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¿Por qué deben los cristianos proteger el ambiente?

Del número de abril de 1993 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El Año Pasado, en Río de Janeiro, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente (Parlamento de la Tierra) congregó a líderes nacionales de todas partes del mundo. Esto es un importante indicio de que hoy en día se está considerando seriamente el problema del ambiente. También es evidente que esta preocupación no se limita a políticos responsables, científicos y adeptos religiosos. Muchos miles de ciudadanos comunes también están comprendiendo la urgente necesidad de cuidar mejor nuestro planeta.

No obstante, los desafíos que enfrentamos obviamente son muchos y variados, vastos y complejos. La revista Times afirma: “Pueden pasar décadas hasta que el mundo sepa cuánto costarán todos los años de imprudencia”. Michael D. Lemonick, Time, 17 de febrero de 1992, pág. 63. Puesto que los problemas son tan vastos y tienen efectos potenciales con impacto a largo plazo, es difícil aun para los expertos en investigación ambiental evaluar adecuadamente los problemas. Para la mayoría de nosotros, la dificultad que constituye siquiera empezar a entender cuáles son los aspectos que involucra, mucho menos poder tratarlos de modo significativo, puede hacer que, a veces, la tarea parezca sin esperanza.

Pero en el corazón humano existe algo que se rebela contra la desesperanza. Y para el cristiano, la rebelión contra la desesperación se arraiga en la profunda convicción de que el poder de la oración, el amor de Dios y la gracia redentora del Cristo siempre traen la esperanza de curación y restauración. Sin embargo, el enfoque de esperanza y expectación que tiene el cristiano no puede ser una evasión ingenua, o un idealismo transcendental en que uno meramente deja pasar su turno en este mundo anticipando algo mejor en el próximo. Ser un cristiano — ser un seguidor de Cristo Jesús— significa asumir la responsabilidad individual (que seguramente incluye enfrentar los defectos y reconocer el mal trato que damos al ambiente), y luego atestiguar del poder transformador del Cristo, la Verdad. Es en este despertar espiritual que nos transformamos en nuevos hombres y mujeres, capacitados para hacer algo por medio del Cristo que tenga realmente un efecto sanador en nuestra vida y la de quienes nos rodean, y hasta en el mundo que nos rodea.

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