¿Ha Tenido Alguna vez que enfrentar un problema o alguna obligación y, por extraño que parezca, en lugar de intentar encontrar una solución inmediata, lo agranda, admirando su magnitud y pensando constantemente en el problema? Y, al intentar resolverlo, ¿no ha pensado en el tremendo esfuerzo que va a tener que hacer para solucionarlo?
A estas alturas, especialmente si usted ha hablado sobre la magnitud del problema con algún amigo — incluso puede que se hayan reído juntos, con pesimismo, al considerar que es imposible resolverlo—, el problema parece tan arraigado, tan permanente, que no siente siquiera una pizca de optimismo sobre la posibilidad de llegar a aclararlo o sanarlo con éxito.
Parte de lo que se describe en estas líneas quizás le parezca familiar, ¡aunque espero que no demasiado familiar! El trabajar desde el punto de vista de la permanencia virtualmente ineludible de las dificultades, no contribuye en nada en la dirección correcta. Sólo nos impide ver la solución.
En lugar de agrandar un problema y luego tratar de deshacerse del mismo, es mucho más provechoso apartarse del contexto o posición difícil, y obtener así una perspectiva más amplia, más basada en Dios.
La Ciencia Cristiana nos enseña cómo podemos hacer esto al darnos una perspectiva nueva y más espiritual de Dios y el hombre. Esta Ciencia enseña que la naturaleza de Dios es la perfección, y que el hombre, por ser la semejanza de Dios, es Su creación perfecta. ¿Significa esto que el hombre es una creación material perfecta? No. Lo igual produce su igual; el perfecto Espíritu divino produce al hombre perfecto espiritual. No hay nada malo que se puede incluir en Dios o en el hombre. Esta es la perspectiva del “ojo de Dios”, que arroja luz sanadora sobre nuestras dificultades humanas.
Luego, la Ciencia Cristiana demuestra cómo esta perspectiva espiritual cambia las cosas. Enseña que la experiencia de cada uno depende fundamentalmente del pensamiento de cada uno. Entonces, si la experiencia es el resultado del pensamiento, es muy importante examinar y disciplinar la estructura del propio pensamiento. Para traer curación a una situación en particular, la bondad y totalidad de Dios deben ocupar un lugar primordial en el pensamiento minuto a minuto, por más que el punto de vista o la apariencia mortal den testimonio de que el mal es opresivo. Esta perspectiva, que tiene su base en Dios, nos ayuda paso a paso a superar la ilusión del mal, porque una vez que se destruye el mal en el pensamiento, no puede permanecer como parte de nuestra experiencia, ni expresarse en el cuerpo.
Puesto que Dios y lo que Dios crea es perfecto, podemos ver que el mal es en realidad una ilusión. En el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, la Sra. Eddy escribe: “Cuando la ilusión de enfermedad o de pecado os tiente, aferraos firmemente a Dios y Su idea. No permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento”.Ciencia y Salud, pág. 495.
La instrucción de que “no permitáis que nada sino Su semejanza more en vuestro pensamiento”, nos aconseja que nos elevemos por encima de una perspectiva confundida y mortal, hacia la realidad, la permanencia y la totalidad de Dios y de Su creación. Este punto de vista que se basa en Dios es siempre el antípoda mismo del concepto mortal, hipnótico y abrumador que pinta al hombre como material y vulnerable.
Cuando una perspectiva mortal cambia como resultado de la influencia de la verdad respecto a Dios y al hombre, se produce un efecto poderosamente sanador en el pensamiento humano. Las personas cambian con frecuencia sus puntos de vista sobre las cosas con poco o ningún efecto; pero este proceso científicamente cristiano es diferente. Este cambio de pensamiento, que tiene su origen en Dios, es evidencia del Cristo, el mismo Cristo, o la Verdad, que Jesús ejemplificó en sus obras de curación. El Cristo es una fuerza dinámica a favor del bien en nuestro pensamiento, que lo pone de acuerdo con la realidad que Dios crea y sustenta. Y cuando ponemos nuestro pensamiento de acuerdo con la verdad de Dios, entonces la perspectiva mortal, apremiante y exagerada de las cosas está lista para sanar. De hecho, cuando llegamos al punto en que estamos comprometidos realmente con la creación, con la realidad, de Dios, nos damos cuenta de que ya estamos sanos.
Hace poco tuve una curación por medio de la Ciencia Cristiana que ilustra estos conceptos. Lo maravilloso de esta curación es que aún me conmueve siempre que pienso en ella. Me di cuenta de que una protuberancia grande me había salido en la espalda. Al principio no me causaba dolor, aunque parecía fea, y generalmente la camisa la cubría. Comencé a orar con bastante frecuencia sobre esto, aunque no con mucha profundidad. Pero después de unos meses vi que las cosas se estaban poniendo peor. Entonces empecé a orar realmente. Me di un tratamiento muy concienzudo por medio de la Ciencia Cristiana tal como enseña el libro de texto de la Ciencia Cristiana. O por lo menos eso fue lo que pensé que estaba haciendo. Pero en lugar de mejorar, ahora la protuberancia me dolía bastante, y lo peor fue que yo estaba aún más envuelto en el problema. Me parecía enorme, y sentí que el problema iba más allá de lo que podía soportar. Descubrí que en mi intento por eliminarlo, había permitido que mi preocupación respecto a esta situación verdaderamente aumentara. Comprendí que tenía que hacer algo diferente.
Entonces, para obtener una perspectiva más amplia, analicé la forma en que había estado orando acerca de este desafío en particular, en comparación con todas las otras cuestiones sobre las cuales estaba orando. A veces, cuando hay varias cosas sobre las cuales deseo orar, suelo ordenarlas en una lista para estar seguro de considerar cada una de ellas cuidadosamente. Pero me di cuenta de que había estado orando de manera diferente respecto a este problema en particular. Este era mi problema, ¡para mí era muchísimo más importante que las catástrofes que estaban ocurriendo del otro lado del mundo! Entonces, comencé a sospechar que esta obsesión con mi problema podía ser lo que me estaba llevando a aferrarme al problema. Recordé algo que alguien dijo una vez: “Si descubres una araña en tu mano, ¡no vas a buscar un palo para pegarle; simplemente la dejas caer!” Serenamente comencé a comprender que me había aferrado a esta dificultad, y luego había tratado de “golpearla” con el “palo” de la Ciencia Cristiana. Había permitido que la bondad y la totalidad de Dios — y mi unidad con Dios— tuvieran un papel secundario, y había colocado el problema en primer lugar.
Entonces, decidí romper con esta perspectiva hipnótica de estar siempre atado al problema, y darle la importancia justa que merecía: absolutamente ninguna. En realidad no tenía lugar ni importancia en la creación de Dios, la creación del Espíritu. Para contribuir a poner este problema en su justo lugar, simplemente lo coloqué en medio de esa lista de muchas cosas sobre las cuales iba a orar ese día. No lo traté de una manera especial. Sencillamente oré sin pérdida de tiempo y con confianza, probablemente siguiendo esta línea de pensamiento de que Dios, como es la bondad pura, no puede reconocer ningún mal en mí. Digo “probablemente” porque no puedo ni siquiera recordar los términos específicos de mi trabajo metafísico; simplemente no quería permitir que esa imagen tan amenazante siguiera teniendo tanta importancia para mí.
Pensé en las obras de curación de Cristo Jesús, y en cómo enseñó que la Verdad hace libre al hombre. Al negarme a aceptar que esa condición tenía poder, no estaba cerrando los ojos al problema. Estaba permitiendo que el Cristo, la Verdad, lo destruyera en mi pensamiento.
Bueno, al día siguiente la protuberancia drenó, y muy pronto desapareció por completo. No podía haber sentido mayor gratitud. Pero estaba aún más agradecido por lo que había aprendido espiritualmente. La realidad, la perfección de Dios y la perfección del hombre (la mía), había llegado a ser fundamental para mí como la realidad espiritual y eterna: lo que verdaderamente importa. Aquel concepto de protuberancia se hizo menos que secundario; de hecho, ya no tuvo para mí ninguna importancia ni autoridad.
No nos tenemos que dejar engañar — en realidad, hipnotizar— con la sugestión de que debemos trabajar y orar muy “arduamente” por un problema, y que a consecuencia de ello la dificultad llegue a ser tan desproporcionada que perdamos de vista la verdad sanadora, es decir, lo que verdaderamente estamos buscando. En lugar de esto, debemos comenzar con Dios, desde la perspectiva de la perfección espiritual permanente del hombre, que tiene su origen en Dios. El libro de texto de la Ciencia Cristiana contiene esta afirmación: “La comprensión, semejante a la de Cristo, del ser científico y de la curación divina, incluye un Principio perfecto y una idea perfecta — Dios perfecto y hombre perfecto— como base del pensamiento y de la demostración”.Ibid., pág. 259.
Al orar partiendo de esta base —“un Principio perfecto y una idea perfecta”— nos lleva a considerar la verdad y la realidad espirituales, no sólo para destruir algún mal supuestamente “real”, y desproporcionado. Oramos de esta manera porque la Verdad es Todo, ¡es la única realidad que podemos percibir! Esto puede alejar el pensamiento de una aparente afinidad con un problema, y revelarnos la solución sanadora.
