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Valor para seguir adelante cuando la curación es lenta

Del número de noviembre de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando el abuelo contaba la historia del tambor todos, aun los miembros más rudos de la familia, se derretían como mantequilla.

Quizá era su manera de contar la historia, y el hecho de que él mismo era un hombre rudo. Entonces a la mitad de la historia, cuando sus labios temblaban y su voz se quebraba, uno sabía que estaba realmente conmovido; las lágrimas le resbalaban por el rostro, y probablemente todos los que lo escuchaban estaban llorando un poco también.

La historia era simple y probablemente nunca llegue a estar en los libros de historia. Se sitúa en la época de la Revolución Francesa en una de las ocasiones en que Napoleón Bonaparte dirigía sus ya exhaustas y hambrientas tropas hacia una batalla crucial. En aquellos días, era costumbre que un niño con su tambor acompañara al general, y por medio de los sonidos que emitía con su tambor, comunicara las órdenes del general a las tropas. Cierta clase de sonido significaba “a la carga” y otro significaba “retrocedan”.

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