Hace dos años me fui de viaje, mochila al hombro, con mi papá a California. Fue fantástico. Caminamos durante ocho días desde los lagos Mammoth hasta el Parque Nacional Yosemite. Cuando regresamos a casa me di cuenta de que había perdido una cantidad considerable de peso debido al ejercicio que había hecho. Soy una persona menuda y realmente no peso mucho. Pero me sentí contenta de haber adelgazado porque pensé que así estaría mejor preparada físicamente para practicar deportes. También pensé que me veía mucho mejor.
Un mes más tarde, cuando entré a décimo grado, todos notaron la diferencia. No obstante, en el transcurso del año comencé a sentirme muy infeliz. Pensaba que la escuela en la que estaba no era la apropiada para mí. Si bien me iba bien en los estudios, no me gustaba salir con mis amigos. Me parecía que eran superficiales y sólo andaban con chismes. A menudo regresaba a casa y lloraba cuando estaba con mi mamá.
Esa falta de felicidad realmente tuvo un efecto grande en mi cuerpo. Comencé a comer muy poco y perdí todavía más peso. Pensé que el estar delgada me traería felicidad y me ayudaría en la escuela. Pero no fue así.
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