Hace unos tres años, tuve una curación que fue muy importante para mí. Iba con unos amigos a un parque, y al bajar la acera de la calle sentí como una sombra, y de repente un impacto. Cuando desperté, estaba en el suelo. Tuve la sensación de que un coche me había atropellado. Estaba muy asustada porque no sabía exactamente lo que había pasado. Un amigo me preguntó: “¿Estás bien, Raquel?”. Y yo automáticamente dije que sí.
Comencé a orar y a decir “¡Dios ayúdame! ¡Dios ayúdame!” Me tranquilicé un poco y comencé a repetir la “Declaración científica del ser”, de Ciencia y Salud.Ciencia y Salud, pág. 468. Esta declaración dice que Dios es todo-en-todo y que el hombre es espiritual, no material. También recordé otro lugar en ese libro donde dice que somos ideas de Dios, que no estamos constituidos de cerebro, sangre, huesos, etc. Ibid., pág. 475. De pronto me embargó una paz enorme. Les pedí a mis amigos que me ayudaran a parar.
Esto ocurrió enfrente de mi casa, y se había reunido mucha gente. Me levantaron y me sentaron en la acera. Me sentía muy tranquila, y en ese momento supe que estaba bien. Entonces una persona se me acercó y me preguntó cómo me llamaba. Era un hombre que estaba en estado de ebriedad. Me dijo: “Lo siento. No te vi”. En ese momento sentí un coraje muy grande en contra de él, y le dije: “No me toque”. Pero rápido pensé: “No, esto no va a ayudar en nada. Allí recordé una estrofa de un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana que dice: “Ama a tu hermano, dijo el Maestro”. Himno N° 179. Entonces empecé a amar a ese hombre como él era en verdad, un hijo de Dios, y le dije: “Me llamo Raquel y estoy bien”. Con eso, el hombre se tranquilizó, porque parecía estar muy asustado. Un amigo llamó a mi mamá, quien al llegar me consoló y le preguntó al hombre lo ocurrido. Había echado su camioneta de reversa a una velocidad considerable y me había atropellado. Yo había caído debajo del vehículo y la rueda delantera había pasado sobre mi rodilla.
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