El Año Pasado, en Río de Janeiro, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente (Parlamento de la Tierra) congregó a líderes nacionales de todas partes del mundo. Esto es un importante indicio de que hoy en día se está considerando seriamente el problema del ambiente. También es evidente que esta preocupación no se limita a políticos responsables, científicos y adeptos religiosos. Muchos miles de ciudadanos comunes también están comprendiendo la urgente necesidad de cuidar mejor nuestro planeta.
No obstante, los desafíos que enfrentamos obviamente son muchos y variados, vastos y complejos. La revista Times afirma: “Pueden pasar décadas hasta que el mundo sepa cuánto costarán todos los años de imprudencia”. Michael D. Lemonick, Time, 17 de febrero de 1992, pág. 63. Puesto que los problemas son tan vastos y tienen efectos potenciales con impacto a largo plazo, es difícil aun para los expertos en investigación ambiental evaluar adecuadamente los problemas. Para la mayoría de nosotros, la dificultad que constituye siquiera empezar a entender cuáles son los aspectos que involucra, mucho menos poder tratarlos de modo significativo, puede hacer que, a veces, la tarea parezca sin esperanza.
Pero en el corazón humano existe algo que se rebela contra la desesperanza. Y para el cristiano, la rebelión contra la desesperación se arraiga en la profunda convicción de que el poder de la oración, el amor de Dios y la gracia redentora del Cristo siempre traen la esperanza de curación y restauración. Sin embargo, el enfoque de esperanza y expectación que tiene el cristiano no puede ser una evasión ingenua, o un idealismo transcendental en que uno meramente deja pasar su turno en este mundo anticipando algo mejor en el próximo. Ser un cristiano — ser un seguidor de Cristo Jesús— significa asumir la responsabilidad individual (que seguramente incluye enfrentar los defectos y reconocer el mal trato que damos al ambiente), y luego atestiguar del poder transformador del Cristo, la Verdad. Es en este despertar espiritual que nos transformamos en nuevos hombres y mujeres, capacitados para hacer algo por medio del Cristo que tenga realmente un efecto sanador en nuestra vida y la de quienes nos rodean, y hasta en el mundo que nos rodea.
Quienes se destacan tratando problemas ambientales hoy día, generalmente insisten en la necesidad de que la gente acepte la responsabilidad, tanto a nivel individual como colectivo, si es que la sociedad va a enfrentar honestamente los problemas de fondo y encontrar una solución. Por ejemplo, Carl Sagan, eminente científico espacial, sostiene que: “Nos hemos convertido en depredadores de la biosfera, arrogantes cual si fuésemos únicos dueños, sacamos siempre mucho provecho sin reponer nada. Y de esta forma, ahora somos un peligro para nosotros mismos y los demás seres con quienes compartimos el planeta”. Carl Sagan, Parade Magazine, 1.° de marzo de 1992, pág. 10. Uniéndose a pensadores religiosos, Sagan adopta la “metáfora del 'administrador’ ” como un modo de revertir la arrogancia y disminuir el peligro.
Esto muestra con claridad las razones fundamentales por las cuales los cristianos deben proteger el ambiente. Toda crisis que nos ponga en desacuerdo o haga que uno sea un peligro para su prójimo, y que requiera que se superen los pecados del orgullo y la voluntad propia, debe encontrar una solución espiritual. Un cristiano debería ocuparse de cuidar y sanar el ambiente, porque esto es esencialmente lo que significa ser cristiano. Cuidar y sanar es lo que Jesús pidió que todos sus seguidores hicieran como evidencia directa de su cristianismo y desarrollo espiritual. En el Sermón del Monte, Jesús pidió a sus seguidores que sean de corazón puro, pacificadores, que amen tanto a su prójimo como a sus enemigos, haciendo a los demás “como queráis que hagan los hombres con vosotros”, Mateo 7:12. produciendo buen fruto, haciendo la voluntad de Dios. Todo esto provee una guía práctica para las tareas cristianas de proteger, limpiar, restaurar y renovar el ambiente. Un elemento básico de lo que se requiere puede considerarse como vivir la “Regla de Oro” de manera directa pero inspirada.
Desde el punto de vista de la Ciencia Cristiana, a medida que nuestro pensamiento se purifica, también se purifica nuestra vida. A medida que el pensamiento y la vida se purifican, el ambiente donde éstos se desarrollan también se purifica. Esa purificación espiritual provee la curación que más se necesita para la crisis ambiental. Cuando la crisis interna cede a un propósito más elevado y abnegado en Cristo, la manifestación externa de dicha crisis necesaria e inevitablemente se ajusta. Esto no es idealismo; es realismo práctico. Y guía de una manera significativa todos nuestros esfuerzos para mejorar el ambiente.
En la Ciencia Cristiana uno aprende que el único modo de tener un cambio progresivo y duradero en la experiencia humana es tener una genuina transformación de consciencia y de conciencia. Esta transformación no sólo es moral sino espiritual, e incluye una percepción más pura y elevada de la creación. A través de la oración, nuestro entendimiento espiritual revela la realidad de que la creación de Dios fue concebida con inteligencia y con el propósito de expresar al Creador mismo. Y como Dios es Espíritu infinito y Amor divino, lo que Su creación, incluso el hombre y el universo, expresa, solo puede ser la naturaleza del Espíritu y el Amor, solo puede ser espiritual y amorosa, pura y completa, ilimitada y buena. En Ciencia y Salud, la Sra. Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, escribe de su propia experiencia: “Cuando aprendamos el camino en la Ciencia Cristiana y reconozcamos al ser espiritual del hombre, veremos y comprenderemos la creación de Dios — todas las glorias de la tierra y del cielo y del hombre”.Ciencia y Salud, pág. 264.
Ciertamente que tal definición espiritual de la creación contradice la evidencia física, tales como problemas ecológicos, la extinción de las especies y otros desastres ambientales que vemos en la biosfera, en lo que a veces se ha llamado un planeta enfermo. Pero el modo en que sanaba Jesús, el método científicamente cristiano de la curación, se basa en un entendimiento profundo de la realidad que siempre ha ido en contra del pensamiento limitado y material. Jesús vio más allá de la apariencia externa de la enfermedad, de una existencia desequilibrada, de vidas impuras y corruptas. En el ministerio de Jesús la comprensión de que el hombre y la creación son completamente espirituales, gobernados en absoluta armonía por la ley de Dios, reajustaba de manera consecuente lo que estaba desbalanceado en la vida de las personas, y traía curación. Había transformación, un cambio verdadero y externo así como también regeneración interna.
Debemos cuidar del ambiente por la verdadera esperanza que tenemos de que haya curación, por nuestro amor al prójimo y nuestra visión de que la creación es pura y completa. En la Ciencia del Cristo, los cristianos tienen los medios para guiar a la humanidad hacia la comprensión de una tierra totalmente “nueva”, una tierra nueva en equilibrio, entera, buena, con toda la promesa de la creación espiritual de Dios.
