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El bebé entre los juncos

Del número de enero de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace mucho, mucho tiempo, el pueblo de Israel, al que llamaban hebreo, vivía en Egipto. Los hebreos trabajaban como esclavos para Faraón, quien era el rey de Egipto. Tanto hombres como mujeres tenían que servirlo. Algunos trabajaban en los campos. Otros hacían ladrillos de barro para construir ciudades para Faraón. Los guardias egipcios vigilaban a los hebreos y los forzaban a trabajar duro, sin descanso, todo el día.

Había muchos hebreos. En realidad había más hebreos que egipcios. Y Faraón tenía miedo de que los hebreos se rebelaran en su contra y no lo sirvieran más.

Faraón tampoco quería que los hebreos fueran más fuertes que los egipcios. De manera que ordenó a sus soldados arrojar todos los varones hebreos recién nacidos al río Nilo. Él no quería que vivieran.

Mientras ocurría todo esto, dos niños hebreos, Aarón y Miriam, se enteraron de que había nacido su nuevo hermanito. Pero su mamá les dijo que no se lo contaran a nadie. Ella no quería que los soldados del rey vinieran y arrojaran a su hermanito al Nilo.

Aarón y Miriam mantuvieron el secreto. La ayudaron a su mamá a cuidar del bebé. Pero su hermanito creció y hacía mucho ruido. Como todos los bebés, lloraba cuando tenía hambre o frío. Cada día se hacía más difícil ocultarlo. Y todos los días la madre oraba a Dios y le preguntaba qué debía hacer. Cuando el niño tenía tres meses se le ocurrió una idea.

Le pidió a Aarón que la ayudara a juntar algunos juncos que crecían cerca del agua. De esos juncos ella hizo una canasta con una tapa para que nadie pudiera ver adentro. Calafateó la canasta con brea y arcilla para que fuera a prueba de agua. Cuando la canasta estuvo lista, puso suavemente al bebé dormido en ella. Luego caminó hasta el río y ocultó la canasta entre los juncos que había a orillas del agua. Miriam se quedó cerca para asegurarse de que el bebé estuviera bien.

Poco rato después, Miriam escuchó voces de mujeres. Las mujeres iban de camino al río para bañarse. Una de ellas, la hija de Faraón, vio la canasta flotando entre los juncos, y les pidió a sus doncellas que se la trajeran. Cuando la princesa abrió la canasta se sorprendió al ver un niño hermoso. “Éste debe ser uno de los bebés hebreos”, dijo. Ella quería salvar al bebé y llevárselo al palacio.

En ese momento Miriam salió de su escondite y le dijo a la princesa: “Yo conozco a una mujer que puede amamantar al bebé. ¿Quieres que la vaya a buscar?

”La princesa pensó que era una buena idea, y le dijo: —Sí, dile que venga de inmediato.

Miriam se fue corriendo a buscar a su mamá. La madre estaba muy contenta de que le permitieran cuidar de su hijo. Le agradeció a Dios por mantenerlo a salvo. El pequeño vivió con Aarón y Miriam y sus padres hasta que fue lo suficientemente grande como para ir al palacio. Entonces se lo llevaron a la princesa y ella lo crió como el hijo del rey.

Y ella le dio el nombre de Moisés (que significa “sacado de las aguas”) porque lo había sacado del río.

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