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Al cambiar mi pensamiento, cambió mi peso

Del número de mayo de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Varios Años me di cuenta de que estaba aumentando de peso con rapidez. No soy obsesiva con el peso o mi tamaño, pero sabía que este aumento no era normal y sentí que debía hacer algo al respecto.

Varias amigas mías habían probado dietas para adelgazar. A veces tenían éxito, normalmente no. Yo tenía poca fe en las dietas porque no tratan la causa del problema.

Sabía que la causa fundamental del exceso (o la falta) de peso es mental y tiene que ver con las creencias que abrigamos acerca de la comida y el apetito. Estas creencias se basan en el concepto erróneo de que somos seres materiales que dependemos de diferentes formas de materia para tener vida, fortaleza y salud. No obstante Ciencia y Salud declara que "La Ciencia Cristiana explica que toda causa y todo efecto son mentales, no físicos".Ciencia y Salud, pág. 114.

Mi aumento de peso era resultado de las creencias que yo había acumulado sobre la comida. Me di cuenta de que una dieta — consumir menos comida — no contribuiría a eliminar el sinnúmero de creencias que arrastraba. Eran mis hábitos mentales, y no mis hábitos de comida, los que tenía que controlar.

Necesitaba espiritualizar mi pensamiento. Necesitaba afirmar lo que sabía acerca de Dios y el hombre: Dios es bueno, y todo lo que hizo es bueno y refleja su naturaleza bondadosa; Él tiene todo el poder y creó al hombre a su propia imagen. El hombre refleja la bondad, la pureza, el amor y el poder de Dios.

Un mortal insatisfecho es un concepto erróneo de nosotros mismos, de nuestra naturaleza espiritual como imagen de Dios. No estamos sujetos a la carne, con sus apetitos, debilidades, enfermedad y muerte. La curación de todo eso ocurre cuando este falso concepto acerca de la naturaleza, la forma y las funciones del hombre, es corregido por la Verdad.

Cuando decidí perder peso recurrí humildemente a Dios y le pedí que me mostrara qué verdad necesitaba saber para liberarme del problema. Conforme oraba comencé a pensar en lo que dijo Cristo Jesús acerca de la comida. Busqué en la Biblia y encontré esto: "No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber". Mateo 6:25. Al leer esto me pregunté: "¿Estaré pensando demasiado en lo que como?" Sí. Soñaba anticipando las comidas. Hay momentos en que es necesario pensar en la comida, como cuando planeamos la comida de la semana, vamos al mercado, preparamos la comida y la comemos. Pero yo pensaba en la comida cuando debía estar pensando en el trabajo. A veces lo hacía en busca de satisfacción y consuelo. También se me antojaba el chocolate.

¿Me satisfacía esto? La verdad es que no. Sabía que había momentos en que había comido lo suficiente y quería comer más. La satisfacción de comer duraba poco. También sabía que cuanto más chocolate comía, tanto menos placer sentía. Me di cuenta de que estaba tratando de encontrar en la comida lo que sólo Dios me podía dar. Por eso me sentía insatisfecha y comía más de lo necesario.

Debía pensar menos en la comida. Pero tenía que hacer algo más. Además de eliminar esos pensamientos equivocados, también necesitaba las ideas espirituales que vienen de Dios.

El cristianismo nos enseña que debemos pensar en las cosas del Espíritu y no en las cosas de la carne. ¿Cuáles son las cosas del Espíritu? San Pablo escribió: "...todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad". Filipenses 4:8. Estas cosas son de Dios, y cuando pensamos en ellas expresamos a Dios. Expresar a Dios es la naturaleza verdadera del hombre. Nada nos puede satisfacer más.

Pensar en cosas materiales y satisfacer los sentidos materiales es un sueño. Como parte de mis esfuerzos para liberarme de ese pensamiento abrumador, busqué las cosas del espíritu y pensé en ellas. El soñar, cuando tenía otras responsabilidades u obligaciones no era honesto. Yo pensaba en las "cosas honestas" cuando con sinceridad hacía lo que me correspondía hacer en ese momento y hacía mi trabajo con eficiencia. También podemos ser justos con nuestros compañeros de trabajo, nuestros familiares, vecinos y amigos. Conforme amamos a Dios y a los demás con sinceridad, nos llenamos de bellos pensamientos.

Conforme amamos a Dios y a los demás con sinceridad, nos llenamos de bellos pensamientos.

Los pensamientos puros no están adulterados ni contaminados. Están exentos de pecado. El modelo del pensamiento más puro lo encontramos en la instrucción de Jesús: "...buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas". Mateo 6:33. Todo lo bueno procede de Dios exclusivamente. Busqué paz y satisfacción en Dios, sabiendo que las encontraría en Él.

Cuando tenía un sentido espiritual del bien me sentía satisfecha y no me apetecía comer más. Pero había todavía momentos en que me sentía tentada. Entonces me esforzaba por practicar más templanza. Me esforcé por controlar mis reacciones emocionales y expresar dominio en lo que leía, en el hábito de ver televisión, en lo que compraba y en lo que comía. La templanza no es resultado del esfuerzo de un momento, sino de toda una vida. He progresado mucho y continúo haciéndolo.

Por medio de la oración, pensando en las cosas del espíritu (en vez de en las de la carne), y por medio de la templanza, me he deshecho de la mala costumbre de pensar en la comida, el ansia de comer chocolate y de comer en exceso. En poco tiempo la ropa volvió a quedarme bien. Esto me ha dado un entendimiento espiritual que me da satisfacción y paz. Sentí el consuelo que todos podemos encontrar en la Christian Science.

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