“¡No Le Contestes!”, me decía mi madre. A mi padre le encantaba discutir y con reglas estrictas reforzaba su puesto como cabeza de la familia. Uno de mis hermanos y una hermana se habían ido de la casa por su causa, pero yo comencé a comprender que debajo de ese exterior rudo había algunas cualidades buenas. Y mucho después de su muerte su excelente perspectiva y ética en el trabajo me ayudaron enormemente en mi carrera. Naturalmente algunas veces no pude evitar responderle, pero debido a mi esfuerzo por responderle en silencio, comenzó a desarrollarse una atmósfera más tranquila entre nosotros.
¡Quietud y tranquilidad! La Biblia elogia estas dos cualidades. En Isaías leemos: “En quietud y en confianza será vuestra fortaleza”. Y, “El efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre”. Isa. 30:15; 32:17. Entonces cualidades tales como quietud y tranquilidad tienen su origen en Dios, y estas cualidades — a cambio del caos, la confusión, la turbulencia, la tempestad — expresan la naturaleza de Dios.
Sin embargo, la escena humana parece estar acosada por condiciones caóticas: divorcios, disputas, contiendas. Las relaciones tensas entre los gobiernos y las ásperas acusaciones intercambiadas entre grupos en contienda, parecen ser la norma. Las familias se disuelven y se separan con antipatías. ¿Qué recurso tiene el individuo en tales momentos? ¿En dónde puede uno encontrar paz?
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