Cuando estaba por entrar en la secundaria tuve problemas para llevarme bien con una chica de mi salón de clases. Esa situación no me molestó en absoluto hasta que entró al colegio otra chica, y las dos se hicieron muy amigas. Empezaron a sentarse en la carpeta [escritorio, pupitre] que estaba detrás de la mía, y me enteré de que estaban diciendo chismes de mí. No me molestaba cuando decían cosas ofensivas sobre mi persona a mis espaldas o murmuraban que yo estaba enamorada de un amigo de ellas. Pero me sentí muy dolida cuando comenzaron a hacerlo en mi propia cara.
No sabía qué hacer ni con quién quejarme. Así que decidí que la mejor manera de ayudarme a mí misma era orar. Como no sabía muy bien por dónde empezar, tomé un Heraldo de la Christian Science y al abrirlo lo primero que leí fue un testimonio sobre el perdón. Justo lo que necesitaba.
El testimonio era de una chica que había estado de novia con un muchacho bastante tiempo, y alguien le dijo que él sólo estaba jugando con ella. Luego descubrió que lo que le decían era verdad, y aunque se sintió muy dolida, comprendió que para sentirse mejor debía perdonarlo. Y fue justamente eso lo que hizo. Me di cuenta de que, si quería sentirme bien y llevarme bien con las chicas de mi clase yo debía hacer lo mismo.
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