¿Se Ha Sentado alguna vez a considerar las implicaciones de la frase bíblica “Y creó Dios al hombre...?” ¿Qué dice eso, exactamente, acerca de usted? ¿Acerca del mundo? ¿Acerca de Dios? Considerémoslo cuidadosamente.
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza... y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Gén. 1:26, 27.
Es fácil leer estas declaraciones del Génesis, sentirnos bien, y seguir de largo. Pero estos pasajes merecen mucho más que una lectura superficial que da tranquilidad.
Esencialmente, tenemos dos posibles líneas de razonamiento:
1. Puesto que Dios creó al hombre a Su propia imagen, podemos observar el mundo material y reunir toda la información que tenemos sobre el hombre mortal, y a partir de allí hacer nuestras estimaciones acerca de lo que es Dios.
2. Podemos tomar lo que sabemos acerca de Dios, tanto de la Biblia como de nuestra experiencia diaria, y usar estos hechos para llegar a nuestra conclusión acerca de la naturaleza verdadera del hombre: Su creación.
Tal vez no todos lo distingan de inmediato, pero son dos alternativas muy distintas, ¡y muy importantes! En la primera instancia, tomamos todas las limitaciones y penas del mundo material y del hombre mortal y se las atribuimos a Dios. En la segunda, reconocemos la naturaleza espiritual de Dios — Su amor, poder y bondad infinitos— como el verdadero origen del hombre, y llegamos a la conclusión de que el hombre debe ser como Dios; es decir, semejante a Dios. La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) demuestra que es este último concepto sobre Dios y el hombre lo que revela el mensaje regenerador y consolador de la Biblia.
Examinemos los dos puntos de vista acerca de Dios, comenzando con el que se basa en la información que obtenemos diariamente sobre el hombre mortal. Parece que somos una sociedad plagada de discordancia, pobreza, hambre, enfermedad, gente sin hogar, crimen. La lista continúa sin interrupción y puede parecer sombría. Los medios de comunicación publican constantemente las penurias de la raza humana. Algunas veces parece ser un cuadro sin esperanza.
Probablemente haya muy poca gente que todavía imagine a Dios como un anciano de barba larga y blanca, sentado sobre una nube observando la tierra. Pero aun así, ¿no sería más justo decir que cada uno de nosotros, de una u otra manera, le atribuimos a Dios algunas cualidades humanas? Tal vez sin la barba, pero ¿y qué decir de la frustración? ¿Pensó alguna vez que quizás Dios pudiera de tanto en tanto perder la paciencia que le tiene al hombre? Basándonos en el comportamiento de la humanidad, podríamos encontrar justificado este pensamiento.
Sin embargo, en el Evangelio según Juan leemos: “Dios es Espíritu” Juan 4:24. y en la primera epístola Juan nos dice dos veces que “Dios es amor”. 1 Juan 4:8. Espíritu, Amor, esas palabras transmiten la infinitud de Dios. ¿Sería entonces razonable imaginarse que Dios pudiera perder la paciencia o cualquier otra cualidad divina a pesar de lo que los sentidos materiales puedan indicar?
Cuando imaginamos a Dios “desprovisto” de algo o limitado de alguna manera, lo que estamos haciendo es aceptar las incomodidades que aparentemente experimentamos como mortales y atribuírselas también a Dios. Pero la Ciencia Cristiana da más que la prueba adecuada de que no tenemos — en realidad, no podemos— limitar a Dios de ninguna manera, aspecto o forma. Y lo mismo sucede con Su hombre.
Mary Baker Eddy, la mujer que descubrió la Ciencia divina que fue la base de las curaciones de Cristo Jesús, había luchado con el concepto tradicional de Dios desde su infancia. Al haber sido educada por una familia congregacionalista muy estricta, desarrolló un amor muy profundo a Dios y el deseo de conocerlo. Pero se dio cuenta de que no podía aceptar un concepto que limitaba la bondad de Dios o que limitaba el acceso del hombre a Su eterna bendición. Con los años ella iba a establecer una nueva denominación cristiana basada en un concepto muy diferente de Dios, que le llegó a través de la razón, la revelación divina y la demostración.
Después de un accidente que casi le cuesta la vida, sanó al leer la Biblia. Después de esto, se retiró de la sociedad durante tres años para no hacer otra cosa que no fuera estudiar este libro inapreciable y entender lo que Dios le había revelado acerca de Su verdadera naturaleza por medio de esa curación. Mediante el estudio de la Biblia, la razón, la revelación y las pruebas de curación, llegó a la conclusión de que Dios no está limitado de manera alguna, que todo concepto de limitación es únicamente el producto del pensamiento humano, que no se puede aplicar ni a Dios ni a Su creación. En su libro Ciencia y salud con Clave de las Escrituras la Sra. Eddy describiría a Dios como “el que todo lo sabe, que todo lo ve, que es todo acción, todo sabiduría, todo amor, y que es eterno... ”.Ciencia y Salud, pág. 587.
Pero las enseñanzas de la Ciencia Cristiana no culminan en la afirmación de un Dios infinito. Por ser Su reflejo espiritual, al hombre también se le dio el derecho de estar libre de limitación. Pero entonces, ¿enseña la Ciencia Cristiana que el hombre es igual a Dios? De ninguna manera. Pero sí enseña que puesto que Dios es Espíritu, el hombre, creado “a imagen y semejanza de Dios”, debe ser completamente espiritual. Y, como hijo espiritual de Dios, debe estar libre de las limitaciones de la materialidad, tales como la enfermedad, el malestar, la escasez y demás.
Todo esto puede parecer muy bueno en teoría, ¿pero se puede aplicar realmente a nuestro mundo de todos los días? ¿Dónde podemos ver evidencia de este hombre real y de su relación con Dios?
Para responder a estas preguntas debemos observar la carrera de Cristo Jesús. Su vida demuestra el poder de la Ciencia divina, que a su tiempo la Sra. Eddy iba a descubrir y llamar Ciencia Cristiana, o la Ciencia del Cristo. Nuestro Maestro, a pesar de andar con pasos humanos, fue capaz de demostrar constantemente la superioridad de la verdad espiritual sobre la apariencia material. Tanto en su curación de las enfermedades como caminando sobre las olas, Jesús demostró que las llamadas “leyes” que hemos discernido de la materia, no definen la verdad de la creación de Dios. La ley que Jesús obedecía provenía de una fuente más elevada. Permítanme compartir un ejemplo de esta ley divina en acción. Aunque es una prueba muy modesta comparada con las grandiosas obras de nuestro Maestro, ilustra, sin embargo, el mismo Principio divino.
En una oportunidad, mientras caminaba en la montaña, sentí punzadas muy agudas en la pierna. Eran muy persistentes y limitaban mi habilidad para mantener el paso riguroso de los que estaban conmigo. Mientras oraba, pensé que Dios es la Vida, la Verdad y el Amor divinos.
Recordé que una vez me habían dicho que divino significa que “nunca yerra”. Pensé que si Dios, el creador divino, nunca yerra, entonces Su creación, el hombre, debía ser necesariamente inmaculado. Y que eso era verdad allí mismo, en ese momento, y para siempre. Después de meditar por unos momentos sobre esta idea espiritual, me di cuenta de que estaba completamente libre. Tanto yo como todos los del grupo disfrutamos de un largo día pleno de vigorosa actividad.
En la Biblia, Mateo describe una orden que Jesús da a sus seguidores: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. Ahora bien, ¿cuántos podrían imaginar que nuestro concepto material del hombre puede alguna vez alcanzar la perfección, la perfección semejante a la de Dios? No muchos. Entonces, ¿por qué Jesús iba a exigir algo imposible? No lo haría. ¡No lo hizo! Lo que debe de haber ordenado es que demostrásemos lo que ya es verdad sobre el hombre.
En la medida en que dejemos de poner límites a Dios y a nosotros mismos basados en las percepciones materiales, y comencemos a mantener las definiciones absolutas y divinas de Dios y el hombre, empezaremos a ver al mundo como Jesús lo veía: como la creación de la inteligencia divina y el Amor infinito. Y este entendimiento es el que sana en la actualidad, tan ciertamente como lo hacía hace dos mil años.
Fotografías página 6: Peter Arnold
