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Durante Los Primeros...

Del número de mayo de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante Los Primeros años de mi matrimonio tuve que vivir muy lejos de mi familia y de mis amigos, y en un ambiente poco propicio para mi estudio de la Ciencia Cristiana.

En esa época advertí con inquietud que el cuerpo se me había llenado de pequeñas llagas que supuraban. Mi esposo hizo lo único que podía hacer: me llevó al hospital y llamó a su médico para una consulta. Este hombre gentilmente hizo el diagnóstico, corroborado por dos de sus colegas, de que yo tendría este tipo de dificultad en cierta medida por el resto de mi vida. Abrió un libro de medicina para mostrarme algunas espantosas fotos de personas que padecían esta enfermedad en particular.

Cerré el libro y se lo devolví. Me vino al pensamiento parte de una declaración de Ciencia y Salud: “Hasta aquí, y no más”. El párrafo completo dice así: “La adhesión, la cohesión y la atracción son propiedades de la Mente. Pertenecen al Principio divino y sostienen el equilibrio de esa fuerza del pensamiento que lanzó a la tierra en su órbita y dijo a la ola orgullosa: ‘Hasta aquí y no más’ ” (pág. 124).

Una semana después, viajé en avión a la casa de mis padres para pasar unas semanas con ellos, con el propósito de sanar este problema por medio de la ayuda y las oraciones incesantes de mi mamá y de una practicista. La mayor parte de la enfermedad sanó en esa época. Sin embargo, cada tanto las pequeñas llagas reaparecían. Un día de primavera una de estas pequeñas e irritantes erupciones hizo su aparición. Estaba tomando un baño y preparándome para comenzar mis tareas diarias. Me puse a reflexionar acerca de algunas verdades espirituales que figuraban en la Lección Bíblica de esa semana, y de pronto percibí con toda claridad que lo que aparecía en mi cuerpo no era nada más que una teoría mortal, una creencia humana que había tomado forma en el cuerpo. Era falsa porque Dios gobierna al hombre y Dios es bueno. Ese fue el final del problema.

Cuando nuestra hija tenía alrededor de tres años, tuvo una tos muy persistente. Me pasé meses oscilando entre una gran preocupación y esforzándome por orar acerca del problema. Yo sabía que había que sanar esa condición, y llamé a mi maestra de la Ciencia Cristiana para que le diera tratamiento por medio de la oración. Durante la semana siguiente experimenté una calma maravillosa y apacible. En ese tiempo de espera este versículo de los Salmos llenaba mis pensamientos: “El te librará del lazo del cazador, de la peste destructora” (Salmos 91:3). De repente me di cuenta de que nuestra hija había sanado, y puedo decir que la dificultad nunca volvió a presentarse.

Una curación que tuve recientemente resultó muy útil para mí. Una ampolla que tenía en la nariz, producida por el sol, comenzó a crecer y se volvió desagradable a la vista. Fue necesario reducir por un largo período muchas de mis actividades habituales para poder orar con mayor dedicación. Estudié la Biblia y Ciencia y Salud, además de otros escritos de Mary Baker Eddy; leí artículos de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana. Me aferré a estas declaraciones de Ciencia y Salud: “La enfermedad, el pecado y la muerte no son frutos de la Vida. Son discordias que la Verdad destruye. La perfección no da vida a la imperfección. Puesto que Dios es el bien y la fuente de todo el ser, El no produce deformidad moral o física; por tanto, tal deformidad no es real, sino ilusión, el espejismo del error” (págs. 243–244).

Con la ayuda de distintas practicistas que oraron por mí en diferentes momentos y circunstancias, toda la zona afectada sanó. Tuve la convicción de que eso no había sido la expresión de algo semejante a Dios. Para mí se había convertido en nada, no simplemente en el cuerpo, sino en la realidad.

Mientras escribía este testimonio, acudieron a mi mente tantas curaciones y bendiciones, que me di cuenta de que ¡no dispongo aquí del espacio suficiente para expresar la gratitud que siento por todas ellas!



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