Cuando Mis Hijos estaban en la escuela primaria, nuestra hija era una de tres niñas que vivían en casas contiguas en nuestro vecindario. Se divertían mucho jugando juntas. Con gran pena llegó el día en que una de estas familias se mudó. Cuando nuestra hija fue invitada a pasar un largo fin de semana con ellos, ella esperaba ansiosamente el momento del reencuentro.
Fue la primera noche que la madre de su amiga me llamó llorando. Las dos niñas habían salido a andar en bicicleta al anochecer, y nuestra hija tuvo una mala caída al chocar contra un montículo de piedras.
Hablé con mi hija por teléfono. Puesto que había sido sanada anteriormente en la Ciencia Cristiana, ella naturalmente quería apoyarse en la oración en esta ocasión. Le aseguré que ella estaba en el Amor de Dios, y que nunca podía apartarse de ese cuidado porque El es omnipresente y omnipotente. Viviendo en esa atmósfera del Amor, estamos protegidos hasta de la suposición de que las circunstancias puedan ser discordantes. Hablamos de que era imposible que ocurriera un accidente o una lesión en el reino de Dios.
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