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Amar a los demás nos sana

Del número de mayo de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Cajera no sonreía; se veía molesta, agotada y triste. De pie frente a ella, mientras me hacía la cuenta, me sentí inclinada a decirle: "Parece muy atareada". Inmediatamente una hermosa sonrisa iluminó su rostro, y alegremente contestó: "Sí, hoy he tenido muchísimo trabajo". Cuando me alejaba con mis compras, y ella empezaba a atender a otro cliente, pude ver que su aspecto había cambiado completamente: se veía tranquila y alegre.

De camino hacia mi coche, me sorprendió lo bien que esta experiencia me había hecho sentir. Pensé que estaba teniendo una pequeña atención con la otra persona, pero nunca esperé que yo misma me fuera a sentir tan bendecida por ella; pero claro, así es el amor. Si entras con otra persona a un cuarto oscuro, y accionas el interruptor, la luz brilla para ambos.

El verdadero amor significa reconocer y exaltar la eterna herencia espiritual del hombre, esto es, de todos los hombres. Cuando expresamos bondad a otros, estamos afirmando nuestro linaje divino; estamos declarando nuestro origen divino y nuestra condición inmortal por ser hijos de Dios. Y cuando nos damos cuenta, aunque sea un poco, de que Dios es nuestra Madre y nuestro Padre, siempre presente para guiarnos y suplir todas nuestras necesidades, somos menos propensos a las preocupaciones y a los temores que pueden ofuscarnos, y que provocan el pesar y la enfermedad.

Hacía poco que estudiaba la Christian Science, y una noche tuve síntomas de gripe, y al mismo tiempo me amenazaba alguien que me había estado acosando. Le pedí a un compañero Científico Cristiano que orara por mí para ser protegida de cualquier daño. Para mi sorpresa, me dijo que debía sanar la percepción que yo tenía de ese hombre. Dependía de mí el reconocer que esta persona realmente era el hijo de Dios y que cualquier acción contraria a Dios que realizara, era una mentira con respecto a él. Para que pudiera percibir su naturaleza divina, me pidió que pensara en las cualidades espirituales que este hombre expresaba, y que las viera como manifestaciones de su verdadero ser. En pocas palabras, me dijo que lo amara. Cuando empecé a hacerlo, el temor desapareció, y poco después de colgar el auricular, los síntomas de gripe también desaparecieron.

El reconocer el linaje divino de la otra persona, es decir, el amarlo, me dio una mejor comprensión de mi propia relación con Dios. Esto no sólo eliminó mi temor, sino que también trajo la curación física. Durante los años que siguieron, esa persona buscó ayuda para resolver sus problemas, y por mucho tiempo hemos disfrutado de una relación cordial.

Amar es vivir. Amar es exaltar al hombre a la imagen y semejanza de Dios. Lo opuesto al amor es la censura, que asume que el individuo es limitado y está separado de Dios. La crítica, la burla, el chisme y la intolerancia niegan la omnipresencia de Dios, el bien. ¿Cómo podemos esperar sentirnos seguros y sanos si estamos negando la totalidad de Dios al ver al hombre como si fuera un mortal imperfecto? Después de todo, cualquier cosa que aceptemos para otro, también la aceptamos para nosotros.

Cuando los diez leprosos buscaron a Jesús para que los sanara, Véase Lucas 17:11-19. la comprensión que él tenía de la pureza y la perfección que le son inherentes al hombre por ser hijo de Dios, revelaron la inmunidad que tenían a la enfermedad, y así los leprosos fueron sanados. Esta misma comprensión produjo la resurrección de Jesús. En Ciencia y Salud leemos: "Los perseguidores no habían logrado ocultar la Verdad y el Amor inmortales en un sepulcro.

"¡Gloria a Dios y paz a los corazones que luchan! Cristo ha rodado la piedra de la puerta de la esperanza y fe humanas, y mediante la revelación y la demostración de la vida en Dios, las ha elevado a una posible unión con la idea espiritual del hombre y su Principio divino, el Amor".Ciencia y Salud, pág. 45.

Vive para amar; pídele a Dios que te muestre cómo hacerlo. Dios no tiene favoritos, y nosotros tampoco, si comprendemos que todos somos Sus hijos. Cuando amamos, somos vivos ejemplos de la condición inmortal del hombre por ser hijos de Dios, por siempre valiosos, protegidos y perfectos bajo Su cuidado.

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