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Martín ya no tiene miedo

Del número de enero de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una noche, Martín fue con papá y mamá a visitar a su amigo Mateo. Después de comer, y cuando sus papás estaban charlando en el jardín, los chicos encendieron la tele y miraron algunas escenas de una película de terror. Rieron juntos al ver a esa fea criatura que caminaba y rugía como un animal salvaje. ¡Parecía tan real! Pero no lo era, y Martín lo sabía muy bien.

Pero esa noche, cuando estaba a solas en su habitación con las luces apagadas, la cosa era muy distinta. Martín empezó a acordarse de la película. ¿Podría ser que esa criatura fuera real después de todo y estuviera oculta en su cuarto? Desde abajo de sus mantas Martín miró a su alrededor. Cerca de la ventana parecía haber un monstruo, esperando el momento para atacarlo. El niño encendió la luz y vio que sólo era el perchero. ¡Ah, qué alivio! Pero al volver a apagar la luz, le pareció ver un plato volador que antes no estaba allí. Encendió la lámpara nuevamente para encontrarse con que era uno de sus aviones de juguete. Martín entonces decidió dejar la pequeña lámpara encendida.

¡Toc! ¡Toc! La llamada sobresaltó a Martín que creía que sus papás dormían. La puerta se abrió lentamente y la dulce sonrisa de la abuela iluminó la habitación.

—¡Abuela, qué bueno verte! —casigritó Martín, aliviado.

Antes que la señora pudiera sentarse, el niño le contó de los monstruos y de su temor a la oscuridad.

—Yo sé que sólo son sombras, Abue, pero aún así me asustan cuando la luz está apagada— dijo Martín.

La abuela pensó un momento y sentándose en el borde de la cama de Martín, le dijo, con voz suavecita como un caramelo de miel: —¿Recuerdas, Martín, el paseo que hicimos a los lagos el mes pasado? ¿Recuerdas cómo brillaban las estrellas y de qué manera perfecta se reflejaba la luz de la luna sobre la superficie tranquila del agua? ¿Y los grillos, Martín, y la voz diminuta de las ranas cantando serenatas hasta la madrugada? ¡Cómo nos divertimos contando historias junto al fuego y oyendo el crepitar de la leña! ¿Y recuerdas que antes de irnos a dormir, le agradecimos a Dios por todas las cosas felices de ese día?

Martín se acordaba, claro que sí. Había sido una semana divertida. Habían hecho tantas cosas juntos. Habían estado nadando, pescando y andando en canoa.

En el silencio nocturno, Martín había aprendido a escuchar pensamientos alegres y a expresar gratitud a Dios.

—Yo comprendo, Abue —dijo Martín—. Cuando tengo pensamientos felices, nada me puede asustar o hacerme sentir mal.

—Así es —le dijo la abuela sonriendo—. Eso es porque Dios está todo a tu alrededor. Cuando estás agradecido sientes el tierno amor y cuidado de Dios. Y en el amor de Dios no hay lugar para estar asustado.

De pronto, Martín sintió mucho sueño. Bostezó y dijo: —Buenas noches, abuelita.

—Que tengas sueños felices, mi amor —contestó la abuela, inclinándose y besándole la cabeza, para luego salir de la habitación.

Mientras Martín se cobijaba calentito bajo las mantas, pensó en todas las cosas por las que podía estar agradecido: la cama abrigada y limpia, su mejor amigo Mateo, el viaje con papá y mamá, y las amorosas palabras de la abuela. Se estiró para apagar la luz de la mesita, y se quedó dormido con una sonrisa en los labios. ¡No había más monstruo de que preo-cuparse!

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