Cuando Todavía cursaba mis estudios universitarios, me encontré en una deprimente situación financiera. Hasta me atemorizaba abrir el correo que recibía. Toda la correspondencia que me llegaba en un sobre oficial parecía contener una demanda de dinero, a menudo porque yo no había hecho algún pago a tiempo. Y mi correo personal también parecía crearme una demanda, porque tenía que contestarle al remitente. Me acostumbré a sacar la correspondencia del apartado postal y a acumularla en una esquina de mi escritorio, evitando leerla debido a mi ansiedad. Esto, por supuesto, causó atrasos en mis respuestas y pagos, y se convirtió en un círculo vicioso poco placentero.
En medio de esta situación me llegó esta idea al rescate: “Estad de portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que queráis que se realicen en resultados corporales, os gobernaréis armoniosamente”.Ciencia y Salud, pág. 392.
Esta declaración fue como un toque de clarín que me hizo tomar conciencia de mis obligaciones. Para mí fue una promesa de que tengo dominio sobre todo pensamiento que me llegue. Me di cuenta de que tenía la tendencia de vigilar mis pensamientos cuidadosamente en tiempos de crisis, o cuando era obvio que los pensamientos no eran buenos para mí. Por ejemplo, cuando los que me rodeaban hablaban detalladamente de alguna enfermedad, o cuando un comercial de televisión mostraba una enfermedad como si fuese posible que la misma me controlase a mí, en estos casos yo me daba cuenta de la falsedad de lo que se me estaba sugiriendo. Eso es porque sé que Dios es bueno, infinito, que lo ha creado todo y que el hombre es Su imagen. ¿Cómo, entonces, podía esa enfermedad que alguien describía tener poder para amenazar mi bienestar? En realidad no tenía tal poder, y aferrándome a estas verdades evitaba aceptar como ciertas esas sugestiones malas.
Luego me di cuenta de que no debe haber espacio en mi pensamiento para imperfección alguna, ningún espacio para sentirme herido, o enojado y ni siquiera para la ansiedad. Si Dios es todo, todo en mi vida debe ser bueno. Tenía que vigilar hasta el primer pensamiento que me venía cuando abría mi apartado postal. Así es que empecé a contrarrestar hasta las más sutiles formas de preocupación de esta manera: “¡Un momento! Dios es el que nos da la vida, y todo en nuestra vida debe ser bueno. Nada de lo que reciba en este apartado postal me puede atemorizar”. Esto me calmó y corrigió la ansiedad que me estaba mortificando. Muy pronto se estableció el orden, y empecé a pagar mis cuentas a tiempo y a contestar mi correspondencia.
¿Qué pensamientos abrigamos?
Esta experiencia me hizo percibir otras formas en que necesitaba resguardar mi pensamiento. Por ejemplo, cada vez que hacía o recibía una llamada telefónica, me esforzaba conscientemente por amar a la persona con la que hablaba, sabiendo que, como el hombre refleja la bondad de Dios, sólo el bien podía ser expresado por dos personas que hablaban por teléfono. Comencé también a estar más consciente de cómo pensaba acerca de las personas que encontraba en la calle o que me pasaban en algún auto. Jesús nos dijo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:39. Entonces me hacía este tipo de pregunta: ¿Son estos pensamientos que tengo acerca de esta persona en la vereda o en la carretera, los mismos que sentía el buen samaritano hacia la víctima de los ladrones en el camino hacia Jericó? Lucas 10:25, 37. ¿Son los mismos pensamientos que tenía Jesús cuando miraba al siervo del sumo sacerdote, cuya herida él sanó, a pesar de que el siervo estaba a punto de llevarlo hacia la crucifixión? Lucas 22:47, 51.
“Ten, del todo, mi pensar, lo que escojaz haz con él;” nos dice un himno.Himnario de la Christian Science, N° 324. Al principio, la responsabilidad de velar sobre todos nuestros pensamientos puede parecer una labor irrealizable, pero he descubierto que en realidad me libera, momento a momento, de la mentalidad estrecha, de las limitaciones y del temor.