Cristo Jesus Desacreditaba las apariencias materiales viendo a los demás como Dios los había creado: el linaje del único Espíritu infinito e incorpóreo. El Maestro expresaba la visión perfecta que Dios tiene del hombre, el cual fue hecho “muy bueno”, de acuerdo con el primer capítulo de la Biblia. La visión trascendental que Jesús tenía de la vida producía un efecto sanador inmediato; hacía que los ciegos de nacimiento pudieran ver. El sabía que la visión correcta es una necesidad humana legítima, que su Padre amoroso satisface a través de la iluminación espiritual.
La luz del bien divino ilumina la consciencia humana y nos permite ver más de la creación del Espíritu, hecha a la semajanza divina. La imagen de Dios sólo puede ser tan indefectiblemente amorosa como el mismo Amor divino. A medida que vemos a nuestros parientes, amigos y vecinos bajo una luz más espiritual y amorosa, encontraremos que nuestros afectos son menos parciales o selectivos en lo que respecta a amar a unos, pero no a otros. Nuestro amor será más semejante al Cristo, al expresar ese amor firme que Dios siente por todos nosotros.
El entendimiento del Cristo — la idea eterna del Amor perfecto que la vida de Jesús ejemplificó de un modo total — tiene una relación directa con la visión humana, en la manera en que nos vemos a nosotros mismos, a los demás, al hogar, a los negocios, al gobierno, a la iglesia. A través del Cristo, podemos negarnos a aceptar sentimientos que nos ciegan, tales como la crítica personal, el resentimiento y el prejuicio.
Pasar por alto todo lo que no anda bien en el mundo no es actuar de acuerdo con el discernimiento espiritual que traspasa la oscuridad del mal con la luz de la bondad divina. Sino que mirar más allá del mal (viendo que es una mentira que carece de fundamento, que no tiene sanción divina, y que tenemos que reemplazar con la verdad espiritual) ilumina nuestro punto de vista acerca de la vida. Este es el punto de vista que adoptó Jesús, y traía curación.
En una oportunidad cuando el Maestro se encontró con un ciego, los discípulos se preguntaban si los pecados de los padres o del hombre le habían causado la ceguera. Jesús les dijo que ninguno había pecado; él sabía que sólo aquello que proviene de Dios tiene el derecho de manifestarse en nuestra vida. Entonces restauró la vista del hombre. Ahora, como entonces, la operación del Cristo en nuestra consciencia elimina el mal con el bien, al revelar que la verdadera esencia de la vista es la facultad pura que tiene su origen en el Alma o Espíritu.
Cuando la Biblia declara: “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio”, Hab. 1:13. ¿acaso no se está refiriendo a la naturaleza impecable de Dios, como Alma infinita? No hay oscuridad ni ceguera en el Alma ni en su manifestación. En el Espíritu inmortal, la Vida eterna, no puede haber mal ni depravación que provoque la enfermedad en el hombre, La luz del Cristo desenmascara y destruye el pecado y su decepción, al demostrar que la inocencia y la pureza satisfacen al ser del hombre a la semejanza de Dios. El ver con los sentidos del Alma libera de la lujuria y el sensualismo, promueve nuestro bienestar total, incluso el normal funcionamiento de los ojos.
La opinión fisiológica y médica llega a conclusiones diametralmente opuestas acerca de la salud del hombre. El diagnóstico óptico y las recetas recurren a los remedios y gotas para combatir las enfermedades y el deterioro de la vista. Sin embargo, el tratamiento médico, a pesar de sus esfuerzos por aliviar el sufrimiento, está fundamentalmente en desacuerdo y, por lo tanto, fuera de foco con la realidad espiritual.
Estar centrado en la Verdad — estar en armonía con un Dios que todo lo ve y que es todo amor, que es demasiado puro para conocer el mal — es negar la mentalidad dual que ve a la creación tanto material como espiritual, tanto saludable como enferma; es anular las actitudes miopes del egoísmo y el egotismo. Al concentrarnos en la tarea del día — para saber lo que ve Dios en nosotros por ser Su creación espiritual — no tememos un futuro de vejez y deterioro ni lamentamos un pasado egocéntrico de arrepentimiento y pérdida. En lugar de ello, aceptamos la perfección presente y el bien abundante del Amor infinito y actuamos de acuerdo con ellos.
A medida que comprendemos mejor la visión que tiene Dios del hombre, mejora nuestro propio sentido de la vista. La Ciencia Cristiana corrige la visión deficiente, disipando el enfoque material del hombre por medio del entendimiento espiritual. La Sra. Eddy escribe: “La lente de la Ciencia aumenta el poder divino a la vista humana; y entonces vemos la supremacía del Espíritu y la nada de la materia”.Escritos Misceláneos, pág. 194.
Yo había estado usando anteojos durante diez años; sin embargo, mi vista continuaba deteriorándose. Mi carnet de conductor decía: “Debe usar lentes correctivos”. Finalmente comprendí que una visión pobre puede ser “corregida” por medios espirituales. Para ver con más claridad, yo debía mirar con mayor espiritualidad. Estudié la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy para discernir con mayor profundidad el significado metafísico de vista, visión, ojos, imagen, foco, lentes.
Comencé expresando gratitud. Estaba agradecido porque la ley de Dios es conocida y está operando en el presente como la Ciencia Cristiana, porque la verdadera visión existe como una realidad espiritual que se puede comprobar, y que podía empezar, ya mismo, a alcanzar la comprensión del Cristo acerca de Dios y el hombre, en lugar de tratar de cambiar lo que el mundo llama ojos “malos” en ojos “buenos”. Mi expectativa de la bondad de Dios empezó a disipar el temor, el desaliento y la duda. A pesar de que la evidencia material mostraba una vista pobre, la gratitud me permitió hacer frente a la limitación física.
Mi primer paso de progreso vino con la percepción que imparte el Cristo de que la verdadera visión del hombre no es material sino espiritual. La Biblia declara: “El oído que oye, y el ojo que ve, ambas cosas igualmente ha hecho Jehová”. Prov. 20:12. Puesto que Dios es Espíritu incorpóreo y lo ve todo, el ojo que El hace tiene que ser algo diferente del órgano físico conocido como ojo. Lo opuesto del Espíritu, la materia, no puede tener una vista inherente a sí misma, ni buena ni mala. La semejanza de Dios, el hombre, refleja luz y vista espirituales.
Aprendiendo más acerca de lo que Dios ve y conoce, sometí mi entendimiento a la prueba diaria del vivir cristiano. Me esforcé por ver a cada persona y a cada cosa en su concepción espiritual verdadera. Usando los anteojos lo menos posible, evitando los autoexámenes, tomando precauciones para no esforzarme por ver mejor, esperé con paciencia que se manifestará inevitablemente en mí el carácter semejante al Cristo. Los pensamientos desemejantes a Dios — el temor, el desaliento, el envejecimiento, el egoísmo — empezaron a desaparecer. El problema de la vista, con sus puntos de referencia materiales, se detuvo, y mi vista no se deterioró más.
Mis oraciones y el estudio continuaron durante siete años. Durante ese tiempo de crecimiento espiritual tomé instrucción en clase Primaria en la Ciencia Cristiana. Durante la clase sentí que no tenía necesidad de usar anteojos y dejé de usarlos.
Varios años después tuve un período de intenso estudio en mi profesión. Cuanto más leía, más aplicaba la Ciencia del cristianismo. El ver a los demás — aun a mis “enemigos” — de una manera más amorosa me hizo apreciar que la visión, tal como el amor, es un don que nos dio el Espíritu divino para que lo usemos ampliamente. A medida que corregía en mi vida el enfoque distorsionado acerca de Dios y el hombre, las ideas se volvían más claramente definidas y la gente aparecía bajo una luz más bondadosa, menos crítica.
Más adelante, cuando renové mi licencia de conducir, me dijeron que debía usar lentes correctivos, pero me rebelé, e incluso, durante un tiempo manejé el coche sin licencia, hasta que un pensamiento angelical detuvo mi obstinada actitud, totalmente ilegal. La verdad vino como una paráfrasis de las Escrituras Véase 1 Juan 4:20.: “Si no amo y obedezco la ley que he visto, ¿cómo puedo amar la ley de Dios que no he visto?”
Con humildad, regresé a la oficina de Tráfico a obedecer las reglas. El examen de la vista que me hicieron confirmó que no necesitaba anteojos, y la indicación “Debe usar lentes correctivos”, fue eliminada de mi carnet. Desde entonces, hace ya tres décadas, he renovado mi carnet de conducir muchas veces, y el resultado ha sido siempre el mismo. La Sra. Eddy escribe: “La humildad es lente y prisma de la comprensión de la curación por la Mente. ..”Esc. Mis., pág. 356.
Puesto que Dios es el Alma pura del hombre, que ve únicamente el bien, El debe ser también la Mente infinita del hombre, la cual conoce sólo el bien. La verdadera visión es la habilidad de discernir la realidad de todas las cosas, de ver las ideas de la creación de la Mente. Nuestro creciente discernimiento espiritual sobre Dios y el hombre no se origina en nosotros; expresa la sabiduría y la inteligencia que imparte a cada uno de nosotros la Mente que todo lo sabe y todo lo ve. Por lo tanto, su uso constante y cristiano, nunca se deteriora sino que aumenta la percepción.
