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Escribo Este Testimonio...

Del número de julio de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Escribo Este Testimonio con la esperanza de que otros se beneficien de las ideas que en él expreso.

Me crié en una familia muy unida, feliz y bien formada; me iba muy bien en los estudios y gozaba de buenas relaciones con mis amigos y familiares. Durante mi niñez y mis años de adolescente me vi forzado a darme cuenta de la atracción homosexual que sentía. Esto no me llevó a tener relaciones homosexuales, pero destruyó completamente mi autoestima. En medio de la promesa de ser un adolescente, sufrí mucha angustia emocional. No compartí estos estos sentimientos con nadie y me sentí temeroso, avergonzado y, con el tiempo, totalmente desesperado.

Cuando estaba en la universidad, durante un corto tiempo busqué respuestas en la religión en que había sido criado, pero no obtuve ningún resultado práctico. Desde que recuerdo, había alimentado el deseo de ser sanado, aunque no creía que hubiera forma de hacerlo o de escapar de mi sufrimiento.

La atracción tenía un efecto tan negativo sobre cada aspecto de mi vida y de mis relaciones que, poco a poco, empecé a creer que una fuerza maligna estaba operando en mí, y que yo era su víctima. Finalmente hablé sobre el tema con mis padres, y decidimos juntos que debíamos buscar la ayuda de un psiquiatra, lo cual hice durante un largo período de tiempo. Aunque recibí cierta corrección y apoyo, en su mayor parte fue muy penosa para mí, y los temas de la sexualidad, identidad y autoestima siguieron sin resolverse.

Mary Baker Eddy declara: “El deseo es oración; y nada se puede perder por confiar nuestros deseos a Dios, para que puedan ser modelados y elevados antes que tomen forma en palabras y en acciones” (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 1). Pero aún no sabía que el deseo de liberarme podía en verdad cumplirse si “modelaba” espiritual y correctamente mi pensamiento.

Fue entonces cuando un familiar muy querido, una Científica Cristiana, sugirió que empezara a estudiar su religión. El rechazo inicial se convirtió en disposición más tarde, y comencé a leer la Lección Bíblica semanal. Sentí que este estudio era prometedor, pero la homosexualidad aún me parecía insuperable.

A medida que comenzaba a aprender que mi identidad espiritual era sin mancha de pecado o error, me sentí más seguro de mí mismo. Me asombró la aceptación y el amor que me hizo sentir la gente de mi nueva iglesia, aunque seguía sintiéndome incapaz de amarme a mí mismo. Me llevó mucho tiempo contradecir a través de la oración el concepto falso de que yo era un mortal que necesitaba curación o que no podía ser sanado.

Algunas frases de Ciencia y Salud fueron de especial ayuda, como por ejemplo: “Cuando las falsas creencias humanas se enteran, aun en grado mínimo, de que son falsas, empiezan a desaparecer” (pág. 252). En cuanto al pecado, la Sra. Eddy escribe: “Es una consciencia de pecado, y no un alma pecaminosa, lo que se pierde” (pág. 311). Aprender a adorar a Dios y entender la relación del hombre con El llegaron a ser mis verdaderos deseos. Este concepto mejorado de adoración me capacitó para obtener una mejor comprensión de la verdadera belleza. Leí: “La receta para la belleza es tener menos ilusión y más Alma...” (pág. 247).

Mis pensamientos y acciones comenzaron a cambiar poco a poco a través de los años. El primer cambio más marcado tuvo que ver con el deseo de abandonar todo pensamiento egocéntrico, y empezar a amar a los demás espiritualmente. Esa disposición de ampliar el amor espiritual no hubiera podido manifestarse sin una mejor comprensión de la identidad del hombre como se define en la Biblia, donde se declara que el hombre es la “imagen” y “semejanza” de Dios (véase Gén. 1:26). Aprendí a amar a todo el que se cruzaba en mi camino. Este afecto espiritual se expandió en relaciones que podía disfrutar más, y empezó a tener un impacto positivo en mi vida profesional, que se volvió cada vez más libre de limitaciones, temores y de la imagen desfavorable de mí mismo que entonces tenía. Oré para ver en los demás las cualidades espirituales puras y hermosas, y reconocí que, puesto que Dios es su fuente, yo también poseo estas cualidades, porque soy su reflejo.

Empecé a expresar más gracia, un amor más profundo y puro, un sentimiento más amplio de alegría y solicitud desinteresada; a tener la disposición de renunciar a la creencia arraigada de que había tenido una juventud trágica: a dejar de lado un patrón de pensamiento egoísta, y a tener el deseo consciente de ver al mundo desde el punto de vista de que Dios es bueno y es el creador de todo lo que existe.

Las ideas sanadoras en el libro de Salmos fueron los pilares para mi esfuerzo por conocer y aprender acerca de la misericordia de Dios. Me volví vez más indiferente a la atracción hacia otros hombres jóvenes al reconocer que éstas no eran tendencias naturales sino mentiras de la mente carnal y del sentido personal, y no mis propios pensamientos, los cuales son verdaderos y mantenidos por Dios. Vi como verdadera la promesa en el Apocalipsis de “un cielo nuevo y una tierra nueva” (21:1); y también la frase en Ciencia y Salud: “El estar dispuesto a llegar a ser como un niño y dejar lo viejo por lo nuevo, dispone al pensamiento para recibir la idea avanzada” (págs. 323–324).

La completa libertad de las tendencias homosexuales se produjo cuando llegué a vivir esperando el bien. Se desarrollaron muchas amistades con mujeres, y algunas han sido románticas. Todas las relaciones han sido construidas sobre una base moral sólida.

Ya no hay ningún rastro de disturbio y confusión en mi vida. Busco encontrar una esposa solícita y cariñosa, movido por el fuerte deseo de tener mi propia familia. Me siento muy bien adaptado a la sociedad, y he tenido amplia prueba de la promesa de que “ahora somos hijos de Dios” (1 Juan 3:2). Toda esta transformación ocurrió en un período de varios años y fortaleció mi resolución de practicar el ministerio sanador que Cristo Jesús practicó.

La curación completa de la homosexualidad no habría ocurrido si no hubiera estado dispuesto a separar la irrealidad de la realidad, el error de la verdad, o si no hubiera obtenido un concepto de mi verdadero ser espiritual.

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