Los Programas De televisión, los diarios, la publicidad y hasta las conversaciones entre amigos nos bombardean con el mensaje de que nuestra fuerza depende del estado del cuerpo y que la comida, las vitaminas y el ejercicio mantienen nuestro cuerpo.
No hay nada malo en comer con moderación y participar en actividades físicas. Lo primero es una necesidad humana y lo segundo puede ser un motivo de diversión que permite demostrar inteligencia y libertad de movimiento y tener una sensación de bienestar, sin tener en cuenta la edad. Sin embargo, el concepto materialista acerca de qué produce la fuerza y el sustento y de dónde provienen, puede tener consecuencias no satisfactorias y algunas veces, trágicas.
A pesar de que la gente obedece las llamadas reglas de la salud — comer alimentos adecuados, tomar vitaminas, hacer ejercicio— todavía parecen ser vulnerables a la debilidad o a la enfermedad o a algo que pueda destruir su bienestar. ¿No habrá una mejor forma de lograr la salud y mantenerla?
Cristo Jesús dijo: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” Mateo 6:25. ¿Qué es esta vida que es algo más que el alimento y este cuerpo que es algo más que el vestido?
A través del estudio de la Ciencia Cristiana descubrí que la vida, la Vida real del hombre, es Dios. Me di cuenta de que el “cuerpo” es la identidad espiritual consciente. Y que el verdadero “alimento” es la verdad del ser, que demuestra que el hombre es una consciencia individual que refleja la inteligencia y el amor, a los que damos el nombre de nuestro Padre-Madre Dios.
En consecuencia, Dios, y no la materia, es la verdadera fuente de todo lo que somos y El satisface todas nuestras necesidades. El es nuestra fortaleza y sustento. Sentí la verdad de esta afirmación cuando una enfermedad muy seria amenazó mi vida.
Debido a una alteración nerviosa, me volví semi-inválida. No podía comer casi nada y parecía un esqueleto andante. Consulté con varios médicos muy amables y compasivos y con algunos psiquiatras, pero lo único que resultó de estas consultas fueron algunos consejos y un montón de pastillas.
Cuando conocí la Ciencia Cristiana, estaba tomando pastillas para abrir el apetito, pero aún así no lograba comer. Tomaba pastillas para tener fuerzas, pero no las tenía. Tomaba pastillas para tener paz y descanso, pero no había paz ni descanso. Parecía estar cada vez peor.
Entonces un amigo me trajo el libro Ciencia y Salud por la Sra. Eddy y me hizo prometerle que lo leería del principio al fin. En ese momento no conocía nada sobre la Ciencia Cristiana, su iglesia o qué era o hacía un practicista de la Ciencia Cristiana. Todo lo que tenía era el “librito”; así que comencé a leerlo.
En el libro del Apocalipsis el apóstol escribe: “Tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí”. Apoc. 10:10. Yo también devoré los mensajes de este notable libro y a medida que leía acerca de la Vida que sustenta al hombre, del Amor divino que lo sostiene y satisface las necesidades de su vida, mi concepto de Dios comenzó a cambiar. Dejé de pensar en Dios como una especie de Papá Noel glorificado y comencé a entenderlo como una presencia eterna e inmediata que era el origen de todo lo que realmente soy. Lentamente, con la lectura de Ciencia y Salud, mi fe en la materia, tanto en forma de comida como de pastillas, sufrió un rudo golpe. Finalmente tiré a la basura todos los medicamentos, a los que poco después siguieron las pastillas de vitaminas y las tabletas de hierro, porque obviamente eran inútiles.
A medida que leía, me iba despreocupando de mi estado físico. Luchaba diariamente por entender las ideas que se me presentaban. Esta lucha continuó por varios meses. Estaba adquiriendo una nueva perspectiva de Dios, el hombre y el universo. Mi cuerpo comenzó a responder a la luz espiritual que iluminaba mi consciencia. La explicación de la Verdad que se expresa en el “librito” había destruido la base sobre la cual se fundaba mi sentido de la realidad. A la luz de la totalidad de Dios, vi que la materia era una ilusión; que realmente no existía en absoluto.
Una noche regresé de un examen médico general que mi familia había insistido que me hiciera. Los médicos me dijeron que el nivel de glóbulos en la sangre y la presión arterial ahora eran normales. Estaba muy agradecida por esta vuelta a la normalidad, pero todavía me sentía débil y enferma. El desaliento y la desesperación parecían abrumarme y caí en la cama clamando a Dios que me ayudara. De pronto sentí irrumpir en mi pensamiento una energía renovadora e inspiradora, una presencia angelical que contestó todos mis interrogantes. Me di cuenta de que yo estaba anticipando en mi pensamiento la idea de debilidad antes de que se manifestara, y que las creencias pecaminosas habían provocado un sentido falso de presión, tensión y pérdida de la paz. Cuando esta comunicación mental terminó, sentí que mis fuerzas volvían; el sentido de presión desapareció y tuve un mejor sentido de bienestar.
Poco después de esta experiencia estaba sentada a la mesa junto con mi familia en una gran cena de un día de fiesta y mi plato estaba lleno de comida. Vi el plato de comida y ni siquiera pensé en él. Antes de esto, si comía una pequeña porción de avena durante todo el día, era una buena señal. Ahora podía comer una comida completa sin tener ningún pensamiento indebido. Recobré mi peso normal en pocos días.
¡Qué agradecidos podemos estar por saber que Dios, el Espíritu, es nuestra verdadera fortaleza, nuestro verdadero sustento! El crea, sostiene, mueve e inviste de poder nuestro ser. El ser no tiene nada que ver con la estructura ósea, con músculos y tejidos que lo envuelven. Ninguna sustancia o estado físicos nos pueden dar o quitar la vida. Como la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El hecho es que el alimento no afecta a la Vida absoluta del hombre, y eso se evidencia cuando aprendemos que Dios es nuestra vida”.Ciencia y Salud, pág. 388.
Estoy muy agradecida por el “librito” Ciencia y Salud, que fue la llave que abrió la puerta a un mejor entendimiento de cómo utilizar el poder de la Palabra de Dios, como está expresada en las Escrituras. Cristo Jesús dijo: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Juan 8:32. Así fue, y así será.
    