Esta serie ilustrada que se publica en el Heraldo— “El poder reformador de las Escrituras”— trata sobre la dramática historia de cómo se desarrollaron las escrituras en el mundo a lo largo de miles de años. Se concentra en los grandes reformadores que escribieron y tradujeron la Biblia. Muchos dieron su vida para hacer que la Biblia y su influencia reformadora estuviera al alcance de todos los hombres y mujeres. Esta es una serie.
EL PACTO DEL REY DAVID
Sabemos por el Antiguo Testamento que Israel batalló durante mucho tiempo contra los ataques del exterior que la saqueaban, y la fascinación que les producía la adoración de Baal que practicaban los cananitas. Reconociendo la necesidad de que hubiera estabilidad y actuando con la autoridad que tenía como líder espiritual de Israel, Samuel nombró y consagró al primer rey de Israel, un siervo apasionadamente devoto de Yahvé llamado Saúl. Dotado por Yahvé con el espíritu carismático de liderazgo, Saúl guió a sus coterráneos a resistir con todo su poder a la gran amenaza militar que enfrentaban en aquel momento, los filisteos. Estos navegantes del sur de Europa habían aterrorizado por años toda la zona alrededor del Mar Egeo y estaban determinados a capturar a Israel como parte de la expansión de su imperio. Aunque Saúl al principio tuvo éxito al impedir la invasión de los filisteos, más tarde tuvo problemas emocionales que lo desacreditaron ante los ojos de su pueblo. Fue claro para todos, y en especial para Samuel, el consejero espiritual de Saúl, que Saúl ya no tenía ese carisma tan especial.
Se volvió cada vez más evidente que Saúl ya no era competente para liderar a su pueblo como rey, y fue entonces que un joven y brillante líder militar se presentó para llenar ese vacío de poder. Su nombre era David. Era un hombre de innumerables talentos, a quien el pueblo amaba: escribía poesía y era músico, hábil político y estratega militar. Y sobre todo se propuso hacer de Israel una gran nación bajo la tutela de Yahvé. Poco tiempo después de ser nombrado rey de Israel, David echó a los filisteos de sus tierras, ganándose así la eterna devoción del pueblo hebreo. Entonces se movió rápidamente para consolidar a las tribus de Israel en una gran nación. David transformó a Jerusalén en el centro de adoración, y se encargó de que la adoración de Baal desapareciera.
Salomón, el hijo de David, lo Sucedió en el trono, guiando a la nación hacia nuevos y gloriosos logros. Salomón extendió las fronteras con el uso de la fuerza, construyó un enorme y refinado templo consagrado a Yahvé, y se construyó para sí mismo un fascinante e imponente palacio. A pesar de que Salomón era conocido por su inteligencia, carecía del carácter espiritual de su padre. Y estuvo muy dispuesto a tolerar la combinación de la adoración a Baal y a Yahvé. Se ufanó de sí mismo como los déspotas orientales, obligando a miles de sus ciudadanos a trabajar duramente en sus proyectos de construcción. De acuerdo con los relatos de la Biblia, que fueron escritos mucho después, Yahvé terminó denunciando a Salomón y destituyéndolo de su trono.
David y Salomón infundieron un exhuberante nacionalismo que inspiró a un devoto autor a escribir el más grande relato épico de la historia de Israel, el cual constituye la columna vertebral de la Biblia hebrea. A este escritor anónimo se lo conoce sólo como Yahwist. Su magnífica prosa épica celebra la fe del pacto israelita, narrando, desde los días de Abraham en adelante, la historia del compromiso de Israel con Yahvé. En el prólogo de esta historia de Israel y la comunidad del pacto, Yahwist provee un vívido relato de la historia primitiva que se extiende desde el relato de Adán y Eva hasta el de la Torre de Babel. La recopilación de estos fue más allá de la tradición judía hasta incluir los mitos antiguos de la Mesopotamia.
El tema que guió los relatos de Yahwist se encuentra en los primeros cinco libros del Antiguo Testamento (conocido como el Pentateuco); es la promesa de Dios de hacer de Israel una nación grande y poderosa, una nación que sería un ejemplo para todas las otras naciones; sería el agente especial para bendecir a la humanidad en el plan universal de Yahvé.
Ninguna de las historias de Yahwist era nueva para los israelitas, pero su idea de recopilarlas en un contexto épico fue brillante y revolucionaria. Y fue alrededor de este contexto que los hebreos continuaron desarrollando sus Escrituras en los siglos posteriores.
GUARDABAN LA FE MIENTRAS SE DESMORONABA EL REINO DEL NORTE
Con la muerte de Salomón, el reino de Israel rápidamente se dividió en el sector del Norte y del Sur, el Norte dominado por un antiguo enemigo de Salomón, llamado Jeroboam, y el Sur dominado por Roboam, el hijo de Salomón. En el Norte Jeroboam hizo todo lo posible para consolidar su reino estableciendo un santuario para la adoración, e inspiró a su pueblo a tener un renovado orgullo nacionalista. Sin embargo, no le importaba hacer compromisos con los adoradores de Baal, y erigió algunos toros de oro en el nuevo santuario de Yahvé.
Jeroboam inspiró a un autor anónimo — conocido como el “Eloista”, ya que se refiere a Dios como Elohim— a escribir una historia épica de la nación israelita, desde el punto de vista del Reino del Norte. Partiendo de las tradiciones orales antiguas, como lo había hecho Yahwist, el Eloista volvió a contar la sagrada historia de la elección del pueblo desde la llamada de Abraham e Israel, pasando por el Exodo, hasta la conquista de Canaán. Pero, a diferencia de la historia de Yahwist, esta épica exalta a Moisés (no a David) como el profeta supremo de la historia de Israel, apoyando la muy estricta obediencia a la Ley y al pacto que él estableció. Con el tiempo, los dos relatos se entrelazaron tanto que es muy difícil separarlos de la forma en que aparecen en los primeros cinco libros de la Biblia.
Los siguientes doscientos años fueron muy difíciles para los hijos de Israel. Hubo guerras civiles casi constantemente entre los Reinos del Norte y del Sur.
A pesar de estas difíciles contiendas, una corriente de grandes profetas vertió todas sus energías espirituales para ayudar al pueblo hebreo a guardar la fe y a permanecer leales a su pacto con Yahvé.
El primero de estos hombres de Dios — un profeta que salió del Reino del Norte por el desierto a comienzos del siglo IX a. de J.C.— era Elías el tisbita. Vestido con una extraña prenda de vestir de tela de crin y luciendo totalmente fuera de lugar en la sofisticada cultura israelita, este legendario profeta denunció al rey Acab por tolerar la adoración a Baal que hacía su esposa extranjera, Jezabel, y por construirle un grandioso templo consagrado a Baal.
Elías presentó sus profecías de una manera brusca que no medía las palabras y demandaba grandes castigos por violar el pacto con Dios. Pero demostró al pueblo hebreo, de una manera inolvidable, que Yahvé no era un dios de la naturaleza — no era un dios del viento ni del fuego ni del terremoto— sino un Dios totalmente espiritual que le hablaba gentilmente con “una voz callada y suave”.Versión Moderna
Siguiendo los pasos de Elías en el Reino del Norte, hubo otro legendario profeta, Eliseo. El relato del ministerio de Eliseo en 2 Reyes habla de las notables proezas espirituales de este profeta, la de resucitar a un niño y la curación de lepra de un capitán sirio, Naamán.
Con el aumento del poder asirio a mediados del siglo VIII a. de J.C., emergieron dos profetas más para reformar y consolar a Israel. Uno fue Amós, en realidad el primero en escribir acerca de su percepción espiritual.
El otro fue Oseas. Se reconoció a sí mismo como el sucesor de Moisés y el moderno mediador del pacto de Israel con Yahvé. Angustiado de que Israel hubiera quebrantado descaradamente su pacto, pronosticó que la revancha de Dios sería repentina y terrible a menos que Israel inmediatamente renovara y profundizara su pacto con Yahvé. La sentencia prevista por Oseas no tardó mucho en llegar. En el año 721 a. de J.C., después de un brutal bloqueo de la ciudad de Samaria, Asiria conquistó de manera contundente a Israel y deportó a más de veintisiete mil personas hebreas a Persia. Y, el Reino del Norte fue repoblado con extranjeros: colonos de Siria, Babilonia y Elam. El sueño de la gran nación de Israel pareció perderse para siempre.
LA CAIDA DEL REINO DEL SUR
Con la Caída del Reino del Norte de Israel, la única esperanza de llevar adelante la fe del pacto descansaba en el Reino del Sur de Judá. Allí, en Jerusalén, el profeta Isaías se adelantó a aconsejar al rey Acaz y a consolar al pueblo cuando se esforzaba por detener la amenaza asiria que había oprimido a Israel. Durante sus cuarenta años de ministerio, que empezaron en el año 742 a. de J.C., Isaías escribió himnos, revelaciones y narraciones que componen los primeros treinta y nueve capítulos del libro de Isaías.
Todo lo que Isaías pudo imaginar para Judá fue la ruina y la miseria que descenderían sobre la tierra en el Día del Juicio de Yahvé, cuando Dios demandara a Su pueblo por el quebrantamiento de la fe. En aquel momento, profetizaba que la destrucción de Judá sería completa excepto por un pequeño remanente de gente justa que ayudaría a revivir la línea del reino de David, que Dios había pactado para que se preservara para siempre. Isaías también prometió que un niño especial iba a nacer para el pueblo, un Mesías, que traería salvación a los hebreos y aseguraría la presencia de Dios con ellos para siempre. Este sería el signo del Emanuel. Cuando Isaías comprendió que la gente no quería oír su mensaje, se alejó de la sociedad y escribió sus palabras en el Libro de Testimonios que se encuentra en Isaías 6:1 [capítulo 6, versículo 1] y 9:7.
Más tarde, un impresionante mensaje también llegó del profeta Jeremías, a quien Yahvé comisionó para demandar el divorcio de Judá debido a que no había sido fiel al pacto. Actuando como el abogado de Yahvé, Jeremías explicó al pueblo que la obediencia superficial a Yahvé no era suficiente. Lo que se necesitaba era un cambio de corazón, una “circuncisión del corazón”.
El nuevo rey de Judá, Josías, estuvo tan impresionado con el mensaje de Jeremías que sacó todas las imágenes asirias del Templo en el año 621 a. de J.C. Al hacerlo, se descubrió algo muy importante en el Templo, el Libro del Tora. Este libro resultó ser el código de ley de Moisés, el cual aparentemente se había perdido hacía perdido hacía cientos de años. El rey, emocionado por este descubrimiento, mandó llamar a sus súbditos al Templo para oír por primera vez su lectura en voz alta y para renovar su compromiso con el antiguo pacto.
Como parte de la reforma que trajo el descubrimiento del Tora que hizo Josías, un escritor anónimo, conocido simplemente como el escritor Deuteronómico, redactó la historia de Israel y de Judá desde la muerte de Salomón en el año 922 a. de J.C. hasta la revolución de Jehú en 842 a. de J.C. Según su punto de vista, todos los problemas de Israel se derivaban de su desobediencia a la Ley. Este material se puede encontrar en 1 y 2 Reyes y en el libro de Josué. Además, este mismo escritor — o grupo de escritores— resumió y celebró la Ley y las enseñanzas de Moisés en el libro de Deuteronomio, el cual se transformó en el fundamento de la doctrina hebrea.
Sin embargo, no todos estuvieron complacidos con las reformas de Josías o con el trabajo del escritor de Deuteronomio. Por ejemplo, el profeta Nahum decía que Israel no merecía ser castigada. Simplemente no era justo que fuera devorada por los asirios. Y el profeta Habacuc le preguntó a Yahvé cuánto tiempo durarían los problemas de Israel. No podía aceptar la visión del escritor de Deuteronomio, que decía que la historia de los judíos era una cuestión de retribución o castigo por parte de Dios dependiendo del comportamiento bueno o malo del pueblo de Israel.
Al principio, Jeremías estaba complacido con las reformas de Deuteronomio, pero hacia el fin de su carrera de cuarenta años como profeta, las desechó. Sintió que ofrecían un panorama poco perspicaz y nacionalista del lugar que ocupa Israel en la historia, que fomentaban la obediencia a la letra de la Ley mientras que descuidaban la necesidad de una regeneración profunda.
Una vez más, advirtiendo al pueblo hebreo la necesidad de la absoluta obediencia a un solo Dios, profetas como Jeremías, Habacuc y Sofonías predijeron la destrucción y ruina si sus advertencias no eran escuchadas. Finalmente la destrucción cayó encima de Jerusalén cuando en el año 587 a. de J.C. el rey Nabucodonosor la invadió, devastando sus templos y forzando al pueblo hebreo a volver a Babilonia con él como prisioneros.
Jeremías sabía que la única salvación de Israel descansaba en el Nuevo Pacto que él había prometido, un pacto con el corazón. Aquel pacto podría algún día ser la base para la restauración de Jerusalén.
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