Hace un año, un viernes por la noche estaba manejando camino a St. Louis con un amigo. Al cruzar el puente sobre el río Mississippi, noté una figura humana que iba caminando por el lado derecho de la ruta. De inmediato me pregunté qué haría alguien cruzando el puente a la medianoche. Realmente, no hay mucho del otro lado del puente. Lo único que hay es una estación de servicio que probablemente a esa hora estaría cerrada.
No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que alguien sólo querría cruzar el puente para saltar.
Toda mi vida, mis padres me habían enseñado a recurrir a Dios en momentos de necesidad para encontrar dirección y guía. En ese momento sentí la presencia tangible e inconfundible de Dios, y supe que no podía ignorar lo que ocurría.
Detuve el automóvil al costado del camino e hice una pausa. Apagué el motor y dije: “Muy bien, Padre, estoy a tu servicio. ¿Qué quieres que haga?”
Mi amigo y yo salimos del coche y caminamos hacia el lado de la carretera donde se estaba acercando esa persona. Me di cuenta de que era un joven de unos 16 ó 17 años. Tenía ropas oscuras y llevaba la capucha del buzo sobre la cabeza.
Al acercarse le pregunté: “¿Quieres que te lleve a algún lado? ¿Está todo bien?”
Él no me prestó atención y siguió caminando, pero le oí decir en voz baja que se iba a suicidar.
Lo seguí y continué hablando con él. Se sentía molesto de que me estuviera metiendo en sus cosas, y se pasó a la parte externa de la baranda del puente. Cuando lo hizo, continué insistiendo en que regresara al lado donde yo estaba y que pensara en lo que hacía.
Volvió su mirada hacia mí y luego hacia el río, e hizo un movimiento como para saltar. Lo único que nos separaba era la baranda, no más alta que mi cintura.
Me incliné, lo tomé del buzo y por un momento pude contenerlo físicamente. Él se sacudió hasta que lo solté y continuó caminando sobre el borde externo de concreto, de apenas unos 50 cm de ancho.
Una vez más lo alcancé y continuamos caminando lado a lado, él de su lado y yo del mío. Le pregunté sobre su familia y me contó que su situación era desesperada. Que sentía que su familia no lo quería; que no tenía ninguna razón para vivir, y que en su iglesia sentía que lo menospreciaban por su obvia desventaja económica y la ropa que usaba.
Hice todo lo que pude para convencerlo de lo valioso que era para Dios y para el mundo. Me contó que tenía un hermanito, y yo le hablé del amor que éste debía sentir por él, y que él podía ser un modelo en la vida para su hermanito.
El joven continuó caminando, y yo me preguntaba si mis palabras estaban teniendo algún efecto en él o no. A lo largo del camino luché varias veces con él sujetándolo para que no saltara.
Mientras seguíamos caminando pensé: “Padre, ¿qué debo decirle para que dé resultado?”
Entonces lo miré y le dije: “Yo te quiero y valoro tu vida”.
Me di cuenta de que no sabía cómo interpretar lo que le decía. Pero había tenido un efecto en él. Se tranquilizó visiblemente y se volvió más pensativo.
A los pocos minutos, llegó la policía que había notado mi automóvil al costado de la carretera. El muchacho se subió a la baranda y volvió a la ruta otra vez. Yo di un suspiro de alivio. Por lo menos, por esa noche decidió no ir adelante con su fatídica decisión.
Aquella noche, cuando me fui a la cama di gracias por lo que había ocurrido. Más que nada me sentí agradecido por haber visto la necesidad de mi hermano, y haber respondido lo mejor que pude, con la ayuda de Dios.
“Me pregunté cómo era posible que alguien estuviera cruzando el puente a la medianoche”.
Ésta y otras experiencias me han hecho pensar mucho en la conexión que debemos hacer entre la oración y la acción. A lo largo de los años, la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy han sido una gran inspiración para mí, siempre que he tratado de hacer esa conexión.
En el Evangelio según Lucas dice: “porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará” (12:48). Otro pasaje que me ha servido como una poderosa llamada personal a la acción muchas veces en mi vida, es de un escrito titulado “Amor” que se encuentra en Escritos Misceláneos por la Sra. Eddy. Ella escribe: “El amor no es algo que se coloca sobre un estante para tomarlo en raras ocasiones con tenacillas para azúcar y colocarlo sobre el pétalo de una rosa. Exijo mucho del amor, exijo pruebas eficaces en testimonio de él y, como su resultado, nobles sacrificios y grandes hazañas. A menos que éstos aparezcan, hago a un lado la palabra como algo fingido y como la falsa moneda que no tiene el tañido del metal verdadero. El amor no puede ser una mera abstracción, o bondad sin actividad y poder” (pág. 250).
Me gusta mucho esta cita porque nos dice cómo es el amor en realidad. Es fácil sentir amor por un miembro de la familia, o por un amigo cercano, pero pienso que lo más difícil es conectar el amor con la acción cuando se trata de alguien a quien no conocemos. Estoy seguro de que mucha gente ha ayudado a un pariente o a alguien conocido. Cristo Jesús pudo demostrar un amor similar, pues siempre pudo amar a quien tenía alguna necesidad. Incluso a quienes querían detener su obra sanadora y sus enseñanzas.
De modo que éste es también nuestro privilegio. Amar como Jesús amó. Especialmente cuando no parece ser muy conveniente o no nos hace sentir muy cómodos.H
Danbury, Connecticut,
EE.UU.
