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José tiene una casa nueva

Del número de enero de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


—Ésta es nuestra casa nueva, José —dijo la mamá. José miraba y miraba pero no podía ver ninguna casa. Lo único que veía era un río y un bote largo y angosto pinta- do de brillantes colores con macetas llenas de flores en el techo.

La mamá estaba muy emocionada, y lo rodeó con sus brazos mientras caminaban hacia el bote.

—¿No te parece divertido? —le preguntó—. Ven a verlo adentro. ¡Te va a encantar!

Subieron por el frente del bote, y la mamá abrió con una llave las angostas puertas del frente. José nunca antes había estado en un bote. No se parecía en nada a un departamento en la ciudad. El bote se mecía en el agua. La mamá comenzó a encender una pequeña estufa negra.

—Muy pronto vamos a estar bien cómodos —dijo la mamá—. Espera a ver el resto del bote.

Había sofás que se transformaban en camas durante la noche, y tenían un lugar debajo para guardar la ropa de cama. La mamá le dijo que las camas se llamaban literas y las habitaciones se llamaban camarotes.

Casi todo tenía un nombre diferente, incluso el río, al que se le llamaba canal.

José tenía un pequeño camarote para él solo, y un cubrecama de muchos colores sobre su litera, y montones de aparadores y estantes para poner todas sus cosas. Las ventanas eran redondas y se llamaban portillas, y cuando José se sentó en su litera se dio cuenta de que podía ver el río.

Después la mamá preparó la cena en una pequeña cocinita, y comieron junto a la estufa. El ambiente estaba calentito y muy pronto a José le dio sueño. La mamá lo arropó bien en la litera y colgó un farol iluminado con una vela cuya luz producía unas estrellas en el techo.

—Guardemos silencio por un momento —dijo la mamá—. Digamos una oración para agradecer a Dios por cuidar de nosotros y por darnos un nuevo lugar tan lindo para vivir. Y así lo hicieron.

José ansiaba sentirse feliz por su nueva casa. Pero se sentía muy triste por dentro porque su papá ya no viviría con ellos. Ansiaba que todo estuviera tal como estaba antes de que su papá se fuera. “¡Cuánto extraño a papá!”, suspiró.

La mamá le acarició suavemente la espalda. —Papi te quiere mucho, José,—le dijo—, muy pronto podrás visitarlo.

El suave movimiento del bote finalmente hizo dormir al niño. Podría haber dormido toda la noche, pero unos ruidos extraños al costado del bote lo despertaron.

La vela se había apagado y una pálida luz entraba por la portilla. Al principio no entendía muy bien qué lo había despertado. ¿Habría estado soñando? Luego lo escuchó otra vez, un ruido extraño. Golpeaba y raspaba. ¿Qué podría ser? Él sabía que afuera sólo había agua. No podía haber nadie allí golpeando el bote.

Entonces volvió a escucharlo. Algo raspaba, y raspaba, y raspaba. Y luego golpeaba, y golpeaba, y golpeaba. José tuvo miedo.

—¡Mami! —dijo suavemente—. Mami, por favor, ven, hay algo allí afuera que está tratando de entrar.

Ella fue enseguida porque también había escuchado esos ruidos tan extraños, pero ella no tenía miedo, al contrario, se estaba riendo.

—Todo está bien. Ponte las pantuflas y ven a ver.

Subieron a la cubierta y miraron hacia el agua. En la suave luz del amanecer vieron tres patos golpeando el costado del bote. José no podía adivinar qué estaban haciendo.

—Hay algas en el costado del bote —explicó la mamá—. Y los patos están buscando comida. Creo que los vamos a escuchar todas las mañanas. Son nuestros nuevos vecinos.

Los patos se sacudieron y menearon la cola cuando vieron a José. Uno de ellos comenzó a gritar fuerte, y sonaba como si se estuviera riendo. José empezó a reírse y su mamá también.

Ninguno de los dos podía volver a dormir. La mamá puso la tetera con agua a calentar y comenzaron a preparar el desayuno. Entonces la mamá envolvió a José en una manta y se sentó junto a él en la litera.

—Cuando sientas temor, piensa que Dios está siempre contigo, cuidándote —le dijo—. Él es tu Padre y Madre que nunca se aparta de ti. Aunque papi y yo no podamos estar contigo, Dios siempre está a tu lado. Ahora mismo Dios te está cuidando. Dios quiere sólo lo que es bueno para ti. Él te envía mensajes. Son como ángeles que amorosamente nos dicen lo que debemos hacer. Escucharlos nos hace fuertes y felices.

—¿Y qué pasa con papá? —preguntó José—. ¿Dios cuida de él también?

La mamá le dio un fuerte abrazo y suspiró: —Sí, José. Dios nos quiere a todos nosotros, a ti, a mí y a papá.

José se sintió feliz, aunque de una manera diferente. Estar allí en el bote no era como el departamento de la ciudad. Podía escuchar a los patos gritando y chapoteando en el agua. Le gustaba tener a esos patos de vecinos.

Muy pronto los primeros rayos del sol de la mañana entraron por las portillas y la tetera comenzó a silbar en la cocina. José se sentía calentito y cómodo por dentro pensando en cuánto lo amaba Dios. Y muy contento al saber que Dios amaba también a mamá y a papá.

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