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»Tine Nada alteró mi belleza

Del número de septiembre de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“¡Iba volando y no me podía detener!”

Una tarde, mi prima Mónica y yo fuimos a patinar cerca de mi casa. De pronto nos encontramos con una enorme bajada. Parecía todo un desafío bajar por allí, realmente daba miedo. Mónica me preguntó: “Tine, ¿estás segura de que quieres bajar por allí?” Yo le respondí que sí, y ella me dijo: “Muy bien. Baja entonces”.

Cuando comencé a bajar mi velocidad comenzó a aumentar demasiado rápido. Estaba prácticamente volando, y sentí que me iba a caer. Traté de frenar con los patines, pero nada pasó. ¡No me podía detener! Momentos después choqué contra un auto que estaba estacionado. Me golpeé muy fuerte la cara contra el coche, y luego me caí raspándome la cara contra la calle llena de ripio. ¡Qué dolor!

Una vecina que vio lo ocurrido vino a ayudarme y me llevó a mi casa en su auto. Para entonces yo sentía tanto miedo y dolor que empecé a llorar. Cuando llegué a casa mi mamá y mi papá me consolaron y tranquilizaron. Me limpiaron y me sacaron la piedrecitas del ripio que tenía pegadas en la cara. Luego me preguntaron si quería ir a que me viera un médico. Y yo les contesté: “No. Todo lo que necesito es a Dios”.

Esa noche oré, y al día siguiente no fui al colegio. En lugar de eso la llamé a mi abuela, Nana, que es una sanadora de la Christian Science. Le dije que tenía miedo de que mi cara no quedara igual. Y ella me dijo: “De ninguna manera. Todo va a salir bien. Oremos por tu verdadera belleza como hija de Dios”.

Nana me dijo que leyera el siguiente pasaje de la Biblia: “Adórnate ahora de majestad y de alteza. Y vístete de honra y de hermosura” (Job 40:10). Pensé que Dios nos hizo a todos hermosos. Y lo que Él nos da es permanente y hermoso, de manera que un accidente no lo podía arruinar. Esta idea me ayudó a dejar de pensar en la fea imagen que veía cuando me miraba en el espejo. Más tarde, cuando algunas personas me dijeron que mi cara quedaría llena de cicatrices, ya no me sentí tan atemorizada.

Una semana y media después del accidente, cuando me lavé la cara la horrible costra se cayó dejando tan solo un punto rosado. Pocos días después la llamé a Nana para contarle que la mancha había desaparecido, y la cara se había sanado sin dejar cicatriz alguna. Me sentí muy agradecida porque mis oraciones a Dios habían funcionado.


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