Cuando estaba en octavo grado me resultaba muy difícil mi clase de biología. Estudiaba muchas horas y me preparaba a las carreras para rendir exámenes que tenían un material que no entendía para nada. En mi primer exámen no me saqué la nota que esperaba, y me sentí muy decepcionada. Sentía que nunca tenía el tiempo suficiente para entender las cosas. La cuestión es que tenía tanto miedo que me puse a orar.
Una noche, cuando estaba estudiando para mi segundo examen, llegó un punto en que sentí que ya no podía retener más información. Dejé lo que estaba haciendo y abrí el libro Escritos Misceláneos por Mary Baker Eddy, y leí el siguiente mensaje: “Nunca pidáis para el mañana; es suficiente que el Amor divino es una ayuda siempre presente; y si esperáis, jamás dudando, tendréis en todo momento todo lo que necesitéis”, (pág. 307). Eso me quitó un gran peso de encima. Fue sorprendente el alivio que sentí al comprender que si bien yo estaba estudiando, toda la inspiración y conocimiento que necesitaba realmente provenían de la única Mente ilimitada, Dios. Él me daría las ideas que necesitara para contestar las preguntas correctamente.
Terminé sacándome un “10” en la prueba. Fue la nota más alta de la clase. El resto del año continué obteniendo buenas calificaciones sin sentirme preocupada por el trabajo que debía realizar.
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