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Cuidado con los intrusos

Del número de agosto de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Todavía cursaba mis estudios universitarios, me encontré en una deprimente situación financiera. Hasta me atemorizaba abrir el correo que recibía. Toda la correspondencia que me llegaba en un sobre oficial parecía contener una demanda de dinero, a menudo porque yo no había hecho algún pago a tiempo. Y mi correo personal también parecía crearme una demanda, porque tenía que contestarle al remitente. Me acostumbré a sacar la correspondencia del apartado postal y a acumularla en una esquina de mi escritorio, evitando leerla debido a mi ansiedad. Esto, por supuesto, causó atrasos en mis respuestas y pagos, y se convirtió en un círculo vicioso poco placentero.

En medio de esta situación me llegó esta idea al rescate: “Estad de portero a la puerta del pensamiento. Admitiendo sólo las conclusiones que queráis que se realicen en resultados corporales, os gobernaréis armoniosamente”.Ciencia y Salud, pág. 392.

Esta declaración fue como un toque de clarín que me hizo tomar conciencia de mis obligaciones. Para mí fue una promesa de que tengo dominio sobre todo pensamiento que me llegue. Me di cuenta de que tenía la tendencia de vigilar mis pensamientos cuidadosamente en tiempos de crisis, o cuando era obvio que los pensamientos no eran buenos para mí. Por ejemplo, cuando los que me rodeaban hablaban detalladamente de alguna enfermedad, o cuando un comercial de televisión mostraba una enfermedad como si fuese posible que la misma me controlase a mí, en estos casos yo me daba cuenta de la falsedad de lo que se me estaba sugiriendo. Eso es porque sé que Dios es bueno, infinito, que lo ha creado todo y que el hombre es Su imagen. ¿Cómo, entonces, podía esa enfermedad que alguien describía tener poder para amenazar mi bienestar? En realidad no tenía tal poder, y aferrándome a estas verdades evitaba aceptar como ciertas esas sugestiones malas.

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