Caminando por lóbregos caminos
se encontraba mi alma cierto día,
y elevando mis ojos a lo alto, pregunté:
¿Dónde te hallas? ¡Oh, Dios mío!
Un silencio absoluto a mi pregunta.
Y mil manos tendidas, que en el suelo
me brindaron apoyo, Señor, y gran consuelo.
Han pasado varios años de aquel día,
y la pregunta realizada, respondida.
Pues las manos extendidas eran Tuyas,
que a través de mis hermanos me tendías.
Desde entonces soy yo, quien con las mías,
siempre voy al auxilio del hermano,
sabedora que en los muchos
y grandes tesoros por ti dados,
entre ellos, Señor, ¡están mis manos!
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!