Un Sábado Por La Mañana me desperté con el ruido de unas bocinas que provenía de la calle. Un grupo de manifestantes estaba protestando frente a la casa de una autoridad gubernamental que vivía cerca, marchando y coreando lo siguiente: “¡Sin justicia no hay paz! ¡Sin justicia no hay paz!” Había varios policías presentes para mantener el orden. La situación era inestable.
Mi primera reacción fue de enojo. ¿Qué era lo que estaban haciendo, provocando disturbios en el barrio? ¿Por qué tenían que causar tanta conmoción? Salí afuera y me encontré con muchos vecinos que se sentían igualmente enojados. Los oficiales de policía tampoco estaban contentos con la manifestación.
Este grupo de personas en particular había realizado manifestaciones con anterioridad en otras partes de la ciudad. Habían surgido grandes controversias en las reuniones de las autoridades escolares en torno al tema de la educación de niños pertenecientes a grupos minoritarios. Los manifestantes trataban de lograr que el público estuviera consciente del asunto.
Entonces, me di cuenta de que yo debía ser algo más que un vecino furioso. Entré en casa y, a pesar de la distracción que provocaban los cantos, comencé a orar. Frecuentemente había orado por situaciones discordantes y había obtenido soluciones. Así que sabía que la respuesta estaba en la oración.
Poco a poco me fui calmando. Sentí compasión por los manifestantes y por sus preocupaciones. Dado que yo sabía que Dios era el Principio divino, comencé a entender que el hombre, como hijo de Dios, debía expresar en forma natural un agudo sentido de justicia. Empecé a sentir un nuevo respeto por cada individuo. Pensé sinceramente en la siguiente admonición: “Estad de portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que queráis que se realicen en resultados corporales, os gobernaréis armoniosamente”.Ciencia y Salud, pág. 392.
¿Cuáles eran las conclusiones que iba a admitir sobre esta situación? Reflexioné que este grupo de personas estaba sujeto únicamente al gobierno pacífico y justo de Dios. Dios es Todopoderoso y Su ley de armonía tiene que gobernar al hombre.
Pronto, me liberé del enojo y tuve el impulso de salir y hablar con los manifestantes (nadie más en el barrio les había hablado, al menos en forma gentil). Me acerqué al líder que, casualmente había conocido años atrás. Conversamos sobre la situación y sobre lo que era necesario hacer. Le manifesté mi aprecio por su valentía y consagración, y le sugerí otros métodos que lo ayudarían a obtener mejores resultados.
Una actitud compasiva
Otro miembro del grupo se acercó para hablarme y manifestó su interés por un libro que yo había escrito sobre la abolición de la marginación en las escuelas. Entré a casa y le traje un ejemplar del libro. Él estuvo de acuerdo en leerlo y después discutirlo conmigo, cosa que hizo. Finalmente, mientras me alejaba, varios de los policías se acercaron y me preguntaron si yo estaba “tratando de matarlos con la bondad”. Mi respuesta fue: “Ellos son mis amigos, no mis enemigos, y quiero que ellos lo sepan”. Al poco rato, la manifestación de ese día había terminado.
Las manifestaciones duraron siete fines de semana más. Fue un período de prueba para mí. Continué afirmando el poder y la presencia del Amor divino y rehusé sentir impaciencia y resentimiento. Sabía que Dios, la Mente inteligente, estaba revelando una solución que bendeciría a toda la comunidad. Como lo afirma Ciencia y Salud: “Cada fase sucesiva de experiencia descubre nuevas perspectivas de la bondad y del amor divinos”.Ibid., pág. 66. A medida que obtuve una perspectiva más clara y espiritual de las cosas, tuve la certeza de que la situación estaba totalmente bajo el control del Amor.
Un amor incondicional
Para mí, la lección más importante que aprendí con esta experiencia fue la de amar a mi prójimo incondicionalmente, y expresar ese amor de manera constante. Comprendí que todos los que aman de esta manera siguen las enseñanzas de Jesús, cuyo amor por la humanidad es inigualable. En respuesta a la pregunta de un fariseo sobre cuál era el primer mandamiento de todos, Jesús contestó: “...amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Y continuó diciendo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Marcos 12:30, 31 Si realmente amamos a Dios, ese amor naturalmente incluye a nuestro prójimo.
Las manifestaciones llegaron a su fin a medida que más personas estuvieron dispuestas a orar por las escuelas y sus autoridades. Se hizo evidente un enfoque más espiritual y sanador de la situación. En poco tiempo se llegó a una solución satisfactoria para todos. Las predicciones de que iba a ser necesario continuar con las manifestaciones por un año o más resultaron falsas.
Nuestra capacidad de amar a los demás es ilimitada. No necesitamos esperar a que ese amor “se merezca”. Amamos porque Dios es Amor y porque reflejamos ese amor. El Apóstol Pablo lo escribió de manera muy simple en su carta a los Romanos: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. Romanos 13:8.
Tal amor alberga una cualidad sanadora que abraza a todos, vecinos y comunidades.