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Hace Mas De nueve años,...

Del número de abril de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Mas De nueve años, sufrí un fuerte ataque cardíaco. En esa época todavía no era Científico Cristiano, pero deseaba ardientemente confiar en Dios y comprenderlo. Mi esposa, que era, y es, Científica Cristiana, estaba conmigo. Yo le pregunté a qué podría yo aferrarme mentalmente, y ella me dijo unas verdades sencillas: “Tú eres el hijo perfecto de Dios”. “El amor de Dios es el único poder y presencia”. “Dios es Todo”. Mientras la ambulancia me llevaba al hospital, me repetía esto una y otra vez.

En el hospital el médico le dijo a mi familia que no podía hacer nada por mí. Dijo que posiblemente no pasaría el día. Sin la menor duda, yo sabía que mi esposa no aceptaría que ese veredicto fuera verdad; por el contrario, estaría afirmando constantemente la verdad de que yo era espiritual y que reflejaba a Dios por ser Su creación, el hombre.

Varias horas después me trasladaron a otro hospital muy grande en el área metropolitana, que tenía el equipo más moderno y se consideraba el mejor para pacientes con problemas del corazón. A la mañana siguiente, me desperté en la sala de cuidado intensivo. Lo primero que noté fue que no sentía temor. Tampoco sentía dolor, y las enfermeras estaban admiradas de que yo me daba cuenta de todo lo que estaba pasando. Mi esposa e hijos vinieron a visitarme, y me di cuenta de cuánto los amaba a todos ellos.

En los días siguientes, pude escuchar cassettes producidos por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana que mi esposa me había traído. Cuando podía, leía la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy, y cuando no podía hacerlo, escuchaba los cassettes. Durante las largas noches, pensaba en los mensajes que mi esposa había escrito en las palmas de mis manos, tales como: “Yo soy el perfecto hijo de Dios” y “Dios me ama”.

Al segundo o tercer día, el médico me dijo que no tenía ninguna posibilidad de continuar viviendo. Que no me podían operar porque el corazón estaba virtualmente destruido. Cuando la enfermera que me había estado atendiendo constantemente oyó esto, se acercó a mi esposa y le dijo: “No sé que ha estado usted haciendo por él, pero siga haciéndolo”.

De ahí en adelante mi esposa y yo estudiamos la Biblia y Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Quince días después, decidí que ya era tiempo de regresar a mi casa.

Cuando el médico interno vino a verme, le dije lo que había decidido hacer. El trató por todos los medios de disuadirme, porque estaba seguro de que moriría. Luego salió para regresar unos pocos minutos después con cinco prescripciones diferentes. Cuando le dije que no las necesitaba, me dijo que si no tomaba las medicinas, no había posibilidad de recuperación alguna. Pero yo estaba seguro de que yo estaba bien, y el médico finalmente se retiró deseándome lo mejor. (Mientras estuve hospitalizado, los médicos insistieron en que tomara los medicamentos — como treinta píldoras diarias— pero no me hacían el menor efecto. Al dejar el hospital, no volví a tomar ningún remedio.)

Mi esposa me llevó a casa en donde el resto de la familia me recibió con mucha alegría. No sabían que iba a regresar a casa esa noche. El amor llenaba la casa por completo. Dos días después volví a mi trabajo.

Hace poco más de nueve años que sucedió esto y no he sufrido ni la más mínima limitación. Los deportes de invierno, la pesca, el trabajo: todo lo he hecho con perfecta libertad.

Le doy gracias a Dios por la Ciencia Cristiana. El estudio diario de la Lección Bíblica, que aparece en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, el asistir a la iglesia los domingos y los miércoles, me han dado una base sólida en la Ciencia. Siento profunda gratitud por mi esposa y por todos aquellos que escuchan a Dios y están ayudando a otros para que aumenten su comprensión de Dios.

Al mismo tiempo con esta curación, hubo otra. Durante veinticinco años había usado lentes trifocales. Pocos días después de haber comenzado a leer la Lección Bíblica, tuve dificultades y pensé que debía cambiar los anteojos. La sorpresa fue inmensa cuando al quitármelos, vi que las palabras impresas pequeñas eran perfectamente claras. Continúo leyendo y estudiando mucho, y leo con la mayor facilidad, hasta hoy, sin anteojos. Mi copa está rebosando.


Deseo verificar el testimonio de mi esposo. En la mañana que se enfermó, le pregunté si quería que llamara a un practicista de la Ciencia Cristiana. Me respondió que sí. Hice la llamada, pero no encontré a nadie. Durante los siguientes quince o veinte minutos la situación empeoró notablemente, pero yo percibí con absoluta claridad que mi esposo estaba intacto, como la completa imagen espiritual de Dios. Para entonces, él me pidió que llamara una ambulancia.

Más tarde, cuando llevaban a mi esposo al hospital, pude comunicarme con un practicista quien me dijo que me apoyaría en la oración que estaba yo haciendo, y me dio algunas referencias para estudiar en la Biblia y en Ciencia y Salud.

Cuando llegué al hospital, el médico nos dijo a nuestros hijos que son adultos y a mí que no había ninguna posibilidad de que mi esposo continuara viviendo. Añadió que no se explicaba cómo estaba vivo todavía.

Al consolar a mis hijos, les dije que no debíamos temer, sino aferrarnos a la ley de la perfecta armonía de Dios, que estaba gobernando cada aspecto de la situación.

Un poco más tarde ese mismo día, llevaron a mi esposo a otro hospital. El cirujano especialista del corazón que lo examinó se sorprendió de su lucidez. Dijo que el ataque había sido horrendo, que debía haber muerto inmediatamente y que no se explicaba cómo estaba hablando y haciendo preguntas. Esto fue para mí una prueba clara de que la ley de Dios prevalecía sobre la llamada ley física. La ley de Dios es la única ley, y yo sabía que era la única que debíamos obedecer. Leí a mi esposo las siguientes líneas de Ciencia y Salud: “No creas en ninguna supuesta necesidad de pecar, enfermar o morir, sabiendo (como debieras saber) que Dios jamás exige obediencia a una llamada ley material, puesto que no existe tal ley. La creencia en el pecado y la muerte es destruida por la ley de Dios, la cual es la ley de la Vida y no de la muerte, de la armonía y no de la discordia, del Espíritu y no de la carne”.

Un paso de progreso para mi esposo fue el aprender que Dios verdaderamente lo amaba, que él no era un pecador miserable sino que Dios ama y cuida a cada uno y a todos Sus hijos constantemente. También comenzó a darse cuenta de que nada podía separarlo de Dios y del amor de Dios, porque en realidad el hombre vive en Dios.

Cuando mi esposo salió del hospital de camino a casa, expresaba constantemente mucha alegría por el alivio y bienestar que sentía. Al llegar a casa, pudo subir solo los escalones de la entrada. Luego nos sentamos y hablamos con nuestros hijos por cerca de dos horas. Esto sucedió durante la época navideña, y la alegría, armonía y gratitud de que todos disfrutábamos nos hizo sentir que habíamos experimentado la verdadera venida del Cristo. Todos estuvimos de acuerdo en que había sido nuestra mejor Navidad.

A propósito, al entrar a la casa, lo primero que mi esposo hizo fue llamar al practicista y pedirle que orara por él. En los años anteriores a esta curación, mi esposo había tratado algunas veces, en momentos difíciles, de confiar en Dios, pero aun cuando dijo que sabía que lo correcto era confiar en Dios, no parecía poder entender la Ciencia Cristiana.

Cuando estaba en el hospital, dijo que esta vez no abandonaría la Ciencia, sino que continuaría avanzando hasta alcanzar la comprensión, lo cual él hizo, y pronto estuvo libre para vivir una vida plena.

Mi gratitud por la comprensión que he adquirido por medio del estudio de la Ciencia no tiene límites.

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