¿Quieres casarte conmigo?—me dijo Marcos un hermoso día de otoño.
—Sí —le dije, con cierta duda.
¿Por qué estaba dudando? Hacía casi tres años que salíamos. Parecía muy natural que nos casáramos. No obstante, con el tiempo comprendí que mis dudas no se debían a los nervios por el matrimonio únicamente. Yo cuestionaba si había hecho bien al aceptar el compromiso. De modo que me puse a escuchar lo que Dios me decía para ver si éste era el plan que Él tenía para mí.
Decidimos que la boda sería un año y medio después. Pensé que para entonces me habría acostumbrado a la idea. Pero comencé a hacerme muchas preguntas. “¿Es la persona más apropiada para mí? ¿Estoy haciendo lo correcto?” Razoné que no había nada de malo en casarme con él. Supuse que todas las chicas que se están por casar se hacen las mismas preguntas. Pero entonces pensé: “¿Cómo se aplica en mi situación la idea tan común de que uno sabe cual do encuentra al hombre de su vida?” Porque yo no tenía esa certeza. Pero confiaba en Dios, y sabía que Él me estaba hablando. Todo lo que tenía que hacer era prestar atención a lo que me decía. Con seguridad, Él me guiaba para contestar mis preguntas sobre el amor y el matrimonio.
Tenía que apoyarme totalmente en Dios. Suena fácil, ¿no? Yo también pensé que así sería. Pensé que Dios me prepararía una respuesta y todo estaría solucionado. Pero no fue así. Entonces dejé en manos de Dios también todas mis preguntas, y confié en que me guiaría en la dirección correcta, porque lo que sí sabía con certeza era que Él es todo amor y todo inteligencia.
Le pedí a una practicista de la Christian Science que me ayudara. Le expliqué que me sentía confundida, que no sabía si debía casarme con Marcos y que necesitaba su apoyo para encontrar la respuesta a esta situación. Me dijo que Dios no responde como una persona, sino que envía buenos pensamientos a Sus hijos. Pensamientos que nos dan paz, que nos llevan en la dirección correcta. Podía escuchar a Dios en oración, y percibir cuál era el camino que Dios me tenía preparado.
Un artículo llamado “La ley de Dios que todo lo ajusta”, escrito por Adam H. Dickey (quien conoció a Mary Baker Eddy), me ayudó a explicar lo que la practicista me estaba advirtiendo. Decía: “Cuando en nuestra impotencia llegamos al punto en el que percibimos que de nosotros mismos nada podemos hacer e invocamos a Dios para que nos ayude; cuando estamos dispuestos a abandonar nuestros propios planes, nuestra propia opinión, nuestro propio juicio de lo que creemos debiera hacerse bajo las circunstancias, y no tememos las consecuencias, entonces la ley de Dios se hará cargo de toda la situación y la remediará”.
Entonces, empecé a sentirme más y más convencida de que había sido una equivocación aceptar la propuesta de Marcos. Me sentía nerviosa de tener que romper el compromiso. Pero vi que debía dejar de lado mis planes y opiniones, y confiar en que la ley de Dios nos gobernaba a Marcos y a mí.
Y así lo hice. Me di cuenta de que casarme con Marcos no estaba en el plan que Dios nos tenía preparado. Me sentí muy tranquila al tomar esta decisión. Finalmente supe que estaba haciendo lo más conveniente. No tenía dudas ni temor.
Después de esto conseguí un empleo maravilloso, que me permitía vivir cerca de mi familia, y comencé a salir con un hombre con quien me casé un año después. Todo esto me que debo recurrir primero a Dios cuando tengo algún problema, y que nunca debo temer el resultado.: )
