto que dedicó su vida a enseñar y a sanar a otros. Los cuatro Evangelios mencionan cuánta compasión tuvo Jesús por todos los que sufrían, estaban atados por el pecado, o necesitaban curación. Mateo declara: “Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos”. Mateo 14:14. Su amor incondicional, centrado en Dios, le dio el poder para sanar a los desconocidos así como también a sus amigos, a quienes podía tocar y a aquellos que estaban lejos.
El amor de Jesús para con la humanidad fue muy evidente en la manera en que él quería a los niños. Jesús, poniendo a un niño frente al pueblo, contó a sus discípulos acerca de un hombre que tenía cien ovejas. Una oveja se perdió, así que el hombre buscó por los montes hasta que, finalmente, encontró a su amada oveja y la trajo a casa, regocijándose. Después concluyó: “Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños”. Mateo 18:14. Podemos consolarnos sabiendo que cada uno es hijo de Dios, y que para El somos tan preciados como esa oveja era para ese pastor.
La gente aún comenta sobre el parecido que hay entre mi madre y yo (y algunas veces se dirigen a mí por su nombre), pero he aprendido que no tengo que estar a la defensiva o sentir alguna pérdida de identidad cuando esto ocurre. He descubierto que el mérito es individual, espiritual y precioso. Esta verdad beneficia a todos. Me he permitido crecer para expresar a Dios a mi manera. Y, por supuesto, mi madre tiene su valor por ser ella misma; no fue reemplazada por una versión más joven.
Cada día, cuando oramos y escuchamos a Dios, podemos regocijarnos porque reflejamos la Vida y Alma divinas en nuestra propia maravillosa e irremplazable manera.