Cuando El Joven mexicano entró a la prisión del condado en Newport, Kentucky, EUA, estaba nervioso, como es de entender. A la edad de diecinueve años, y aún con cara infantil, nunca había estado antes en la cárcel, y no tenía la menor idea de qué le esperaba. ¿Le irían a robar, lo asaltarían, o lo violarían?
Los prisioneros lo miraban con sospecha. Desconfiaban de todo aquel que no compartía su misma ira y obsesiones. Eliasar Salazar Zamora tenía razón de temerles. Era un chico sencillo, de un pueblito de montaña en México, que ni siquiera hablaba inglés.
Después de unos días, cuando sus ojos dejaron de mostrar temor, me le acerqué. Me propuse enseñarle suficiente inglés para sobrevivir en la cárcel. Sonrió cuando vio que lo iba a ayudar. Con papel higiénico preparé unas hojas con el alfabeto. Él estudiaba con ahínco y aprendió las veintiséis letras en tan solo dos días. Con mi ayuda y la de otros hombres de la celda, Zamora aprendió muy pronto inglés.
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