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Una buena amistad

Del número de agosto de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Estaba en la escuela primaria y luego en la universidad, no me sentía muy feliz que digamos. Los estudiantes de mi clase no querían ser mis amigos, y lo que es peor, actuaban como si fueran mis enemigos. No me dirigían la palabra. Los últimos años de universidad los pasé mejor. Tenía algunos amigos, pero eran amistades muy superficiales.

La situación cambió cuando comencé a comprender que necesitaba amar a mis amigos en lugar de preocuparme tanto por mis problemas personales. Comenzaba cada día pensando: “¿A quién puedo ayudar hoy? ¿A quién puedo reconfortar manifestándole mi afecto?”

Comprendí que, aunque algunas filosofías digan que somos seres solitarios, somos siempre uno con Dios. Él es nuestro mejor amigo, así que, nunca podemos estar solos. Cuánta más estrecha es nuestra amistad con Dios, tanto mejor podemos querer a nuestros amigos.

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