Cuando el abuelo contaba la historia del tambor todos, aun los miembros más rudos de la familia, se derretían como mantequilla.
Quizá era su manera de contar la historia, y el hecho de que él mismo era un hombre rudo. Entonces a la mitad de la historia, cuando sus labios temblaban y su voz se quebraba, uno sabía que estaba realmente conmovido; las lágrimas le resbalaban por el rostro, y probablemente todos los que lo escuchaban estaban llorando un poco también.
La historia era simple y probablemente nunca llegue a estar en los libros de historia. Se sitúa en la época de la Revolución Francesa en una de las ocasiones en que Napoleón Bonaparte dirigía sus ya exhaustas y hambrientas tropas hacia una batalla crucial. En aquellos días, era costumbre que un niño con su tambor acompañara al general, y por medio de los sonidos que emitía con su tambor, comunicara las órdenes del general a las tropas. Cierta clase de sonido significaba “a la carga” y otro significaba “retrocedan”.
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