Conocí La Christian Science hace siete años. Antes sufría de reuma, gripes frecuentes y otras clases de dolencias. Fue maravilloso haber leído la Biblia y Ciencia y Salud. Esta lectura ha renovado mi vida y también la de mi esposo.
Doy gracias a Dios por haber conocido la Christian Science, y seguiré adelante.
Oaxaca, Mexico
Cuando Éramos aún nuevos en el estudio de la Christian Science, uno de nuestros hijos pequeños se cortó seriamente la punta de un dedo con una guillotina, cuando estaba en la escuela,.
Cuando lo trajeron a casa y lo vi, por un momento no supe que hacer, si debía llevarlo al que había sido nuestro médico o llamar a un practicista de la Christian Science para que le diera tratamiento mediante la oración. Opté por esto último. Mi hijo me dijo que en el momento del accidente lo único que podía recordar de lo que le enseñaban en la Escuela Dominical era “Dios es Amor”, y se había aferrado a esto repitiéndolo para sí una y otra vez, en medio de toda la confusión que se originó alrededor suyo.
Mientras le vendaba el dedo, mi hijo y yo tuvimos la certeza de que Dios estaba en control de la situación. Al día siguiente volvió a la escuela tan activo como siempre. Sin embargo, yo tuve unos momentos de duda. ¿Había hecho lo correcto? ¿Debía haberlo llevado al médico? Esas dudas se desvanecieron rápidamente cuando comencé a leer la Lección Bíblica de esa semana (que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Christian Science). Al leer del libro de los Salmos ’Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado” (Salmo 16:1), las palabras tuvieron un doble significado para mí. No sólo me aseguraban que podía tener una confianza absoluta e inquebrantable en Dios, sino que también me recordaban que aunque el niño había sido confiado a mi cuidado, no era realmente mío sino que era el hijo de Dios, amado de Dios y “confiado” a Dios. Y yo podía dejarlo bajo el cuidado de Dios, donde le correspondía estar.
La curación fue notablemente rápida y la punta del dedo volvió a crecer de nuevo en forma natural, sin dejar evidencia alguna de que hubiera ocurrido un accidente. Estoy sumamente agradecida por el amor y apoyo recibido de los en ese entonces nuevos amigos de la iglesia, por el pensamiento puro de mi hijo, libre de temor y condenación propia, y por el respeto hacia la curación en la Christian Science que demostró el director de la escuela.
Otra curación que significa mucho para mí no fue de naturaleza física. Cuando nació mi hijo menor, dos años antes que comenzáramos el estudio de la Christian Science, yo quería estar consciente durante el alumbramiento, pues pensaba que éste sería nuestro último hijo. Sin embargo, mientras yacía allí, tranquila y sin haber tomado, deseado o necesitado ningún medicamento, la enfermera que me asistía no se dio cuenta de que el nacimiento se estaba por producir muy pronto. Cuando comprendió su error, llamó a otras dos enfermeras para que la ayudaran y por la fuerza me hicieron inhalar éter. Así que no estuve consciente del nacimiento ni de nada de lo que ocurría hasta varias horas después.
Durante algunos meses después de eso, solía despertar en la noche con un sudor frío y llena de frustración y rabia. No fue sino hasta que una de nuestras nueras tuvo su primer hijo en su casa, asistida por un médico y apoyada con la oración de un practicista de la Christian Science, que me di cuenta de que todavía me estaba torturando a mí misma con los amargos recuerdos de esa experiencia. Decidí llamar a un practicista para que me diera tratamiento, pero primero deseaba pensar más claro sobre lo que había sucedido.
Comencé a razonar que ya no era la joven mujer que había tenido esa experiencia hacía más de 23 años. Lo único que tenía que hacer era cambiar mi concepto actual sobre esa experiencia y comprender que no podía estar sufriendo en el presente por lo que había ocurrido en el pasado. ¡Esto trajo curación inmediata! El alivio fue tal que quedé sorprendida. Por supuesto que después de esto ya no fue necesario llamar a un practicista.
Me gustaría mencionar otra curación, aunque ésta no fue muy rápida. Quedé inmovilizada bajo una pequeña motocicleta con el caño de escape caliente presionando contra una de mis piernas. Conocía las sabias palabras de Ciencia y Salud: “Cuando ocurre un accidente pensáis o exclamáis: ‘¡Estoy lesionado!’ Vuestro pensamiento es más poderoso que vuestras palabras, más poderoso que el accidente en sí como para hacer real la lesión” (pág. 397). Aun así mis primeras palabras en oración fueron: “Ayúdame. Estoy lastimada”. Luego estuve por varias horas en estado de shock, incapaz de pensar con claridad. En forma alternada trataba de ignorar el dolor o pretender que el accidente jamás había ocurrido. Pero “ignorar” y “pretender” no equivalen a “saber” y “creer”, por lo tanto no hice mucho progreso.
Entonces una gran sensación de paz me envolvió porque supe, realmente supe, que no estaba sola
Pronto fue evidente que necesitaba el servicio de una enfermera de la Christian Science, así como también el tratamiento consagrado de un practicista, pues la herida se infectó.
Por varios meses aparte de las visitas de la enfermera, vi a poca gente, porque me di cuenta de que por cortas que fueran las visitas, eran más de lo que podía tolerar. Pude sobreponerme a un sentido de culpa porque la curación se estaba demorando mucho, después de leer un testimonio en el Journal en el que el autor hablaba sobre las lecciones aprendidas en el proceso de una lenta curación. Los problemas del pasado, siempre habían encontrado solución con poco esfuerzo de mi parte, pero en este caso tuve que estudiar para profundizar mis conocimientos y orar en forma concienzuda. Decidí que no podía desperdiciar tiempo sintiéndome culpable, sino que necesitaba ir en busca de las lecciones que tenía que aprender y de las bendiciones que ese aprendizaje me traería.
El practicista comparó el desaliento con una persona que golpea una roca sin resultado. Hasta que con un golpe final, la roca se desintegra. ¡Suponga que la persona se hubiera detenido sin llegar a dar ese golpe final! De modo que una noche en que estaba pasando un momento muy difícil, me repetía constantemente, “¡sólo un golpe más a esa roca!”, porque sabía que cada declaración de la Verdad debilitaba y destruía la mentira.
Pasé muchas noches sin dormir, a veces con mucho dolor, con temor y desaliento. Una de esas noches me sentí desesperadamente sola, porque comprendí que por mucho que me amaba mi esposo, esto era algo que tenía que solucionar yo misma. Entonces una gran sensación de paz me envolvió porque supe, realmente supe, que no estaba sola. Nunca podía estar sola. Dios estaba siempre conmigo brindándome amor, protección y cuidado. Esto no sólo me trajo alivio, sino fortaleza y seguridad.
Sané de la quemadura y también de la infección y las lecciones espirituales que aprendí han permanecido conmigo para darme fortaleza y guía. Por lo tanto, con toda sinceridad puedo decir que estoy agradecida por haber tenido esa experiencia.
Darien, Connecticut, EE.UU.