En Este Mismo Momento, grupos policiales especiales están persiguiendo a terroristas en diversas partes del mundo. ¿Por qué motivo? Capturar y encarcelar a los autores de crímenes inconcebibles contra la humanidad: atentados con bombas y con gases, secuestros, masacres, etc. Ciudades del Medio Oriente, Japón y Estados Unidos se encuentran en estado de alerta desarrollando actividades antiterroristas con puestos de control, sistemas de seguridad complejos y dispositivos para detectar armas. En el World Trade Center de la ciudad de Nueva York (donde explotó la bomba en 1993) estas medidas antiterroristas cuestan 25 millones de dólares al año (véase Time, 1/5/95, "How safe is safe" por Richard Lacayo).
Sin embargo, por más bien intencionadas y necesarias que sean estas medidas, no son suficientes para hacer que la gente se sienta segura en los aeropuertos, los edificios de oficinas, los subterráneos o los patios de las escuelas. Esto es muy cierto en lugares donde ya han ocurrido atentados terroristas.
Poco después de que explotara la bomba en Oklahoma City, — donde hubo entre sus 167 víctimas, hombres, mujeres y niños — hablé con un estudiante de derecho de esa ciudad. "Es alarmante", me dijo, "no quiero ir a la ciudad. Quizás en algunos meses, pero no ahora". Cuando le pregunté si la gente estaba orando, dijo: "Por supuesto, creo que todos están orando".
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