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Hace Cuatro O cinco años...

Del número de julio de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Cuatro O cinco años tuve una curación que me demostró cuán importante es “[estar] de portero a la puerta del pensamiento”, como afirma Ciencia y Salud. (La página 392 incluye la declaración completa: “Estad de portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que queráis que se realicen en resultados corporales, os gobernaréis armoniosamente”.)

Entablé una conversación con un hombre que se estaba recuperando de una operación en ambas caderas, y a quien le habían implantado nuevas articulaciones en la cadera. Unos días más tarde sentí dolor en una de mis caderas; tenía la sensación de que no estaba bien. Me di cuenta de que había aceptado que era necesaria una operación de cadera como algo obligatorio en ciertas circunstancias en lugar de orar para comprender que esto era un error. Uno de los pasajes en Ciencia y Salud que me ayudó a comprenderlo dice: “La Mente es la fuente de todo movimiento, y no hay inercia que demore o detenga su acción perpetua y armoniosa” (pág. 283). En un solo día, a medida que oraba, los síntomas desaparecieron.

Cuando me presenté ante una junta de reclutamiento de la marina, fui rechazado debido a una enfermedad orgánica del corazón. Rehusé aceptar este diagnóstico, y comencé a orar por mí mismo. Dos años más tarde trabajé como ingeniero adjunto en un barco. A pesar de que se trataba de un trabajo de mucha exigencia física, hice el trabajo sin temor, porque estaba convencido de que mi corazón era normal. Nunca tuve efectos secundarios por esa dificultad.

Mi mamá conoció la Ciencia Cristiana cuando yo era niño y fui alumno de la Escuela Dominical. A los tres meses de asistir a la Escuela Dominical, me estaba deslizando por una baranda desde el tercer piso de nuestro edificio de apartamentos, cuando perdí el equilibrio y caí por el hueco que había entre las escaleras.

A la manera de un niño, y con gran confianza, inmediatamente pensé: “Dios está a mi alrededor”. No hubo tiempo para nada más. Caí a la planta baja; sentí dolor en una pierna y tenía un golpe en la cabeza. La gente que vivía en la planta baja oyó la caída y me llevó arriba con mis padres. Mi mamá inmediatamente le pidió a un practicista de la Ciencia Cristiana que orara por mí.

Al día siguiente pude andar dentro del apartamento y al segundo día, bajaba las escaleras. Al tercer día fui nuevamente a la escuela, libre de todo dolor, así como del golpe en la cabeza. Nunca tuve secuelas de esta caída.

Mi gratitud por el practicista y por la maestra de la Escuela Dominical que compartió su comprensión acerca del cuidado de Dios, es ilimitada.


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