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Mi Madre Me contó que mi...

Del número de abril de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi Madre Me contó que mi primera curación ocurrió cuando yo era una pequeña bebé. Yo no me había dado cuenta, hasta que hace poco ella me volvió a contar la historia de que le debo mi vida a la Ciencia Cristiana.

Cuando yo tenía cerca de cinco meses de edad, sufrí de un severo ataque de tos ferina. Mi madre pidió ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Por medio de la convicción que tenía la practicista del amor y cuidado que Dios tiene por Sus hijos, los temores de mi madre se calmaron, y la tos cesó. Sin embargo, después de esto no comía en forma adecuada, y por varios días no tomé absolutamente nada de alimento. Mi padre expresó su preocupación e insistió que mi madre me llevara a un pediatra. Cuando el especialista me vio, le dijo a mi madre el nombre de la enfermedad que había sufrido y se maravilló de que yo hubiera sobrevivido a la misma. Entonces prescribió una complicada dieta para mí y recomendó un método para administrarme alimentación artificial.

Después de que mi madre regresó a casa, esta declaración de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy vino a su mente: “La parte vital, el corazón y el alma de la Ciencia Cristiana, es el Amor”. Ella se había dado cuenta claramente de que Dios es la vida del hombre, y que era el Amor divino el que me había sostenido. También, ella estaba segura de que ese Amor aún me sustentaría. Ella decidió no aceptar la dieta y la alimentación artificial. Esa noche tomé un poco de leche, y a la mañana siguiente, yo estaba completamente sana, y comía normalmente otra vez.

Cuando me salieron los dientes permanentes, los del frente sobresalían de manera muy pronunciada. Un dentista recomendó corregir el defecto con ortodoncia. Mi madre amablemente declinó la ortodoncia y me dijo que confiaríamos en Dios para que El hiciera el ajuste necesario. Yo tenía ocho o nueve años en aquel entonces y acepté, con la confianza de niña, de que Dios podía hacer esto. Mi madre oró con estas palabras del profeta Isaías: “Lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová”. Como resultado de sus oraciones, mis dientes se enderezaron perfectamente, tanto que desde entonces he recibido elogios por ellos.

Estoy agradecida a mi madre por haberme matriculado en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde temprana edad. Especialmente aprecio el amor a Dios, a la Biblia y a la vida de Cristo Jesús que estas enseñanzas me han hecho sentir.

También atesoro la ayuda práctica que las verdades de la Ciencia Cristiana me han proporcionado mientras iba creciendo. Una evidencia de esto fue en los deportes.

Asistí a una escuela para niñas donde los deportes eran obligatorios y considerados de gran importancia. Siempre que elegían un equipo, yo era una de las últimas en ser seleccionadas.

Gradualmente comencé a razonar acerca de esto desde un punto de vista espiritualmente científico. En la Escuela Dominical nos enseñaron que en realidad el hombre es el reflejo espiritual de Dios. Empecé a ver que las cualidades necesarias para tener éxito en los deportes eran las que se derivan de Dios y, por lo tanto, están disponibles para todos, cualidades tales como gracia, fortaleza y alegría. Cuando jugábamos un partido, siempre hacía un esfuerzo por expresar las cualidades espirituales. De esta forma sané de esa ineptitud.

Mi desempeño mejoró notablemente y se notó. La gimnasia, que antes había sido una prueba rigurosa, se hizo muy placentera. Más tarde, cuando asistí a otra escuela, era apta para formar parte de los “primeros once” jugadores del equipo de hockey sobre césped que competía contra otras escuelas. Para mí lo más importante de esta experiencia fue la comprensión de que la verdadera actividad es espiritual, el reflejo de nuestro Padre-Madre Dios.

En mi vida como adulta, Dios ha sido mi único médico — me ha dado curación, redención, consuelo y guía— “nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmos). Estoy muy agradecida a Dios por cada evidencia de bien, y especialmente por haber obtenido una comprensión de la verdadera vida espiritual del hombre.


Me da gusto corroborar el testimonio de mi hija. Me he apoyado en la Ciencia Cristiana toda mi vida, y ha sido muy valiosa en la crianza de una familia.


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