EN LOS ÚLTIMOS AÑOS que estuve en la escuela secundaria superior empecé a verme y sentirme gorda. El peso, el alimento, las dietas, los programas de ejercicio y el conteo de calorías, eran temas muy populares: y yo solía hacer lo que me aconsejaban los demás porque no sabía lo que realmente quería ser o hacer.
Cuando recuerdo todas las conversaciones que tuve en ese entonces sobre el cuerpo y las dietas, me doy cuenta de que eso era lo que pesaba mucho en mi pensamiento, y me hacía sentir gorda y aunque perdía peso con algunas dietas, los kilos siempre regresaban. "Bueno", pensé, "algún día encontraré la dieta perfecta para mí"; pero nunca la encontré.
Al asistir a la universidad, el peso seguía siendo importante para mí. En lugar de hacer dieta, me sugirieron un programa de ejercicios intensivos. Después me vino la idea de evitar una comida al día, y fui tan ignorante que decidí hacerlo. Esto funcionó: perdí peso tan rápidamente que daba miedo. Tenía lo que se llama mucha fuerza de voluntad. No fue gran cosa evitar una comida al día, pero me puse muy débil. Poner fuerza de voluntad era una treta del pensamiento mortal, que trataba de engañarme prometiéndome belleza.
Me sugirieron otro método: comer con regularidad, pero vomitar un poco. Esto era tan repugnante, tan degradante, que empecé a ver que la obsesión por la comida controlaba mi vida. Entonces, se presentó el hipnotismo como algo que podía ayudarme pero, ¿yo misma permitir que se me controle y encima pagar a una persona para que me hipnotice? Un momentito. Eso significa permitir que otra persona me diga cómo debo pensar. Ése fue el punto decisivo. De pronto me di cuenta de que en realidad ya me había estado sintiendo hipnotizada. En un momento dado parecía que engordaba ¡sólo por pensar en comer postres! Ahora sí que estaba lista para despertar del sueño hipnótico.
Sabía que la Biblia me daría la respuesta, pero sus palabras no significaban mucho para mí, hasta que me pregunté qué clase de respuesta estaba buscando. Era obvio que me había pasado el tiempo contando calorías, ansiando lo que no podía comer, amando y odiando la comida, y pesando un cuerpo. Pero no estaba ni satisfecha ni contenta. Entonces descubrí la respuesta: debía saber cuál es la verdadera satisfacción. Pero esto me llevaba a otra pregunta: ¿qué es lo que hace que la satisfacción sea duradera? Ya sabía que el alimento y una determinada figura no lo habían logrado.
En Jeremías leí: "Y mi pueblo será saciado de mi bien, dice Jehová"; Jeremías 31:14. y estará satisfecho no con verduras, pasteles o una hermosa figura, sino con la bondad de Dios. Pero, ¿qué clase de bondad posee Dios? ¿Qué es Dios? Al principio esta pregunta parecía muy profunda, demasiado, para contestarla de inmediato. Así que me detuve, hasta que me di cuenta de que Dios es el bien, y fuera de comprenderlo a Él, sólo resta una sugestión sin sentido.
Nunca he visto a Dios con los sentidos físicos, pero eso se debe a que Dios es Espíritu. Otra forma de llamar a Dios es Mente divina. ¿Significa eso que no tengo una mente propia? Entonces, ¿qué es lo que tengo? Tengo la libertad de decidir que voy a estar de acuerdo con la voluntad y la bondad de Dios, la Mente; así lo hizo Cristo Jesús. Es obvio que Jesús hizo la voluntad de Dios y estaba seguro de Su bondad; y enseñó que todos tenemos el mismo y único Dios, la Mente divina. El gozo, el cuidado amoroso y la inteligencia de la Mente son míos, para conocerla y comprenderla, en lugar de centrar la atención en el cuerpo.
La promesa bíblica de que la bondad de Dios satisface, era atractiva; lo que ahora necesitaba era una regla a seguir, una en la que pudiera confiar. Y felizmente la encontré en Ciencia y Salud: "La mente humana obra más poderosamente para contrarrestar las discordias de la materia y las enfermedades de la carne, a medida que pone menos peso en el platillo material o carnal de la balanza y más peso en el espiritual".Ciencia y Salud, pág. 155. ¿Una balanza espiritual?, ¡esto era algo en lo que me gustaría pesarme!
Me pregunté: ¿estoy centrando mis pensamientos, intenciones y esfuerzos en el mejoramiento de la materia o en el mejoramiento de mi actitud? ¿Estoy contando calorías o bendiciones? ¿Estoy midiendo qué tanto disfruto los alimentos o estoy disfrutando el hacer buenas obras?
Tuve que acostumbrar a la mente humana a reconocerle más poder a la Mente divina que al alimento. Por medio de la oración, centrando mis deseos en el Espíritu, sin problema dejé de desear ciertos alimentos; pero no exageré. Leí sobre las cualidades esenciales del Espíritu y luego las puse en práctica en mi vida diaria. No me sentía ni llena ni con hambre. La Biblia y la literatura de la Christian Science me alimentaron adecuadamente; al saborear esta comprensión del Espíritu, vi que tomaba forma un deseo bien proporcionado. Estaba deseando y recibiendo la bondad de la Mente.
Al finalizar la universidad, el peso había dejado de ser tema de conversación porque ya no me interesaba. Mi peso se normalizó y ya no varió; no hubo exceso ni deficiencia en mi alimentación. ¿Por qué? Sólo puedo contestar que es la ley, la ley de la Mente divina; no son las sugestiones personales ni las acciones físicas. La ley de Dios es espiritual, completamente buena, y es válida para todos. Cualquiera que esté hambriento de la bondad de la Mente, y la acepte y la ame, puede conocer y sentir esta misma satisfacción que sí es duradera.