“¡No Le Contestes!”, me decía mi madre. A mi padre le encantaba discutir y con reglas estrictas reforzaba su puesto como cabeza de la familia. Uno de mis hermanos y una hermana se habían ido de la casa por su causa, pero yo comencé a comprender que debajo de ese exterior rudo había algunas cualidades buenas. Y mucho después de su muerte su excelente perspectiva y ética en el trabajo me ayudaron enormemente en mi carrera. Naturalmente algunas veces no pude evitar responderle, pero debido a mi esfuerzo por responderle en silencio, comenzó a desarrollarse una atmósfera más tranquila entre nosotros.
¡Quietud y tranquilidad! La Biblia elogia estas dos cualidades. En Isaías leemos: “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza”. Y, “El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre”. Isa. 30:15; 32:17. Entonces cualidades tales como quietud y tranquilidad tienen su origen en Dios, y estas cualidades — a cambio del caos, la confusión, la turbulencia, la tempestad — expresan la naturaleza de Dios.
Sin embargo, la escena humana parece estar acosada por condiciones caóticas: divorcios, disputas, contiendas. Las relaciones tensas entre los gobiernos y las ásperas acusaciones intercambiadas entre grupos en contienda, parecen ser la norma. Las familias se disuelven y se separan con antipatías. ¿Qué recurso tiene el individuo en tales momentos? ¿En dónde puede uno encontrar paz?
Uno encuentra la paz en su fuente: Dios. Uno experimenta la paz en la medida en que vive las cualidades que demuestran el poder de Dios, tales como seguridad, serenidad, calma. ¿Cómo podemos vivir esas cualidades cada día, aun frente a grandes desafíos? Dándonos cuenta de que estas cualidades ya nos pertenecen y siempre han sido nuestras por reflejo. La Ciencia Cristiana enseña que Dios es bueno y que es Todo, puesto que es la fuente de todo lo bueno. Dios creó al hombre espiritual y perfecto, a Su propia imagen y semejanza. Por ser el reflejo de Dios, el hombre sólo puede manifestar las cualidades de Su creador. Elementos tales como desobediencia, disputas, desorden, no se originan en Dios y, en realidad, no tienen lugar para existir porque Dios es Todo y ocupa todo el espacio. Debe comprenderse que la provocación y el desorden son fundamentalmente irreales porque no pertenecen a Dios.
Un escéptico puede argüir: “No puedo aceptar esto. Me peleo con la gente todo el tiempo. Tengo que hacerlo. Si no lo hago, se aprovechan de mí”. Puede parecer muy difícil, casi imposible, el tratar de vivir cualidades de paz y calma en medio de acciones y actitudes incorrectas, rencorosas y agresivas; pero podemos comenzar rechazando los argumentos que se nos presentan vivamente y a gritos, y afirmar que el poder, la presencia y la quietud de Dios es todo lo que está ocurriendo. No debemos reaccionar con una mentira, y todas las características que no son semejantes a Dios son exactamente eso: una mentira. Podemos reconocer que debido a que la Mente divina, Dios, llena todo el espacio, no queda lugar para nada que no sea de Dios y Su hombre. El persistir en este pensamiento correcto, y vivirlo, trae resultados sanadores.
El Maestro, Cristo Jesús, mostró el poder de la quietud, especialmente cuando está acompañada con la oración. La Biblia relata que él se iba a orar solo, dedicando toda la noche a la oración. También dice que subía solo a una montaña o que se levantaba a orar muy de mañana. Después de estos períodos de oración, se unía a la multitud y sanaba a muchos. Hay un relato específico acerca de una ocasión cuando instó a sus discípulos: “Venid vosotros aparte a un lugar desierto, y descansad un poco”. Marcos 6:31. Cuando estaba en el jardín de Getsemaní, justamente antes de ser traicionado y crucificado, Jesús se dirigió a su Padre en oración silenciosa. Valoraba mucho la calma y la oración porque comprendía que eran muy importantes para poder llevar a cabo su misión, y hasta para liberarlo de aquellos que deseaban destruirlo.
Nosotros también debemos dedicar tiempo a la oración silenciosa. Al cultivar nuestra comprensión de que la tranquilidad y la paz son inherentes al hombre, porque Dios las otorga, progresamos más en la práctica y manifestación del poder inmutable del amor de Dios. Estas cualidades divinas son necesarias para refutar y negar lo opuesto a la divinidad como son el carácter tempestuoso y turbulento, ya sea que lo expresemos nosotros, otras personas o las circunstancias que nos rodean.
Si Mary Baker Eddy no hubiera escuchado en silencio y orado consagradamente, no tendríamos hoy la revelación de Dios de la Ciencia divina, como ella la escribió en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud. En uno de sus otros escritos, ella explica: “No fui yo misma, sino el poder divino de la Verdad y el Amor, infinitamente superior a mí, el que dictó ‘Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras’. He estado aprendiendo el significado más elevado de este libro desde que lo escribí”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 114.
Lo que está escrito en este libro lo capacita a uno para ver más allá de la comedia de los sentidos materiales y contemplar la realidad revelada en la obra sanadora de Cristo Jesús. El aprender esta lección requiere de una práctica persistente. El testimonio de los sentidos materiales nunca es verdadero, y al reconocer y expresar calladamente la realidad espiritual. ésta se manifiesta cada vez más en nuestra experiencia. Al cultivar respuestas calladas y sanadoras, estamos cambiando el bien por el mal y amando a nuestros enemigos. La negación de la existencia del mal nos ayuda a darnos cuenta de que lo que tiene que cambiar es el falso concepto de que alguien pueda ser un enemigo. Entonces comprendemos que la fachada del error no es más que una máscara maquiavélica, no la realidad del hombre verdadero y espiritual. En medio de la controversia y el caos, podemos comprender que la presencia y el poder de Dios están allí, armonizando la situación.
Más que cualquier situación externa, lo que realmente necesitamos aquietar es el pensamiento. El hecho espiritual siempre ha existido. El hombre perfecto, la identidad verdadera de cada persona, siempre ha estado intacta. La respuesta apacible que entiende que la Mente está siempre gobernando cada aspecto de nuestra experiencia, calma la tempestad del temor humano y pone de manifiesto la realidad espiritual.