¿Se Ha Preguntado alguna vez cómo habrá sido conocer a Cristo Jesús, y hasta haber caminado con él de una aldea a otra por toda Judea? Después de haber sido testigos de esa obra sanadora tan maravillosa y de haber escuchado las enseñanzas del Maestro, seguramente nos encontraríamos llenos de esa inspiración y conocimiento espirituales que haría de nosotros una persona nueva. Nadie podría quitarnos lo que hubiéramos aprendido.
Pedro, el discípulo, experimentó exactamente eso. Por ejemplo, él estaba con Jesús cuando fue transfigurado. La Biblia dice del Maestro: “Entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente”. Poco después, Pedro escuchó que un hombre muy angustiado le pedía ayuda a Jesús. Y luego vio allí mismo a un muchacho sanarse de epilepsia. Véase Lucas 9:28—42.
Más tarde, cuando unos soldados vinieron a arrestar a Jesús para llevarlo a crucificar, Pedro desenvainó su espada y cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote. Véase Juan 18:10. Quizás Pedro trató de decapitar al soldado, pero sólo lo hirió. Jesús, con firmeza, le ordenó que pusiera su espada en la vaina, y el Evangelio según Lucas dice que “tocando su oreja, le sanó”. Lucas 22:51. Piense cómo debe de haberse sentido Pedro cuando se llevaron al Maestro. Acababa de herir gravemente a uno, frente al hombre a quien tanto amaba. Jesús lo había amonestado, había sanado a la víctima y luego había desaparecido de su vista.
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