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Los otros nueve

Del número de enero de 2001 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Mi Último año de universidad, mi mejor amiga me llamó una mañana con muy buenas noticias. Los médicos le habían dicho que la operación que habían programado hacerle a su mamá esa mañana, ya no era necesaria. Mi amiga se había pasado toda la noche leyendo un libro que yo le había dado, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy. Me dijo que mientras leía, el terror que sentía por la operación había desaparecido. Unos días después, su mamá, ya totalmente recuperada, volvió a sus actividades normales.

Después de eso, ella nunca más me volvió a hablar de la curación. La madre de mi amiga no sabía que su hija se había pasado la noche leyendo Ciencia y Salud. Yo me quedé muy impresionada y agradecida, pero no me sentí inclinada a decir nada más. Ellos creían fervientemente en Dios y eran leales seguidores de su religión.

Es obvio que algo que mi amiga leyó en ese libro le dio una mayor comprensión de Dios y Su creación. Algo la consoló y le dio la seguridad de que todo iba a estar bien. Aunque nunca me dijo lo que ese "algo" había sido, yo pienso que fue el Cristo lo que ella percibió en su larga noche de lectura. Alguna cualidad del Cristo, "la divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado",Ciencia y Salud, pág. 583. había tocado su conciencia y eliminado el temor. Su madre sintó ese efecto; sintó "la operación del Principio divino, ante la cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma". Ibid., pág. xi.

Tal vez conozca usted casos similares. Un amigo, un pariente, un vecino, que recibió el toque del Cristo pero nunca supo ni reconoció cómo ocurrió la curación. No obstante, ese individuo fue transformado, bendecido y continuó su vida, como una persona totalmente renovada. Lo más probable es que usted al enterarse haya sentido gratitud, aunque puede que ni siquiera le haya dicho algo. Esta influencia divina es continua porque el Cristo está siempre activo. Por ende, la curación espiritual se está produciendo de manera constante.

Cristo Jesús enfrentó situaciones similares. Por ejemplo, un día diez leprosos vieron que Jesús iba de camino a un pueblo cercano y comenzaron a gritar pidiéndole que tuviera misericordia de ellos y los liberara de su sufrimiento. El Maestro simplemente les pidió que se mostraran a los sacerdotes. Ellos obedecieron, y cuando iban de camino al templo, fueron sanados. Véase Lucas 17:11–19.

Jesús comentó que sólo uno de ellos, un extranjero, le dio las gracias. Entonces el Maestro preguntó dónde estaban los otros nueve. Pero no trató de saber adónde se habían ido o qué había sido de ellos. La narración de la Biblia termina allí.

Durante años, cada vez que yo pensaba en esa historia, consideraba que los nueve que no regresaron a dar las gracias habían sido muy "ingratos". Ahora veo ese episodio desde una perspectiva diferente. En mi propia experiencia, he conocido mucha gente como esos nueve, y estoy muy contenta de que se hayan sanado.

Los muchos "nueve" que usted y yo puede que hayamos conocido, son una prueba viviente de que la acción del Cristo continúa para siempre. La explicación que da la Sra. Eddy sobre el fundamento de la curación cristiana en el libro que mi amiga leyó, sanó a su madre. La autora de Ciencia y Salud no se hubiera sorprendido. Al referirse a Cristo Jesús, de quien ella misma era una leal seguidora, escribió: "El mundo no reconoció su justicia, porque no la veía; pero la tierra recibió la armonía que su ejemplo glorificado introdujo".Ciencia y Salud, pág. 54.

Esta era está comenzando a reconocer la idea espiritual y, como consecuencia, la tierra está siendo bendecida.


Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.

2 Corintios 9:7, 8

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