Hace un año, un viernes por la noche estaba manejando camino a St. Louis con un amigo. Al cruzar el puente sobre el río Mississippi, noté una figura humana que iba caminando por el lado derecho de la ruta. De inmediato me pregunté qué haría alguien cruzando el puente a la medianoche. Realmente, no hay mucho del otro lado del puente. Lo único que hay es una estación de servicio que probablemente a esa hora estaría cerrada.
No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que alguien sólo querría cruzar el puente para saltar.
Toda mi vida, mis padres me habían enseñado a recurrir a Dios en momentos de necesidad para encontrar dirección y guía. En ese momento sentí la presencia tangible e inconfundible de Dios, y supe que no podía ignorar lo que ocurría.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!