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No hay que sufrir para ser linda

Del número de noviembre de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Ser delgada y lucir como las modelos de revistas. Esto anhelan muchas jóvenes de todo el mundo. Esto también anhelaba una joven francesa, estudiante de secundaria, que entrevistamos (y que pidió mantener su anonimato), hasta que se encontró en una alarmante situación. Fue entonces que descubrió lo que verdaderamente nos hace felices y bellos.

Heraldo: ¿Existe alguna presión en la escuela sobre cómo uno debe lucir o vestirse?

Sí; depende con quién estés. Pero la verdad es que por lo general los demás te juzgan por la marca de tu ropa y la manera de vestirte. Hay una tendencia a rechazar a los que se visten de determinada forma, o a los que son gordos.

Heraldo: ¿Piensas que a la edad de dieciséis o diecisiete, la presión aumenta?

Por supuesto, porque todo el mundo trata de que los acepten, y la manera más fácil de lograrlo es conformarse a las normas que impone la moda.

Heraldo: ¿Te ha preocupado alguna vez el peso?

Sí, porque yo creía que era gorda. Me había puesto esa idea en la cabeza, y aunque me decían lo contrario, yo no escuchaba a nadie. Cuando miraba las revistas de moda, veía que las chicas eran muy delgadas, y eso forjó en mí el concepto de peso normal. En la TV, las chicas son también muy delgadas, e inconscientemente la idea de ser muy delgada se transformó en mi criterio de belleza. Además, si quieres vestirte en un estilo que te gusta, que está de moda, tienes que ser delgada.

Heraldo: ¿Cuándo dejaste de sentirte contenta con la apariencia de tu cuerpo?

Fue en el verano del año pasado, cuando tomé un curso de acrobacia. Los maestros estaban preparando un show donde se formaban pirámides humanas, y como yo era la más joven y la más liviana de todo el grupo, siempre me elegían para estar arriba de todo. Entonces decidí perder más peso poder hacer mejor mis movimientos. La presión ahí era bastante fuerte: yo había conseguido esa posición allí arriba porque era bien flaca. Pero si llegaba a venir alguien que pesara menos que yo, me sacaba el puesto, y yo no quería que eso ocurriera.

Heraldo: Después de este curso, ¿aún querías mantenerte delgada?

Sí, y me tenía preocupada todo el tiempo. La actividad deportiva me quitaba el apetito, y cuanto más practicaba deportes, menos comía. Cuando comenzaron las clases, tenía que comer en la cafetería, y eso no era bueno. Como nadie me vigilaba, comía muy poco.

Al principio mi interés era adelgazar, pero después ya no comía porque no tenía hambre. No me sentía bien cuando comía y me decía a mí misma que no debía forzarme. Tenía miedo de comer cosas grasosas.

Durante los primeros meses no sentí ningún efecto, pero después, empecé a sentirme cansada en la escuela y durante las prácticas de deporte. Luego dejé de menstruar. Tuve que dejar de hacer gimnasia.

Heraldo: ¿Qué hiciste?

Al principio no me daba cuenta de lo que pasaba. Mi madre comenzó a preocuparse, me insistía diciendo: “Haz el esfuerzo de comer”. Pero cuanto más me lo decía, más rechazaba yo la comida. Varias personas me dijeron que había perdido mucho peso. Pero yo no prestaba atención, porque seguía pensando que estaba demasiado gorda. Entonces, una amiga a quien quiero muchísimo me dijo lo mismo. Ahí comprendí que algo andaba mal. Me había convencido a mí misma de que tenía que adelgazar para poder ser más estilizada y jugar mejor a los deportes. Pero me di cuenta de que estaba ocurriendo exactamente lo contrario. Entonces decidí comer mejor, pero se me hizo imposible.

Heraldo: ¿Trataste de forzarte a comer?

Sí, pero no funcionó. Me la pasaba vomitando. Entonces recibí un e-mail de un amigo que me decía: “La base de la felicidad es estar contento con uno mismo”. No sé por qué me lo envió en aquel momento, pero me ayudó mucho. Vi que no estaba contenta conmigo misma, y que antes sí lo había estado. Este deseo de perder peso me había quitado la alegría.

Heraldo: ¿Entonces te diste cuenta de que eras más feliz antes de decidir perder peso?

Sí. Me di cuenta de que nada de esto me había ayudado, que no tenía sentido. Quería estar en paz conmigo misma. Quería encontrar felicidad en las cualidades espirituales que poseía. Ya no quería que las chicas de las revistas o de la televisión influyeran mi vida de ese modo. Yo ya tenía en mí misma todas las cualidades que necesitaba para ser feliz. Ni las imágenes fantásticas que nos imponen los medios de comunicación, ni nada, podía quitármelas.

Cuando miraba las revistas de moda, veía que las chicas eran muy delgadas, y eso forjó en mí el concepto de peso normal.

Heraldo: ¿Querías encontrar tu “verdadero ser” otra vez?

Sí, pero todavía no me había sanado. Aunque había cambiado mi manera de pensar, y estaba lista para ser sanada. Entonces una noche, cuando mi estómago ya no podía retener nada, mis padres llamaron a un practicista de la Christian Science para que orara por mí. Sentí casi de inmediato su ayuda, y sané en tres semanas. Llegué a comprender que no necesitaba conformarme a las normas impuestas por la moda ni cosas así, para sentirme feliz. Mi felicidad y mi salud no dependen de mi apariencia física. La felicidad proviene de las cualidades que expresamos, como alegría, buena disposición y sentido del humor. Esas cualidades provienen de Dios. Todos las tenemos, y son las que nos hacen realmente felices.

Heraldo: ¿Y ahora comes normalmente?

Sí, y de nuevo empecé a hacer gimnasia. Ahora, después del entrenamiento, tengo hambre. Me siento muy bien. Me he dado cuenta de que la anorexia es como una droga. Al principio, te promete algo muy atractivo: primero belleza, y luego felicidad. En lugar de eso, te ves enredada en una telaraña de la que es muy difícil escapar, y para colmo también te quita la felicidad y te hace sentir sometida. Igual ocurre con las drogas. No es algo físico lo que te va a traer alegría, sino las cualidades espirituales que expresas. Entonces surge tu belleza natural.: )

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