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¿Tiene usted buenas “conexiones”?

Del número de diciembre de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Piensa Que Lo Bueno que puede obtener en la vida depende de alguien que usted conozca? ¿Es decir, que conocer a determinada persona puede hacer que obtenga cierto empleo, u oportunidad? Esta creencia predomina especialmente en el medio político; a menudo parece que el empleo depende de conocer a alguien del partido político que esté en el poder en un momento dado.

Hace poco un conocido me dijo que ése era su problema. Estaba cansado de tratar de conseguir un empleo en las oficinas gubernamentales de nuestro estado. Sentía que no lograba lo que quería porque nadie estaba recomendándolo o "apadrinándolo", como decía él.

Eso me recordó un pasaje de la Biblia en el que un hombre esperaba en el estanque de Betesda a que un ángel agitara el agua, creyendo que otra persona lo tenía que llevar al estanque para ser sanado. Cuando Jesús le dijo al hombre: "¿Quieres ser sano?", él contestó: "Señor... no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo". Sin embargo, esta respuesta no provocó ninguna reacción en el Maestro; por el contrario, Jesús le ordenó: "Levántate, toma tu lecho, y anda". Véase Juan 5:2–9. Y así lo hizo el hombre.

Cristo Jesús no aceptó la creencia de que necesitamos a alguien, aparte de Dios, para recibir el bien. Tampoco aceptó la creencia generalizada de que la curación estaba destinada sólo para ciertas personas, dejando a los otros a merced del sufrimiento.

Imaginar que algo o alguien "por ahí" es responsable de nuestro bienestar, es negar a Dios como nuestro origen, como nuestro proveedor.

Puede que estas dos situaciones parezcan distintas, porque una de ellas es para lograr un empleo y la otra es para lograr la salud. Pero son exactamente iguales, ya que en ambas subyace la convicción de que alguien, aparte de Dios, es responsable del bienestar del hombre.

Dado que Dios, el Espíritu infinito, es el creador del universo, es lógico razonar que Él es capaz de mantener, proteger y dar a Sus hijos de todo lo bueno. Imaginar que algo o alguien "por ahí" es responsable de nuestro bienestar, es negar a Dios como nuestro origen, como nuestro proveedor. Este pensamiento nos impide ver los recursos espirituales de la Mente divina, siempre presente; Dios está tendiendo Su mano hacia nosotros, y nosotros nos hacemos los desentendidos.

En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy habla de su propia experiencia en la búsqueda de la verdad: "Las investigaciones y experimentos médicos de la autora habían preparado su pensamiento para la metafísica de la Christian Science. Todo apoyo material le había fallado en su búsqueda de la verdad; y ahora puede comprender por qué, y puede percibir los medios por los cuales los mortales son divinamente impulsados a buscar una fuente espiritual para su salud y felicidad".Ciencia y Salud, pág. 152.

Al buscar una fuente espiritual de provisión he encontrado dos sugestiones erróneas que impiden tener confianza en la provisión de Dios. Una susurra: "Pero tú estás en un mundo material donde Dios no puede ayudarte". La otra dice: "Dios sí puede ayudarte, pero ¿estás seguro de que quiere hacerlo?".

Examinemos las dos sugestiones. Primero está la sugestión de que la vida es material, que está separada de Dios. Ésta es la creencia del sueño adámico, según se relata en el libro del Génesis como la segunda historia de la creación. Este sueño describe al hombre como pecador, caído y alejado de la presencia de Dios. En ella, el hombre ha sido desterrado a un lugar hostil donde debe cuidarse a sí mismo. En esa creación material, la causa y el efecto son físicos, y todo el poder, la vida y la inteligencia parecen tener su origen en la materia. Aquí, el Espíritu no existe.

Sin embargo, en el Antiguo y Nuevo Testamento hay pasajes que dejan a un lado la creencia de que estamos separados de nuestro creador. El Salmista escribe: "¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra". Salmo 139:7–10.

Y el apóstol Pablo dice: "Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro". Romanos 8: 38–39.

Para poner de lado la desalentadora escena material que tenemos ante nuestros ojos y darnos cuenta de que Dios, el Espíritu, está presente, aunque es invisible a los sentidos físicos, debemos dejar que el sentido espiritual corrija nuestra visión de la realidad: Dios crea un universo espiritual, no material. De esta manera crece nuestra confianza en el poder que Dios tiene para darnos lo necesario en todo momento, porque percibimos que nunca hemos dejado a Dios y que el Espíritu nunca nos ha abandonado. Él realmente está cerca de nosotros porque espiritualmente somos uno con Él.

La segunda sugestión, que puede que en alguna situación el Amor divino no quiera cuidarnos, es más sutil que la primera. Quizá Cristo Jesús percibió este temor deslizándose inadvertidamente en los pensamientos de los que lo rodeaban cuando dijo: "No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino". Lucas 12:32.

Comprender que Dios está presente, permite que el sentido espiritual corrija nuestra visión de la realidad.

Comprender que somos la expresión misma del Espíritu, nos hace estar menos predispuestos a aceptar la idea contraria de que somos criaturas pecadoras. Es la identidad falsa del hombre la que peca, en un intento desesperado por sobrevivir en lo que se percibe como un entorno material hostil. Pero nuestro verdadero entorno es el Espíritu, el Amor divino. Al ver esto, el así llamado pecador es despertado de su falso sentido de identidad.

La transformación que sigue es la manifestación de la santidad espiritual del hombre... la bondad divina que estuvo presente en todo momento; y éste es el hombre que Dios siempre ha conocido y amado. Dios nunca podría enojarse con el hombre que creó, no hay castigo divino por ser quienes realmente somos. Sólo el pecado es castigado al ser destruido por el arrepentimiento y la reforma.

Todos merecemos el bien, y nunca deberíamos dudar de la disposición divina para atender nuestras necesidades. Dios nos ama porque merecemos el amor, y siendo Él nuestro Padre amoroso, nos provee de todo lo que necesitamos para ser saludables y felices.

Puede que al principio parezca difícil tratar de aprender a depender únicamente de Dios para obtener todo lo que necesitamos, pero nunca deberíamos ver a una persona como nuestro proveedor o fuente de bien. Y si viene la sugestión de que es importante tener que conocer a alguien para que nos ayude, podemos decir: "Sí, es importante a quién conozco... lo conozco a Dios".

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