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Navidad en la prisión

Del número de diciembre de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando El Joven mexicano entró a la prisión del condado en Newport, Kentucky, EUA, estaba nervioso, como es de entender. A la edad de diecinueve años, y aún con cara infantil, nunca había estado antes en la cárcel, y no tenía la menor idea de qué le esperaba. ¿Le irían a robar, lo asaltarían, o lo violarían?

Los prisioneros lo miraban con sospecha. Desconfiaban de todo aquel que no compartía su misma ira y obsesiones. Eliasar Salazar Zamora tenía razón de temerles. Era un chico sencillo, de un pueblito de montaña en México, que ni siquiera hablaba inglés.

Después de unos días, cuando sus ojos dejaron de mostrar temor, me le acerqué. Me propuse enseñarle suficiente inglés para sobrevivir en la cárcel. Sonrió cuando vio que lo iba a ayudar. Con papel higiénico preparé unas hojas con el alfabeto. Él estudiaba con ahínco y aprendió las veintiséis letras en tan solo dos días. Con mi ayuda y la de otros hombres de la celda, Zamora aprendió muy pronto inglés.

Luego un día me pidió que le enseñara a leer la Biblia. Elegí la historia de Navidad en Lucas. La semana antes de Navidad, los visitantes voluntarios de la iglesia, sorprendidos, se llenaron de alegría cuando Zamora leyó la historia de Navidad en un inglés casi perfecto. Los ojos de muchos se llenaron de lágrimas; los míos también se humedecieron. Me sentí orgulloso de Zamora. Al observarlo, sentí como si estuviera mirando la cara inocente de Jesús.

Faltaban pocos días para Navidad, y me pregunté qué le podría regalar a Zamora para celebrar su nueva victoria. Mi abogado me trajo un dibujo grande de Jesús en color. Qué mejor manera de cimentar nuestra amistad y celebrar que había aprendido inglés, que darle a Zamora ese dibujo.

Dos días antes de Navidad, Zamora se emocionó al aceptar este regalo especial. Allí me di cuenta de que seguramente su familia estaría preguntándose, en algún lugar de México, dónde estaría él, puesto que debía de ser su familia que le enseñó a amar a Jesús. Colgamos la pintura en una pared de la prisión, y se veía que a todos los internados les había gustado.

Al día siguiente los guardias nos ordenaron sacar todas las pinturas. Les pregunté si podíamos dejar la de Jesús hasta la Navidad, pero me contestaron que no, y nos amenazaron con ponernos un castigo. Los internados se enojaron y protestaron. Y a pesar de la amenaza del castigo, todos estuvimos de acuerdo en dejar el dibujo de Jesús en la pared. Para nuestra sorpresa los guardias no hicieron ninguna objeción.

En la cárcel, al llegar la Nochebuena por lo general las emociones y tensiones aumentan, y los internados, separados de sus seres queridos, manifiestan su ira y frustración peléandose entre sí. Aunque sentimos esa tensión, también observamos una paz fuera de lo común en nuestra atestada celda. Si bien hubo peleas en otras celdas, en la nuestra no hubo ninguna.

Antes de irnos a dormir, le pregunté a Zamora si quería decir el Padre Nuestro en español, su idioma natal. Cuando terminó, dijimos juntos esa hermosa oración sanadora en inglés. No nos quedaba duda alguna de que esa noche el Cristo estaba con nosotros en la cárcel.

La mañana de Navidad, la pintura de Jesús seguía colgada de la pared. Claro que para entonces ya no hubiera importado que los guardias nos ordenaran sacarla. Después de todo, ¿no estaba el Cristo en nuestros corazones y acciones? Todos sentíamos un renovado aprecio por el poder del amor que Jesús vivió. "Feliz Navidad", le dije a Zamora en mi pobre español.

"Feliz Navidad, Lou", me respondió en un inglés casi perfecto. Me parecía extraño, haber encontrado paz sobre la tierra durante la Navidad, en un lugar como ése, pero así fue.

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