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Navidad en una trinchera

Del número de diciembre de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Celebré Mi Navided más memorable en 1944. Fue mi primera Navidad lejos de casa, y transcurrió en Alemania, porque era miembro de una compañía de infantería del Ejército de los Estados Unidos. Acabábamos de participar en la Batalla de Bulge, durante la cual nuestra compañía había sufrido muchas bajas. Hacía un frío inaguantable.

En Nochebuena, otro soldado que era muy amigo mío y yo, fuimos asignados para formar una patrulla de reconocimiento de dos hombres, y observar el movimiento de tropas el Día de Navidad, en un cruce de caminos en poder de los alemanes. Teníamos que dejar nuestra posición antes del amanecer, y regresar después del anochecer. No era posible hacer un reconocimiento aéreo debido a las inclemencias del tiempo.

Al deslizarme adentro de mi trinchera después de recibir mis órdenes, me embargó una profunda soledad y temor por lo que podría ocurrir en esa tierra de nadie adonde me habían ordenado ir. Las perspectivas de pasar una Navidad feliz parecían muy improbables.

En la oscuridad, con la ayuda de una linterna, pude recurrir a la Biblia y a Ciencia y Salud. También me había llevado algunos artículos de las publicaciones periódicas de la Christian Science conmigo, y uno de ellos tenía esta cita: "Recuerda, no puedes ser llevado a ninguna situación, por más grave que sea, donde el Amor no haya estado antes que tú y donde su tierna lección no te esté esperando. Por lo tanto, no desesperes ni murmures, porque aquello que procura salvar, sanar y librar, te guiará, si buscas esta guía".The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany por Mary Baker Eddy, págs. 149–150. Cuando leí esto, comprendí que Dios estaba conmigo en esa trinchera. Su amor cuidaba de mí, y yo no podía estar en ningún lugar donde Él no estuviera. Al comenzar a sentir más profundamente la relación que tenía con Dios, pensé en mis llamados "enemigos". El mismo Dios que yo consideraba mío, era también el Dios de los soldados alemanes. No había una zona "de nadie" entre nosotros porque Dios estaba en todas partes. Empecé a sentirme tranquilo y en paz.

Después de un rato empecé a escuchar música. Las campanas de la iglesia de un pueblito al que íbamos a entrar a la mañana siguiente, estaban tocando canciones navideñas. Era medianoche y había llegado la Navidad. Sentí una enorme alegría cuando escuché esos himnos tan familiares. La calma reemplazó la ansiedad y el temor, a medida que comprendí que todos los hombres son hermanos, que adoramos al mismo Dios, y que ese mismo Dios nos ama a cada uno porque somos Su imagen, Su idea espiritual. Nada podía oscurecer la celebración del nacimiento del niño Cristo, ni siquiera esa nevosa noche en la trinchera.

Pocas horas después, mi amigo y yo, en nuestros trajes para nieve, salimos a ocupar nuestro puesto mientras era todavía oscuro. El día transcurrió sin novedad. Los alemanes no estaban más interesados que nosotros en hacer movimiento alguno ese día, de modo que regresamos a nuestras líneas después del anochecer, sin incidentes.

Así terminó mi Navidad más memorable; memorable por muchas razones, pero más que nada porque sentí que Dios estaba cerca de mí, y pude comprender más claramente lo que significa amar a nuestro prójimo. Durante los seis meses siguientes en que la guerra fue llegando a su terminación, tuve muchas oportunidades de poner en práctica mi creciente comprensión de la cercanía y el amor de Dios.

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