La Sra. Green suspiró. No es que no le gustara el primer día de clase. Le gustaba, pero había tantos niños en su clase ese año. “Que yo recuerde, ¡nunca tuve tantos niños!” Eran tantos que se preguntó cómo haría para ayudarlos a todos.
Un chico grandote entró y cuando ella le dijo “Hola”, él le respondió “Ah-Salaam Alaikem”. La Sra. Green no sabía qué significaba eso, pero sonaba como una respuesta a “hola”, solo que en un idioma diferente. Había estudiantes que hablaban inglés en la escuela y un idioma distinto en su casa. La Sra. Green suspiró una vez más. ¿Acaso podría conocer bien a cada uno de ellos?
Esa noche, cuando la Sra. Green se fue a su casa, sólo quería cenar e irse a la cama. Pero no podía dormir. Sabía que tenía que plantearle a Dios todas las cosas que le preocupaban antes de comenzar el nuevo día. La primera frase de la oración que Jesús les dio a sus estudiantes se repetía una y otra vez en su pensamiento: “Padre Nuestro, que estás en los cielos”.
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