Años Atras Cuando nuestros hijos concurrían al jardín de infantes, los llevábamos en coche junto con cuatro o cinco niños más, y nosotros los padres nos turnábamos para llevarlos y traerlos. Un día una de las mamás me dijo: “Le pregunté a tu hijo algo que no tenía derecho a preguntar, y ¡deberías haber oído lo que me contestó!”
Me contó entonces que nuestro hijo hablaba tanto de que iba a la iglesia que ella no pudo resistir decirle: “Dime honestamente, ¿qué prefieres, ir a la iglesia o al jardín de infantes?” (Recuerdo que pensé que esta pregunta no era del todo justa ya que a él ¡le encantaba ir al jardín!)
La madre continuó: “Y ¿sabes qué me contestó? Que prefería ir a la iglesia”. Yo quedé casi tan sorprendida como ella, y a la vez muy contenta.
Sin embargo, en otras ocasiones mi esposo y yo no nos sentimos tan felices con las preferencias de nuestros hijos. ¿Qué pueden hacer los padres cuando un hijo hace una elección que consideran es una mala decisión, cuando parece ser que ha tomado un camino equivocado, ya sea en un aspecto moral o financiero, o no muy acertado con respecto al éxito de su carrera? Tal vez pensemos que están saliendo con alguien que no es adecuado para ellos, o que no se han casado con la persona indicada, o que están criando a sus hijos en una forma equivocada. Quizás estemos entristecidos porque siguen una religión distinta a la que les dimos a conocer, o porque no practican ninguna. ¿Qué podemos hacer cuando nos vemos ante situaciones como éstas?
Una opción sin duda, sería descargar nuestro enojo. Pero estar furiosos con nuestros seres queridos no es, por lo general, la manera más eficaz de lograr el bien que deseamos para ellos. De modo que, en lugar de esto, podríamos tomar en cuenta este consejo de la Biblia: “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor”. Prov. 15:1.
Aún más, podría ser muy importante recurrir al amor y a la fortaleza moral para hacer frente al egoísmo y a la obstinación con verdades sólidas sobre Dios y el hombre, verdades que ayudarán a su hijo a distinguir la diferencia entre el bien y el mal, la seguridad y el peligro, la realidad y la irrealidad. Verdades que lo ayudarán a ver con más claridad quien es él realmente como hijo o hija de Dios, puro, amado, completo y sin temor.
Después de todo, ¿por qué una persona joven, o cualquier otra, haría una decisión equivocada en primer lugar? Podría ser por temor o inmadurez, o porque, al menos por un momento, están confundidos moral o espiritualmente. Puede que crean que las cosas que son en realidad malas. para ellos, son de alguna manera buenas, y viceversa. O que el mal — en forma de soledad, temor, enfermedad, o sensualidad — es más real y apremiante para ellos que el bien.
Cuando nuestros hijos están perdidos temporariamente en esta especie de dilema, la mayor dificultad para ellos es recobrar la fe en el bien, en el bien que todo lo abarca y que mucha gente reconoce como Dios. Una vez que comienzan a sentir el amor infinito que Dios siente por ellos, se restablece el sentido de orientación correcta en el ámbito moral y espiritual de su vida. Entonces todo lo demás se arregla y el camino se hace más claro. Recuerdan que Dios siempre está con ellos, como el origen y la esencia de su propio ser. Y en la luz de esta realidad redescubierta, las situaciones problemáticas de pronto se traducen en respuestas espléndidamente claras y espirituales. La paz que sienten en su corazón les dice que Dios les ha hablado. Y lo que más quieren es seguir esa voz divina.
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy describe esta clase de reorientación. Al hablar de la Ciencia Cristiana escribe: “Muestra la relación científica del hombre con Dios, desenreda las ambigüedades entrelazadas de la existencia y libera al pensamiento aprisionado”.Ciencia y Salud, pág. 114.
Esto fue lo que sucedió cuando nuestra hija tuvo que tomar una importante decisión. Desde los siete años saltaba del trampolín y de la plataforma. Pero cuando tenía quince años se torció la espalda cuando se zambullía desde la plataforma de diez metros. Su entrenador y el fisioterapeuta del equipo acordaron que ella debía ver a un médico de inmediato. Pensaron que podría ser necesario hacer una operación quirúrgica, como había sucedido con una integrante del equipo que había sufrido una lesión similar.
Al principio nuestra hija no sabía si debía confiar en Dios para sanar, como lo había hecho toda su vida, o buscar ayuda médica. Su padre y yo queríamos que ella tomara la decisión y le dijimos que la apoyaríamos en todo momento. Todos acordamos, sin embargo, que la oración sería lo principal, y sabíamos por experiencias anteriores, que esa oración nos mostraría con claridad los próximos pasos a seguir.
Nuestra hija pidió a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara con ella. Uno de los pensamientos, con que trabajaron fueron estas palabras de Jesús. “...para Dios todo es posible”. Mateo 19:26. Esta promesa hizo que nuestra hija se sintiera llena de paz y confianza respecto a confiar solo en Dios para sanarse.
Pero hubo momentos desalentadores. Una tarde, alrededor de la hora que normalmente iba a practicar los saltos, apenas podía contener las lágrimas. De modo que me pidió que le leyera la lección Bíblica de esa semana, que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. A medida que lo hacía, ella parecía ir absorbiendo cada palabra. Luego dijo tranquilamente: “Estoy lista para ir a saltar, ¡ahora!” Me pidió que la llevara de inmediato a la piscina, y que yo me volviera a casa a orar. Durante las dos horas siguientes oré sin cesar. Sentí que ella había adoptado una posición valiente a favor de la curación espiritual en la Ciencia Cristiana, y quería estar a su lado. Eso significaba deshacerme de mis temores, y también significaba comprender, de una vez por todas, que su ser verdadero y espiritual como hija de su Padre-Madre Dios estaba intacto y por siempre alejado de toda lesión o accidente.
Cuando pasé a recogerla me dijo que las primeras zambullidas le causaron molestias. Pero que pensó: “Eso es tan sólo la materia que habla; y yo soy espiritual”. Cada zambullida, se hizo un poquito más fácil, hasta que se sintió espléndida. Para cuando yo llegué, ella, su entrenador y sus compañeras de equipo estaban radiantes. Ella había sanado y ellos lo sabían. Y el problema de la espalda nunca más se presentó.
Un mundo lleno de niños, algunos sin padres a quienes recurrir, necesitan y merecen nuestras oraciones para enfrentar las decisiones que tienen que tomar cada día. Cuanto más veamos a estos hijos — ya sean niños, adolescentes o adultos — como representantes de la única Mente divina, más acertadas serán sus opciones. Y más seguro será su futuro y el de la humanidad.
Instruye al niño en su camino,
y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.
Proverbios 22:6
