Hace Poco Una persona me dijo: “A veces, de noche, me quedo despierta pensando: ¿Qué pasaría si alguien entrara en mi casa y me atacara?” No es raro que la gente hoy tenga este tipo de preocupación.
Pero lo que preocupa a la gente no es únicamente el crimen o la agresión física. Hay empleados que temen que algún supervisor los despida de forma arbitraria. A algunos matrimonios les preocupa que sus parientes políticos o un ex esposo o ex esposa o un vecino entrometido pueda perturbar la felicidad de su hogar y de su vida familiar. O una persona puede temer que la aversión de alguien le ocasione problemas.
Sin embargo, y a pesar de esas preocupaciones y temores, la mayoría de esa gente afirma que sí cree en Dios. Ahora bien, uno puede preguntarse: ¿Qué tiene que ver que yo crea en Dios con la preocupación de que otras personas nos puedan dañar de algún modo? La respuesta depende en gran medida de cómo es el Dios en quien uno cree.
Hace unos años comencé a preocuparme muy seriamente acerca de cómo podían afectar mi vida los pensamientos o acciones de otras personas. Un día, mientras oraba sobre esto, se me ocurrió preguntarme: “¿Estoy creyendo en un Dios poderoso que me ama, pero que al mismo tiempo me dice que si alguien hace algo para causarme daño, El no puede o no está dispuesto a ayudarme? ¿Es posible que sea El quien nos esté diciendo que es inevitable sufrir las consecuencias de las opiniones y acciones de otras personas, ea justo o no? ¿Es ésta la clase de Dios en quien yo creo?” ¡No me llevó mucho tiempo encontrar las respuestas a esas preguntas! Era evidente que no describían al Dios que yo había aprendido a conocer y en quien yo confiaba.
Dios es algo muy real en mi vida; es el Padre-Madre a quien puedo acudir en oración. Y cuando de pronto, mientras estoy orando, florecen en mi pensamiento ideas nuevas y útiles, siento muy claramente la presencia de Dios, Su bondad, Su poder y Su amor por mí. Mi estudio de la Ciencia Cristiana y la Biblia me ha enseñado que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza. Me ha enseñado que el hombre, por ser la imagen del Espíritu, es una idea espiritual y no un ser material y vulnerable, y que entre Dios y el hombre, el creador y Su linaje, existe una relación indestructible. He comprobado, a través de los años, que esa relación es algo con lo que se puede contar y en lo que se puede confiar.
Mientras pensaba en estas cosas, comencé a percibir la importancia de ser consecuentes entre nuestra comprensión de Dios y Su creación y la manera en que pensamos y vivimos. Si conocemos la presencia de un Dios bueno, amoroso y todopoderoso, no tiene sentido vivir como si estuviésemos creyendo en un Dios injusto, indiferente o impotente, porque vivir con temor a los demás tiende a mostrarlo así. Cuando reconocí la falta total de congruencia entre lo que yo sabía que era Dios y lo vulnerable que me había sentido, mi temor simplemente se evaporó, completa y permanentemente.
Pero ¿cómo podemos explicar el hecho de que la gente con frecuencia padece injusticias en manos de otros? Aunque a menudo el sufrimiento se atribuye al mal impersonal que se impone sobre la humanidad, hay una sensación de que nuestra perspectiva del mundo — lo que creemos que es el mundo — tiende a determinar lo que vemos y experimentamos. Si creemos firmemente que estamos de alguna manera indefensos en un mundo material injusto y pavoroso, es probable que encontremos reflejada esta creencia en nuestra experiencia.
La Ciencia Cristiana nos muestra que no es necesario vivir de esa manera. Nos enseña que, en realidad, vivimos bajo el gobierno de un Dios justo y amoroso que ha creado a Sus hijos para bendecirnos el uno al otro y no para hacernos daño. Si oramos diariamente, reconociendo la bondad de Dios y de Su creación, y afirmamos nuestra relación con El, podemos aprender a confiar en esa relación. La comunión diaria con Dios nos traerá la seguridad de que no somos seres mortales indefensos y a la deriva en un mundo lleno de peligros, sino los amados hijos de Dios, y vivimos bajo Su protección en Su universo espiritual. Por medio de la oración podemos llegar a confiar en que, aun si aparentemente nos amenaza un peligro, podemos encontrar seguridad volviéndonos a Dios. Cuando logramos comprender esto y comenzamos a probarlo — tal vez en pequeña escala al principio — descubrimos que podemos vivir con más confianza. Comprobamos que es perfectamente seguro amar a los demás, tal como enseñó Cristo Jesús, y que no existe razón para temerles. Esto significa vivir tal como Dios determina que vivamos, y nos coloca bajo Su protección.
"No somos seres mortales indefensos y a la deriva en un mundo lleno de peligros, sino los amados hijos de Dios, y vivimos bajo Su protección en Su universo espiritual."
No hay duda de que en la experiencia humana el pecado trae sufrimiento, y eso nos impulsa a vencer el pecado. Pero la creación de Dios es totalmente buena, y las leyes de Su universo son absolutamente justas y rectas. Esto significa que no estamos obligados a sufrir por los pecados de otros. En la Biblia, el profeta Ezequiel explica a los israelitas que Dios requiere de ellos que abandonen la idea de que una persona debe sufrir por las maldades cometidas por otra. Les explica que cada persona es responsable de sus propios actos. Hay que dejar de lado la creencia errónea de que los que actúan mal pueden obtener buenos resultados o que el mal puede perjudicar a los que obran bien. “La justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él”, Ezeq. 18:20. es el resumen del mensaje de Dios que transmite Ezequiel.
Si realmente nos estamos esforzando por vencer nuestros propios pecados y nuestros defectos y deseamos descartar la creencia errónea de que Dios permite a otros que nos perjudiquen por medio de los pecados y defectos de ellos, nos iremos dando cuenta de que nuestra ansiedad está desapareciendo. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Es evidente por sí mismo que somos armoniosos tan sólo cuando dejamos de manifestar el mal o la creencia de que sufrimos a causa de los pecados ajenos. No dar crédito al error destruye al error y conduce al discernimiento de la Verdad”.Ciencia y Salud, pág. 346.
La vida de cada persona está siempre en relación directa con Dios. El es nuestro Padre-Madre que ama individualmente a cada uno de nosotros, que nos cuida y nos guía. Esta relación con Dios sirve como santuario para cada individuo. No sólo es sagrada, sino también privada. No puede ser invadida por un esposo o esposa, ni por los padres, o hijos, vecinos, empleados, amigos o extraños.
En realidad, nadie puede invadir o entrometerse en la vida de nadie, pues el desarrollo de la vida de cada uno es solamente entre esa persona y Dios. La comprensión de esto no nos separa de los demás, sino que produce un efecto contrario. Cuando percibimos que no estamos a merced de otra gente y que no debemos temerles de ninguna manera, estamos en condiciones de disfrutar en mayor medida de nuestras relaciones.
¿Qué podemos hacer si a pesar de que aceptamos como un hecho real la bondad y el poder de Dios y Su amor por nosotros, aún persiste cierta ansiedad? Nos ayuda a comprender que Dios por Sí mismo puede eliminar estos temores. Dios conoce la verdadera identidad de cada uno de nosotros; somos Sus hijos y, por lo tanto, espirituales e invulnerables, a salvo con El en nuestro santuario espiritual. A través de la oración, cada uno de nosotros también puede llegar a conocerse a sí mismo de esta misma manera.
El temor de que otros puedan hacernos daño es falso y se basa en la creencia errónea de que la creación de Dios incluye el mal y el peligro. Debido a que ese temor es erróneo, podemos reprenderlo. Una reprensión es una reprimenda muy severa, hecha con autoridad. La Biblia menciona en varias oportunidades que Cristo Jesús “reprendió” el mal, incluso la enfermedad, la demencia y una tormenta en el mar. Véase Lucas 4:38, 39; Marcos 1:23–26; Mateo 8:23–26. En cada caso, su reprimenda destruyó el peligro. Su entendimiento correcto acerca de la divinidad y de la relación del hombre con Dios le dio autoridad sobre el mal.
Nosotros también podemos actuar con la autoridad del Cristo. Cuando comprendemos la naturaleza de Dios y nuestra relación con El, no tenemos necesidad de acobardarnos ante ningún temor que se presenta a la entrada de nuestro pensamiento, pues sabemos que no tiene fundamento y que tenemos la autoridad que Dios nos ha otorgado para reprenderlo. La Biblia, en la segunda epístola a Timoteo, nos asegura: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. 2 Tim. 1:7.
No debemos vivir con el temor de lo que otros puedan hacernos, puesto que Dios no ha otorgado a nadie poder alguno sobre la vida de otro. Dios es el único que gobierna la vida de cada uno, ahora y para siempre y estamos seguros en nuestra eterna unidad con El. Esta es la ley divina.
