“Soy como un entrenador asistente en el agua”.
Cuando estaba en onceavo grado en la escuela secundaria quise comenzar a practicar algún deporte. Unos amigos me sugirieron que probara remo. La idea me pareció interesante, por lo que fui a las prácticas de selección de aspirantes de la Asociación de Remo Marin, que comprende a todas las escuelas del Condado de Marin, California.
Allí me encontré con unas 70 chicas que se postulaban para ocupar los 30 lugares que había vacantes como remeras y varias chicas más que deseaban ser seleccionadas para ocupar las 5 vacantes de timonel. Cuando descubrí cuál es la misión que cumple el timonel, decidí postularme para una de esas posiciones y fui seleccionada.
El timonel actúa como intermediario entre el entrenador y los remeros. Es una especie de entrenador asistente, que debe conocer muy bien los aspectos técnicos de ese deporte, y de cada función del bogavante o primer remero. Tiene que dirigir el bote, controlar el ritmo de la remada por minuto, establecer los ejercicios de entrenamiento, motivar a los remeros durante las carreras y corregir específicamente a cada integrante del equipo. Muchos de los remeros tienen tanta experiencia y conocen de tal manera este deporte que se dan cuenta inmediatamente si el timonel sabe o no hacer su trabajo.
Durante mi último año en la escuela — época en la que estaba enviando solicitudes de admisión a varias universidades — entrenaba seis horas por día, seis veces por semana. El enorme tiempo que esta actividad me demandaba me hacía sentir muy presionada. En determinado momento llegué a sentirme algo abrumada y sin rumbo. Un día llegué a mi casa sintiéndome realmente desalentada. Mis padres me dijeron: “¿Por qué no dejas el remo? Parece ser un deporte muy extenuante y no tienes por qué hacer tanto esfuerzo”.
Sabiendo que Dios me mostraría el camino a seguir, como siempre lo había hecho, busqué un lugar tranquilo y me puse a orar. Entonces me vino al pensamiento la primera estrofa del Himno NO 304 del Himnario de la Christian Science, que comienza así: “La colina, di, Pastor, cómo he de subir ...” Esa idea me agradó, pues desde niña había considerado a Dios mi guía y mi pastor.
Después de orar de esa forma dejé de pensar en lo ocupada que estaba, en que tenía que acostarme a la una y levantarme a las cuatro para poder cumplir con mis tareas; incluso dejé de sentirme cansada. Ese año fui aceptada por varias universidades y en setiembre pasado comencé a asistir a la Universidad de California del Sur con una beca para remeros.
Durante mi primer mes en la universidad participé en la 33a edición de la famosa Regata de la Naciente del Río Charles, en Massachusetts, en la que tomaron parte remeros de 36 países. Las regatas que se desarrollan en nacientes de ríos son más largas y más difíciles, debido a que en ese trayecto el curso del agua es generalmente serpenteante. Los timoneles están expuestos a una gran tensión, ya que el manejo del bote es difícil y el tránsito es intenso. Si bien los botes parten a intervalos, hay muchas embarcaciones en el agua al mismo tiempo, por lo que hay que cuidarse de las boyas y de los demás botes, para no perder puntos.
La mañana anterior a la regata y durante su desarrollo, mi maestro de la Escuela Dominical y mi mamá oraron reconociendo la guía y el cuidado de Dios. Desde el comienzo hasta el fin de la carrera me sentí muy tranquila. Terminamos en 10o lugar entre 53 botes.
“Pienso cómo puedo hacer todas las cosas de la escuela y del equipo y cómo Dios me va a guiar durante el día, paso a paso”.
La Escuela Dominical, y en especial mi maestro, me han ayudado durante todo el año. Si bien ahora voy a la universidad, todavía me comunico con él dos o tres veces a la semana. Más que mi maestro es un verdadero amigo que me aconseja cuando lo necesito.
Si mi vida no tuviera un sentido de equilibrio, mis múltiples actividades diarias me harían sentir mucho estrés. Por eso lo primero que hago cada día al despertar es saber que Dios gobierna, paso a paso, todas mis actividades, mis estudios y el deporte.
