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Sostenido por Dios en el Ejército Soviético

Del número de mayo de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Tenía Veinte Años tuve que hacer el servicio militar en el Ejército Soviético. No parecía ser un buen lugar para mi desarrollo, especialmente debido a los difíciles conflictos que era muy probable que surgieran entre el orden militar y mi conciencia.

Por suerte yo entrenaba para jugar deportes y esto me ayudó a soportar las grandes exigencias físicas de mi nueva vida. En poco tiempo era uno de los mejores soldados.

Tenía conmigo un pequeño anotador de bolsillo con notas de la Biblia, de Ciencia y Salud y del Heraldo con mis comentarios. Leía estas notas a escondidas lo cual me daba fortaleza espiritual. En aquella época la religión se miraba con desdén, burla y represión. Pero yo confiaba de todo corazón en que Dios me defendería y guiaría.

Una noche tarde, cuando estaba leyendo mis notas, un sargento muy perseverante, lo notó y me sacó el anotador para examinarlo mejor. La situación era extremadamente seria. Toda la compañía estaba en silencio. Ahora yo sólo podía confiar en lo que había aprendido de la Christian Science. Pensé: "A pesar de lo ocurrido, Dios es el que gobierna. Él reina también por encima de este sargento".

El hombre estaba enfrascado en la lectura de mi anotador. Entonces me preguntó con calma: "¿Por qué está leyendo esto?" A lo que contesté: "Considero que las ideas son útiles para mí". Y pensé: "Ahora realmente tengo que probar esas ideas".

En aquella época los hombres desaparecían por la más insignificante expresión de pensamiento independiente. Oré para superar la opresión mental y el sentimiento de peligro que sentía. Pensé: "Todos los hombres son hijos de Dios y hermanos, incluso aquellos a cuyas manos pueda llegar mi anotador. Dios reina allí también".

Los días siguientes estuvieron llenos de entrenamiento militar, y para mí, también llenos de oración, invisible a los demás. Me esforcé por volver mi pensamiento al universo de Dios, que es la realidad y es enteramente bueno. Esto me ayudó a ver con más confianza que todas las cosas son buenas y que yo podía esperar que los que me rodeaban expresaran esa bondad.

Entonces el funcionario político me mandó llamar. Contrario a lo que esperaba, la conversación fue muy cordial, aunque los dos tuvimos que hacer un gran esfuerzo mental. El conflicto catastrófico nunca se produjo, y tuvo otro efecto: no me enviaron a la escuela militar soviética. Me mantuve firme en mis principios, y esto me salvó de tener una suerte muy desagradable. Sentí que Dios realmente había cuidado de mí.

Después de esto, me vigilaban más de cerca, y no me daban pases para ir a la ciudad. La vida parecía gris y sin sentido. Con todo, trataba de hacer lo mejor que podía. Una noche de otoño me sentí muy deprimido. "¿De qué soy culpable ahora? "¿Por qué me tratan como a un prisionero?", me pregunté.

En el vestíbulo del cuartel había una enorme exhibición del regimiento. Detrás de la misma encontré un lugar donde podía estar solo y orar. Razoné: "Puesto que Dios está en todas partes, está conmigo también. No estoy solo. Dios gobierna a todos los hombres, aun a aquellos que creen que me gobiernan a mí. Si Dios está en todas partes, entonces yo puedo estar dondequiera que Él esté".

Por un momento me olvidé de las circunstancias en que me encontraba, pero la campana para la cena me volvió a la realidad. Me sentía más esperanzado y feliz, aunque no ocurrió nada específico en varias semanas. Entonces, una noche, me enviaron a la comandancia de la capital. Como resultado de esta nueva responsabilidad, me dieron un pase abierto para la ciudad. Este documento me permitía entrenarme en deportes durante mi tiempo libre, fuera de los confines del campo militar.

Había llegado a convencerme de que el Amor divino es reflejado por todos los hombres. Esta comprensión libera las relaciones y abre el camino para que se manifieste la armonía divina en la experiencia humana.

En una ocasión un funcionario político comentó que yo era justo en todos los aspectos, pero que políticamente era un cero al as, que no se podía contar conmigo. Pero el recurrir a Dios con persistencia y esperanza demostró que Él conoce quién soy y transforma una decisión falsa en la nada.

Varias semanas después el comandante de la batería tenía que enviar un mensaje importante a un destacamento cercano, pero las líneas de comunicación estaban bloqueadas por el maltrato. Después de que dos hombres políticamente confiables, habían tratado de llegar pero no lo habían logrado, el preocupado comandante me pidió que lo intentara. Llegué a tiempo. Las líneas fueron liberadas y se restableció la comunicación. Parecía que aun este sistema verdaderamente ateo necesitaba de una forma más elevada de pensamiento para garantizar la confianza.

Poco a poco comencé a sentir la simpatía de mi compañía y de mis comandantes. Durante un descanso un soldado joven comenzó a contar una anécdota indecente. Rápidamente un camarada más grande lo interrumpió: "¡No siga! ¡Anti [ése es mi nombre] no querría escuchar algo así!" Me sorprendió. Pero comencé a comprender que ellos reconocían mi compromiso espiritual.

Cada día tenía nuevas lecciones que aprender

La mañana del primero de mayo, el jefe del regimiento de contraespionaje, vino a nuestra batería y me preguntó si era verdad que un hombre culto como yo creía que Dios existe. Confiando a Dios mi destino, le respondí: "Sí, así lo creo". Me preguntaron si yo divulgaba mis puntos de vista en el regimiento. Le respondí que los principios que uno tiene no se pueden divulgar así nomás, pero reconocí que si alguien me preguntaba yo respondería. Me advirtieron que no divulgara mis principios, y entonces me hicieron una pregunta clave: "¿Qué haría usted si tuviera que matar a alguien?"

Claro está, de qué sirve un soldado que no quiere matar. Pero yo había decidido que no lo haría. Ahora lo tenía que decir. Tenía que decidir a quién debía servir, a Dios o a mi oficial superior. Entonces respondí: "Cada problema tiene una solución pacífica. Y creo que mi Dios nunca me permitiría estar en una situación donde tuviera que matar a alguien".

Entonces me dejaron solo con mi Dios. Los otros estaban muy sorprendidos con mi franqueza. Cuando diseñaron la estructura del regimiento, me dieron el rango de "soldado más grande", que era el rango más alto que se podía otorgar a un soldado que pensara de manera diferente. Yo había puesto mi confianza en Dios y una vez más no había sido defraudado.

Estaba aprendiendo que Dios gobierna aun cuando las cosas parecen estar predeterminadas por el ateísmo, la política y los reglamentos militares. Por ejemplo, cuando el secretario de la batería comenzó a beber mucho, el comandante me nombró para realizar ese trabajo. Como se trataba de documentos secretos, tenía que dormir en la pequeña oficina. Ahora todos los días, al terminar de trabajar, tenía un lugar privado donde orar.

En una ocasión, estaba de guardia en la oficina donde se desmovilizaba a los soldados. El comandante del campo entró y encontró algo fuera de lugar, y me dio un severo arresto por un día. Me puse a orar en busca de una solución científica. Me mantuve firme, sabiendo que Dios anularía esa injusticia. Debido al puesto que ocupaba, yo mismo tuve que escribir la orden de mi propio arresto. Pero cuando se lo di al personal, el malhumorado capitán no quiso enviarme al cuarto de la guardia porque no tenía hombres para el destacamento más pequeño. Tuve que escribir la orden de arresto de nuevo, pero para esa hora el término para ejecutar el castigo había terminado.

Cada día tenía nuevas lecciones que aprender. Cuando llegó el momento de mi desmovilización, había preparado los documentos para todos mis camaradas. Pero el comandante me dijo: "Si te dejo ir, no puedo enviar la guardia". Parecía tan tonto e ignorante, pero ¿qué podía hacer? Al principio me sentí muy deprimido. Los días y las semanas pasaban como en un sueño. Entonces una noche, tomé mi guitarra y me fui a una habitación de atrás. Finalmente pude pensar sintiéndome en paz. Comprendí que aun este problema tenía la solución correcta, y Dios, la sabiduría suprema, me ayudaría a encontrarla.

Tomé la orden del día del comandante y comencé a trabajar. Algunos puestos sólo tenían gente por las noches. Después que cambiaron las responsabilidades, sobraba un hombre. Eso significaba que me podían dar de baja. Había servido tres años y tres meses. Al día siguiente estaba libre.

Lo que al principio me pareció un destino malo, terminó siendo para mí una muy necesaria escuela de desarrollo espiritual. Siento mucha gratitud a Mary Baker Eddy por habernos dado la enseñanza que nos ayuda a comprender y obedecer las leyes de Dios.


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