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Cuando Mis Hijos estaban...

Del número de julio de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Mis Hijos estaban en la escuela primaria, nuestra hija era una de tres niñas que vivían en casas contiguas en nuestro vecindario. Se divertían mucho jugando juntas. Con gran pena llegó el día en que una de estas familias se mudó. Cuando nuestra hija fue invitada a pasar un largo fin de semana con ellos, ella esperaba ansiosamente el momento del reencuentro.

Fue la primera noche que la madre de su amiga me llamó llorando. Las dos niñas habían salido a andar en bicicleta al anochecer, y nuestra hija tuvo una mala caída al chocar contra un montículo de piedras.

Hablé con mi hija por teléfono. Puesto que había sido sanada anteriormente en la Ciencia Cristiana, ella naturalmente quería apoyarse en la oración en esta ocasión. Le aseguré que ella estaba en el Amor de Dios, y que nunca podía apartarse de ese cuidado porque El es omnipresente y omnipotente. Viviendo en esa atmósfera del Amor, estamos protegidos hasta de la suposición de que las circunstancias puedan ser discordantes. Hablamos de que era imposible que ocurriera un accidente o una lesión en el reino de Dios.

Jesús nos dice: “. ..el reino de los cielos está entre vosotros” (Lucas 17:21). Juan confiadamente dice esto del reino de los cielos: “No entrará en él ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira.. ." (Apoc. 21:27). Teníamos que mirar a través de la mentira, o ilusión, de accidente y lesión hacia la verdad espiritual, y permitir que apareciera la evidencia de la perfección divina.

Le pedí a nuestra hija que sintiera que el amor de Dios la abrazaba, y le aseguré que oraríamos por ella y llegaríamos a buscarla tan pronto como pudiéramos. Ella me contó luego que se le fue el dolor cuando hablamos por teléfono, y nunca volvió. Nunca tuvo ninguna marca de hinchazón o decoloración.

Mi esposo y yo rápidamente llevamos al coche una grabadora y cassettes inspiradores que compramos en una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana, así como mantas y almohadas, e hicimos el viaje de dos horas a la casa de nuestros amigos. Tanto a la ida como a la vuelta, ocupamos el tiempo orando, afirmando que el hombre es perfecto como Dios, leyendo de la Biblia y de Ciencia y Salud, y cantando himnos. Nunca ni por un momento dudamos de la perfección intrínseca de nuestra hija, otorgada por Dios, que ningún accidente podía cambiar.

Cuando llegamos a casa, nuestra hija dijo que quería entrar en la casa por sí sola. De inmediato nos dimos cuenta de que un pie estaba torcido en el tobillo, y de que estaba caminando con el costado de ese pie. Un hombro parecía estar dislocado. No podía usar el brazo, y había otras heridas menores.

La limpiamos y acostamos silenciosamente en su cama. Ciencia y Salud asegura a sus lectores: “El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana. El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico” (pág. 475). La Sra. Eddy también dice: “Tomad posesión de vuestro cuerpo y regid sus sensaciones y funciones. Levantaos en la fuerza del Espíritu para resistir todo lo que sea desemejante al bien” (pág. 393). Oré por mi hija utilizando estos conceptos sanadores, reemplazando en el pensamiento la apariencia ilusoria de accidente y lesión con conceptos de la perfecta semejanza de Dios. La clara afirmación de la perfección de la niña continuó por varias horas.

Me fui a acostar cuando sentí una hermosa sensación de paz, la presencia tangible del Cristo, la Verdad, que viene cuando la curación es completa.

Nuestra hija se levantó en la mañana con una sonrisa. Brazo y pie estaban curados y los podía usar libremente. Los cortes estaban cerrados y las contusiones habían disminuido. Una enfermera de la Ciencia Cristiana vino a casa, la bañó y le lavó la cabeza y limpió el resto de piedrecitas y polvo. Los cortes y contusiones desaparecieron a los pocos días. No hubo consecuencias posteriores.

Estamos realmente agradecidos por esta hermosa y rápida curación y por la ayuda amable, bondadosa y profesional de la enfermera de la Ciencia Cristiana.


Soy la hija que mi madre menciona, y atestiguo que esta curación ocurrió tal como la describe.

Al recordar la situación, lo que más recuerdo es el miedo que sentí cuando vi que el accidente era inevitable, y la gran sorpresa de despertarme tarde esa noche en una cama. Sin embargo, la curación empezó tan rápido que no recuerdo haber tenido ningún dolor ni haber percibido que mis extremidades no estaban bien. Ni siquiera la experiencia de ser lavada con agua jabón para extraer el resto de piedrecitas me trae recuerdo alguno de malestar.

Estoy agradecida por ésta y otras curaciones que he tenido. Estoy especialmente agradecida por la perspectiva inigualable de la vida que he obtenido al haber sido criada en la Ciencia Cristiana.


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