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Para satisfacer los anhelos del corazón

Del número de abril de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Quien No Ha sentido el anhelo profundo de alcanzar algo más elevado y más satisfactorio que lo que la vida humana nos ofrece a diario? A veces descuidamos nuestros anhelos espirituales.

Tal vez debido a los desengaños de la vida, la gente supone que no hay esperanza de lograr algo. De modo que, como el ruido de fondo que mentalmente apagamos cuando tratamos de escuchar a alguien que nos está hablando, abandonamos nuestras esenciales y elevadas esperanzas como si fueran sueños imposibles. Pero es un craso error hacerlo. Esos anhelos pueden llevarnos a alturas inesperadas.

La Sra. Eddy conocía la importancia de nutrir nuestros profundos anhelos espirituales. Era el anhelo de conocer a Dios y hallar una base espiritual para la salud y la curación lo que guió a la Sra. Eddy a su descubrimiento de la Ciencia Cristiana. No es de sorprenderse que en sus escritos hable con frecuencia acerca de las aspiraciones. De hecho, en Ciencia y Salud declara: “Lo que más necesitamos es la oración del deseo ferviente de crecer en gracia, oración que se expresa en paciencia, humildad, amor y buenas obras”.Ciencia y Salud, pág. 4.

De modo que, ¿cuáles son nuestros anhelos? ¿Tenemos el anhelo de sentirnos más amados, o de expresar amor más plenamente? ¿Queremos tener buen éxito en nuestra carrera? ¿Tenemos la profunda esperanza de que las relaciones con nuestra familia pueden mejorar? ¿O de vivir en un mundo más pacífico? ¿Deseamos seguir a Cristo en su camino con más éxito?

El Salmo 27 en la Biblia nos da el deseo básico que siempre debemos recordar: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”. En tres bellas frases, el escritor concentra nuestra perspectiva en la única cosa que debiéramos desear al intentar resolver cualquier problema mediante la oración: comprender a Dios.

Al subordinar un anhelo a ese deseo básico de comprender la verdad acerca de Dios y de Su creación, en lo que se relaciona con la situación que estamos enfrentando, vemos que nuestra esperanza está en vías de cumplirse. Todos tenemos el deseo natural de comprender a nuestro creador, ya sea que estemos o no conscientes de ello. La Ciencia Cristiana nos muestra la manera más eficaz de cumplir con ese digno propósito. A medida que estudiamos y oramos con sinceridad, incluso con anhelo, por ver más de la gracia de nuestro Padre celestial, la misma nos será revelada.

La Ciencia Cristiana, de acuerdo con las enseñanzas bíblicas, nos muestra la naturaleza de Dios como el tierno y amable Padre y Madre de todos, cuyo poder y bondad están siempre disponibles para responder a cada una de nuestras necesidades. Como Cristo Jesús nos dijo: “Vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad, antes que vosotros le pidáis”. Mateo 6:8. Esta religión del Amor divino también indica que puesto que la Biblia dice que el hombre está hecho a imagen de Dios, cada uno de nosotros tiene esta identidad verdadera, la cual jamás ha dejado su pureza y perfección original. Existe por siempre en Dios, es tan omnipresente como El y permanece así para que se la descubra y comprenda como el hecho presente del ser. Esta identidad pura y espiritual es incapaz de pecar; sólo conoce la felicidad y la armonía de la pureza y la santidad. Jamás puede enfermar, pues es espiritual y sólo expresa la perfección de Dios. Esta es la identidad que el Cristo, la Verdad, revela que es nuestra identidad verdadera.

La identidad material y mortal que aparece ante los sentidos materiales, obviamente no es la individualidad ideal que Dios creó. Es el concepto equivocado acerca del hombre. Este falso concepto de identidad produce todas las limitaciones que parecen ponernos obstáculos. Y es este concepto equivocado el que nuestros anhelos para bien aspiran vencer. Cuando afirmamos esos anhelos, no sólo nos ayudamos a nosotros mismos, sino a toda la humanidad también, pues todo mal que vencemos reduce el mal en el mundo en esa medida. La comprensión de Dios y de nuestra verdadera identidad por ser Su imagen es la base sobre la cual podemos empezar a corregir nuestra equivocada manera de pensar y verificar las respuestas a nuestros anhelos espirituales.

Al nutrir nuestros anhelos, siempre debemos desear lo que es correcto. Si nuestros deseos tienen el propósito de servir fines verdaderamente desinteresados, son una forma de oración y nos elevan. Si nuestros anhelos tienden hacia fines egoístas, no están en armonía con lo que es mejor para nosotros ni con la voluntad de Dios. Entonces no nos elevan a la respuesta a nuestros anhelos. El comprender la verdad del ser es importante para juzgar la validez de nuestros deseos, como también para comprobar los buenos resultados de esa oración.

He aquí los pasos que se deben dar para que se cumpla un deseo correcto:

1. Atesora el anhelo. En otras palabras, piensa en él y ámalo. No lo descuides. Por regla general, no hables de él con otras personas. Guárdalo como si fuera un tesoro secreto. Es sólo entre tú y Dios.

2. Confía el deseo al cuidado de Dios. Cuando confiamos nuestro deseo a Dios, está en las mejores manos. No te sorprendas si el anhelo empieza a cambiar de proporciones. Con frecuencia no sabemos qué es lo mejor para nosotros, pero Dios sí. Si deseamos algo que en alguna forma podría causar mal, o que no es bueno para nosotros, felizmente Dios no lo permitirá. Cuando nace alguna aspiración, como un niño, tiene que crecer mucho antes de que llegue a su pleno desarrollo. Pero eso no debe preocuparnos. Dios, el Amor infinito, es el Padre de todo deseo correcto, puesto que El es el Padre de todo, y al confiarle el deseo, El gobierna su crecimiento, como también su cumplimiento, en nuestro mejor interés.

3. Ten la certeza de que Dios cumplirá el deseo de la manera correcta y en el momento justo. La impaciencia no lo logrará, pues es una forma de obstinación y oposición al bien. Lo que es importante es sentir la presencia del amable y compasivo Amor que es infinito, que cuida de nosotros ahora y siempre. Estamos aprendiendo a reconocer que ya tenemos todo lo bueno porque somos la idea espiritual de Dios. También es importante confiar en que el Amor divino hará lo correcto y satisfacerá las aspiraciones.

Podríamos llegar a la conclusión de que ya que Dios tiene que preparar el corazón para que progrese espiritualmente, no hay nada que hacer, sino sentarse y esperar a que eso ocurra. ¡Nada podría estar más lejos de la verdad! La guía de Dios se relaciona directamente con nuestra disposición para dar cada paso, y la guía y preparación del corazón aparecerá más rápidamente si nutrimos más activamente nuestros deseos espirituales y confiamos en Dios. Por cierto, el mundo se liberará de la enfermedad y del pecado con más rapidez cuando el nutrimiento de esas esperanzas sea más común.

¿Deseamos una vida más plena y feliz, una vida con verdadero significado? Veamos lo que realmente anhelamos. Comparemos lo que anhelamos con la voluntad de Dios, con lo que es correcto de acuerdo con el bien supremo. Recordemos que el Cristo, la Verdad, al revelarnos la presencia de Dios entre nosotros, siempre nos está hablando. Dejemos que Dios modele y remodele esos anhelos a su potencial más elevado para bien, a medida que tiernamente los nutrimos y pacientemente aumentamos nuestra comprensión. Notemos esas esperanzas. Alentémoslas. Nutrámoslas. Regocijémonos en su promesa. En medio de la inspiración que ellas producen, bien podemos sentir la presencia sostenedora de los ángeles — las intuiciones espirituales de Dios— que nos traen la clara comprensión de que Dios está por cierto complacido con nosotros, porque somos Sus hijos y que, como el Salmista declara: “El te concederá las peticiones de tu corazón”. Salmos 37:4.

Doy gracias a mi Dios,
haciendo siempre memoria de ti en mis oraciones,
porque oigo del amor y de la fe
que tienes hacia el Señor Jesús,
y para con todos los santos;
para que la participación de tu fe sea eficaz
en el conocimiento de todo el bien
que está en vosotros por Cristo Jesús.

Filemón 1:4–6

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